Iba la lechera con su cántaro al mercado.
Pensaba que con el dinero que le darían por la leche podría comprar huevos; los huevos le darían pollos; cuando crecieran los pollos los vendería y se compraría una vaca; la vaca le daría terneros con cuya venta podría comprarse una casa, y ya dueña de casa no le sería difícil encontrar marido.
Iba pensando en eso cuando tropezó y cayó al suelo. El cántaro se hizo pedazos; se derramó la leche. Sentada en el suelo la lechera empezó a llorar. ¡Adiós sueños! Tenía razón el fabulista. Pero en eso un guapo joven se acercó, ayudó a la muchacha a levantarse y le dijo al oído palabras de consuelo. Meses después la lechera se casó con él.
Esta fábula tiene una moraleja: con frecuencia la vida es más amable que los fabulistas.
¡Hasta mañana!...