No es ni siquiera una religión: es una secta. Sus miembros son gente ajena a nosotros, a nuestro modo de ser, a nuestro pensamiento. Han venido de otro país trayendo extraños libros, profetas de nombres raros, doctrinas exóticas y absurdas. No debemos permitirles que estén entre nosotros. Pueden turbar nuestra vida cotidiana, inficionar a nuestros hijos con sus predicaciones y apartarlos de las creencias de sus padres. Tenemos que preservar nuestras costumbres y nuestra religión.
Eso -palabras más, palabras menos- dijo Diocleciano, emperador de Roma, cuando ordenó perseguir a los cristianos.
¡Hasta mañana!...