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MIRADOR

Por Armando Fuentes Aguirre

Sus hermanos aconsejaron a San Virila que no fuera a predicar la palabra del Señor entre los hombres de aquel pueblo.

-Tienen corazón de piedra -le dijeron-.

Pero fue San Virila, y predicó. Y el Espíritu puso en San Virila palabras hermosísimas, llenas de sabiduría y de verdad. Y sucedió que las piedras se llenaron de gotitas cristalinas, como el rocío matinal, y pequeños hilillos de agua clara comenzaron a correr por entre ellas: las piedras, oyendo predicar a San Virila, se habían conmovido de tal modo que lloraron, y aquel rocío eran sus lágrimas.

No así los hombres. Escucharon estólidos la prédica y cuando San Virila terminó le dieron la espalda y se marcharon con su maldad, y su egoísmo, y su soberbia.

Regresó a su convento muy triste San Virila y contó a sus hermanos lo que le había sucedido.

-¿Verdad -le dijeron-, que aquellos hombres tienen corazón de piedra?

-No -respondió San Virila-. Tienen corazón de hombre.

Y lloró, como las piedras.

¡Hasta mañana!....

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