San Virila salió de su convento. La mañana era una sonrisa de Dios. Todos los seres y las cosas hacían su tarea: brillaba el sol, los pájaros cantaban, crecía la hierba, los hombres trabajaban...
Por el camino venía una mujer con sus tres hijos.
-Padre -le pidió a San Virila-. Haz un milagro. Mis niños jamás han visto uno.
San Virila, sonriendo, hizo un ademán. Las flores de un duraznero que por ahí crecía se convirtieron en mariposas y volaron en torno de los niños.
-¡Gracias! -exclamó conmovida la mujer-. ¡Qué hermoso milagro hiciste!
Le dijo San Virila:
-Son más hermosos los tres milagros que hiciste tú.
¡Hasta mañana!...