Este pequeño nieto mío, José Pablo, tiene la sabiduría de los niños, que es la sabiduría de los sabios.
Pone en el cielo la mirada. Y le pregunto yo:
-¿Qué estás mirando, hijito?
Y me contesta:
-Al Terry.
Lo ve, seguramente, pues nuestro amado perro cocker vive ahora en el campo de las estrellas y las nubes.
Si en el Cielo no hay perros -y alguno que otro gato- será un Cielo muy pobre. Esa región etérea es la morada del amor. Por tanto en ella deben caber los perros, perfectos amadores que nada piden a cambio del amor que dan. Alguna vez quizás me acercaré a la morada celestial. Entonces oiré la voz del Terry, que le dirá a nuestro amo común:
-Déjalo entrar, Señor. Si vieras, no es tan malo.
¡Hasta mañana!...