Dos ardillas tienen su casa cerca de la mía. Cuando salgo por la mañana a caminar ellas detienen sus retozos, suben apresuradas a una rama y desde ahí me miran con ojillos curiosos y traviesos.
Nace un fraccionamiento nuevo frente a mi colonia. Las grandes máquinas hacen su trabajo entre rugidos y humo de motores. Desde el bordo una señora liebre levanta las orejas y se encamina después con paso lento hacia los matorrales.
Regreso por la noche a mi ciudad. Va por la calle un perro. ¿Un perro? No: es un coyote. Ha salido del monte vecino a buscar lo que la ciudad le puede dar.
Construyen los hombres sus ciudades. Parece que al hacerlas destruirán la vida natural. Pero la Naturaleza es más fuerte de lo que en nuestro temor imaginamos, y su grandeza triunfa sobre la pequeñez del hombre. Al final -si hay un final- nosotros posiblemente desapareceremos: no tenemos la fuerza de la cucaracha, ni la callada inteligencia de la hormiga. La vida, sin embargo, seguirá. Y nosotros con ella, aunque no seamos ya nosotros.
¡Hasta mañana!...