Aunque llevaba mucho tiempo ausente, cuando llegó a su casa -dos cuartos de adobe con techo de carrizo- ni su mujer ni sus hijos lo abrazaron. Los campesinos no acostumbran esas demostraciones, y además él fue derecho a tirarse a su camastro.
Pensaron que llegaba cansado del largo viaje desde "el otro lado”. Pero esa noche escupió sangre. Luego, entre sorbo y sorbo de una taza de té de hierbas con mezcal, único remedio a la mano, contó a su mujer que unos policías lo habían golpeado del lado mexicano para quitarle su dinero. Apenas le dejaron para el boleto de autobús.
De eso hace ya tres meses. El hombre todavía camina doblado sobre sí, y se queja de dolores que nunca se le quitan. Pero dice que cuando se ponga bien se irá de nuevo.
-¿Qué más hago? -pregunta perdiendo la mirada en el vacío.
¡Hasta mañana!...