Voy de regreso. Todos vamos siempre de regreso. Camino del poniente la noche es dulce y tibia como muchacha que siente en las mejillas el hálito de este veranillo indio que anuncia ya el invierno.
De pronto el cielo se vuelve cuadro de Miró. Una perfecta media luna se recuesta de espaldas en la sombra, y sobre ella un lucero coloca su exacta simetría. Aquella fiel balanza llena el cielo. ¿De cuántos miles de años viene esta cita entre la luna, el lucero y yo, cita cumplida en el centro mismo de la noche? Frutero de dura plata, fruto encendido en el ramaje de la oscuridad, la luna y el lucero son barca y alto mástil que cruzan calladamente por el perfil del monte.
Me detengo a la orilla de la carretera para poner en actas de recuerdo la historia del prodigio. Luego tomo en el cuenco de mi mano el cuenco de la luna y en su concavidad apuro la luz de su lucero. Se me ilumina el corazón y se alza al cielo. Lo buscaré esta noche para volverlo al pecho y alumbrar mi regreso con su resplandor.
¡Hasta mañana!...