Deja caer el providente nogal la carga de sus nueces. El más ligero viento le sirve de pretexto para dar su regalo. En medio del camino caen las nueces. Salen los niños de la escuela y corren a coger la preciada golosina. Pero antes que ellos han pasado los animales y los carros, y han quebrantado muchas.
Yo miro con tristeza los aplastados frutos y lamento la inútil destrucción. ¡Qué desperdicio! Sin embargo en la tarde llegan las palomas. Con minuciosa dedicación, con prolijo apetito, dan cuenta de las nueces rotas, hasta que nada queda de ellas.
Entonces pienso que en el mundo de la naturaleza no se pierde nada. Únicamente los humanos conocemos esa inconsciente forma de pecado: el desperdicio. Deberíamos aprender de los nogales, que dan, y de las palomas, que saben hacer buen uso de lo que reciben.
¡Hasta mañana!...