Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Quienes saben oír lo que las tumbas dicen pueden escuchar esto:
"... La gente pensaba de mí que estaba loco. Iba sin compañía por los montes; en ellos me pasaba los días, y a veces las semanas. No sabían que buscaba una mina de plata cuya existencia conocía.
Persiguiendo la plata hallé otra cosa. Me enamoré del bosque, de las criaturas que lo habitan, de los pinos catedralicios, del agua que brota de los manantiales y corre luego por entre el musgo y los helechos. Me volví parte de eso. Mi gloria mayor la sentí el día en que una cierva se puso a beber a mi lado sin temor.
Una vez, por azar, hallé la plata. Ahí estaba la veta, ancha y brillante como un río. Con ella haría fortuna. Pero pensé en los hombres que decían de mí que estaba loco. Ellos sí perderían la razón por esa veta; arrasarían el bosque, y ni yo ni la cierva íbamos ya a poder beber agua sin temor. Y no toqué la plata. Allá está, muerta. Allá, en el bosque vivo...”.
Así dice esa tumba del cementerio de Ábrego. Su voz es silenciosa para que no la escuche nadie que no la deba oír.
¡Hasta mañana¡...