Don Abundio habla con mucha seriedad cuando va a decir algo que no es serio.
-Déjeme contarle algo que sucedió en el potrero hace muchos años, licenciado, cuando ni usted ni yo nos le habíamos ocurrido todavía a Dios.
Me pongo en guardia. ¿Con qué me irá a salir ahora don Abundio? ¿Cómo me hará caer esta vez en el garlito?
-Lo que le voy a contar -prosigue él- es algo que le va a interesar mucho. Seguramente querrá escribir acerca de esto, pues lo que pasó es realmente fantástico y extraordinario.
Ahora soy todo oídos. A lo mejor de veras me contará esta vez algo digno de atención. Y empieza don Abundio.
-Había aquí un puente que medía 150 kilómetros de largo...
-¿150 kilómetros de largo? -lo interrumpo-. No puede haber un puente de 150 kilómetros de largo.
-Licenciado -me dice él con voz grave-. Si no me cree lo del puente menos me va a creer lo demás. Ya no le sigo.
Se va muy digno; me deja con un palmo de narices. Otra vez se ha reído a mi costa el viejo socarrón.
¡Hasta mañana!...