El señor cura de la villa hacía el elogio de don José de Peña, patriarca del Potrero, pues con severidad hacía cumplir a los peones de su hacienda los preceptos de la Santa Madre Iglesia. Contaba el párroco que un día don José envió a la leva a un jornalero porque comió carne en tiempo de vigilia. El hombre pereció meses después en un combate. Dejó viuda y tres huérfanos.
Pasó el tiempo, y una noche don José soñó que había muerto. Se presentaba ante el Supremo Juez a fin de ser juzgado. Pero el Supremo Juez no era Dios: era aquel pobre peón a quien él hizo ir a la guerra por haber comido carne en día de vigilia.
Los sueños sueños son, le dijo el señor cura a don José para tranquilizarlo. Sin embargo él ya no volvió a estar tranquilo. Por las noches apagaba la lámpara en su cuarto y procuraba pensar en Dios, pero sólo podía pensar en el supremo juez.
¡Hasta mañana!...