HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO
El Señor estaba muy preocupado.
Adán y Eva no daban trazas de tener descendencia, pese a que el Creador, en su infinita sabiduría, los había dotado de lo necesario para tenerla en abundancia.
Con pena y todo el Señor los atisbaba, especialmente por las noches, para ver si hacían lo que la naturaleza ha querido y quiere que se haga para tener hijos. Todo en vano. Quizás sabían la ciencia del bien y del mal, pero al parecer ésa era la única ciencia que sabían. Crecían, pero no se multiplicaban.
Al Señor, claro, le daba pena hablar con ellos para decirles cómo hacer las cosas. Supuestamente él no debía saber de eso. Imaginó entonces algo que sería infalible para infundir en sus criaturas la magia del amor. Y esa noche Adán y Eva, extasiados, vieron en el cielo una maravilla jamás vista que los llenó de inefable emoción, los hizo acercarse el uno al otro y les reveló por vez primera la plenitud del amor. Desde entonces esa maravilla celeste es compañera fiel de los amantes y aliada del Señor en la magna obra de la perpetuación de nuestra especie.
Se le llama la luna llena.
¡Hasta mañana!...