Este verano invernizo del Potrero... Cae una lluvia fina, tan fina que se diría no va a llegar al suelo y desaparecerá aun antes de tocar la tierra. Pero la toca, la acaricia con lentitud morosa, y la deja mojada por fuera y por dentro, inundada en semillas, como mujer saciada tras bien cumplido amor.
El corazón de la gente y de las cosas también se ha humedecido. Miro las altas cañas del maíz, y son sus hojas brazos en alabanza. Los nogales, arrebujados en la niebla matinal, semejan peregrinos que van hacia la ermita de la Virgen.
Ahora estoy en la casa, y eso es estar en mí. Bebo el café bravío que se bebe en las cocinas del Potrero, hirviente, oscuro, amargo como una pasión. Se oye en la coyotera el lejano ululato del coyote. Los perros que dormitan junto a la chimenea levantan la cabeza y fijan la mirada en un rincón. Han visto algo que nada más ellos pueden ver. Yo contemplo el cambiante viso de las llamas, y recuerdo algo que sólo yo puedo recordar.
¡Hasta mañana!...