Alguien le comunicó al predicador:
-Dos miembros de la otra iglesia renunciaron a ella y van a ingresar en la nuestra.
-¡Benditos sean! -clamó el predicador alzando los brazos al cielo, lleno de alegría-. ¡Bienvenidos sean los conversos! ¡Alegrémonos por esos hermanos que han visto la luz de la verdadera religión!
-Hay otra noticia -le dice el mensajero-. Dos miembros de nuestra iglesia renunciaron y se van a unir a la otra.
-¡Ah, malditos apóstatas! -bufó el predicador cerrando los puños iracundo-. ¡Condenados sean esos perversos a la Gehena de fuego, donde siempre se escucha llanto y crujir de dientes!
La narración nos muestra que un converso y un apóstata son la misma cosa. Su nombre no depende de ellos, sino del punto en que está colocado el que los ve.
¡Hasta mañana!...