Los incrédulos le pidieron a San Virila que hiciera algún milagro.
El santo anhelaba vivamente que los escépticos creyeran, y aceptó realizar algún prodigio. Alzó la mano derecha, y el cielo donde brillaba el sol se llenó de estrellas rutilantes.
Los hombres vieron con indiferencia aquella grande maravilla. Luego uno de ellos habló por los demás:
-Interesante milagro -dijo con displicencia-. Pero me temo que no tiene ninguna aplicación práctica.
San Virila regresó a su convento con el corazón lleno de tristeza. Le afligió saber que los hombres consideran que sólo los milagros que les sirven son verdaderamente milagrosos.
¡Hasta mañana!...