Llegó sin hacer cita y me dijo de buenas a primeras:
-Yo soy el buen entendedor.
Seguramente puse cara de no haber comprendido. Se explicó:
-¿Ha oído usted el refrán que dice: "Al buen entendedor pocas palabras"? Pues aquí me tiene: yo soy ese famoso buen entendedor.
-Y ¿en qué le puedo yo servir? -pregunté cauteloso.
-Estoy harto ya de ser un buen entendedor -respondió él-. Con ese pretexto me dan pocas palabras. Yo quisiera escuchar muchas, pues me gustan, y hay unas muy hermosas: lapislázuli, borborigmo, palimpsesto, Erongarícuaro, solferino, María, cucurrucucú... Pero no: como me juzgan buen entendedor, y al buen entendedor pocas palabras, no me dan más que un sí o un no; de vez en cuando algún quién sabe... Diga de mi parte que al buen entendedor le deben dar muchas palabras, pues las entenderá a más de disfrutarlas. Al que le deben dar pocas palabras es al mal entendedor.
Cumplo. Al buen entendedor... digo, al mal entendedor pocas palabras.
¡Hasta mañana!...