Camina ligeramente la muchacha, pasa como una nube, como un velero, como una luna nueva por la noche. Yo me pregunto por qué su paso es así, leve, tan airoso que casi no atraviesa el aire. Nada miran los ojos de la muchacha, grandes ojos de luz y de agua en los que podrían caber el sol y el mar. Erguida la cabeza, alta la frente, esta mujer mira los inasibles horizontes de un mundo que solamente ella puede ver.
¿Por qué esa majestad, tanta realeza? ¿Por qué esa vaga sonrisa de esfinge sin alas, de Gioconda morena y cimbreante? Se detiene de pronto la muchacha frente a un aparador. En él hay un letrero: "Semana nupcial. Todo para la novia que se va a casar”.
Entra en la tienda la muchacha, presurosa. Y yo, morador de la perpetua inepcia varonil, siento que pude pasar la yema de los dedos por la cálida y suave piel del eterno misterio femenino.
¡Hasta mañana!...