Subió a la cumbre por un sendero que sólo él conocía. Ahí miró un quiebro entre las peñas, y fue hacia él. Era una gruta. A la luz de la antorcha que llevaba vio el más grande tesoro que ojos humanos podían contemplar: monedas de oro y plata, piedras preciosas, perlas de raro brillo... Salió sin tomar nada, y con una gran roca tapó la entrada de la cueva a fin de que nadie, ni él mismo, volviera a entrar ahí.
Cuando volvió a la aldea le preguntaron los vecinos:
-¿Qué hallaste?
Y él respondió:
-No encontré nada.
Tiempo después volvió a la cumbre. En la mitad de la montaña vio un hilillo de agua en el que nunca había reparado. Escarbó un poco con las manos, y la linfa se acreció. Bajo la tierra palpitaba un generoso manantial.
Cuando volvió a la aldea le preguntó la gente:
-¿Qué encontraste?
Y respondió él:
-Vengan conmigo. Hallé un tesoro.
¡Hasta mañana!...