México, cuando llueve, es color verde.
En estos últimos días voy en avión a Tampico, a Guadalajara, a Toluca, a León, y desde las nubes miro el suelo mexicano convertido en una hermosa nube de verdor. Es que ha llovido, y la tierra se ha abierto como la boca del creyente al recibir la eucaristía o como el cuerpo de la mujer al recibir el amor.
Vendrá quizá luego la sequía, y otra vez las tierras tendrán el color ocre de los páramos. Pero ahora casi todo mi país está pintado de verde. Yo hago una ostia con esa verdura y comulgo con ella. Me parece que la lluvia también llovió sobre mí, y que he reverdecido. Si alguien quisiera verme desde arriba tendría problema para hallarme, porque soy una sola cosa con la hierba, tan humilde y tan agradecida que le basta un poco de agua y un poquito de sol para vivir.
¡Hasta mañana!...