-Estoy seguro de que aquí había una montaña -dijo el explorador, desconcertado.
-En efecto -asintieron los demás-. El mapa la señala. Pero no se ve ninguna montaña. Hay sólo un cráter.
Ignoraba el explorador -tampoco lo sabían los demás- que por ahí había pasado la fe. Y ya se sabe que la fe mueve montañas. El Everest, por ejemplo, estaba originalmente en la Amazonia. Las Montañas Rocallosas se hallaban en África del Sur. El Fujiyama era un volcán de Italia. Y así sucesivamente.
¿Por qué no hay ahora ningún movimiento de montañas? Porque ya nadie tiene fe. O, si la tiene, la pobrecilla está muy debilitada. Ni una piedrita de hormiguero podría mover. Las montañas quisieran ser movidas; también ellas se cansan de estar siempre en el mismo lugar. Pero la fe ya no mueve montañas, como antes. ¡Qué pena!
¡Hasta mañana!...