Brazo con brazo van por el paseo de Zamora, en Salamanca, estos dos hombres. El primero se llama Miguel de Unamuno. Su rostro es el de un búho que todo lo mira con mirada intensa. El otro lleva por nombre Cándido Rodríguez. Es poeta y es ciego, lo cual es ser dos veces poeta. O dos veces ciego.
Don Miguel de Unamuno sirve de lazarillo a su amigo que no ve. Caminan y hablan; su paso es lento y su conversación es rápida. De esto y aquello charlan; de un tema van a otro. Así pasan las casas y llegan a donde acaba la ciudad. Con ellos llega la noche, sin luna y sin estrellas.
-Estamos en tinieblas -dice don Miguel-. No veo nada. ¿Cómo podremos regresar?
-Yo sí veo -responde Cándido Rodríguez-. Ahora guío yo.
Y la memoria del ciego los lleva con seguridad por las calles oscuras y calladas...
Hay guías para la mañana y guías para la noche. Aquéllos ven con los ojos del cuerpo; éstos miran con los ojos del alma. Los guías para la noche son los que ven mejor.
¡Hasta mañana!...