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MIRADOR

Por Armando Fuentes Aguirre

Cuando Virila predicaba el viento se detenía para oírlo, las aves suspendían su vuelo, los animales salían del bosque y los peces sacaban la cabeza del agua como en un cuadro de Giotto. Todos escuchaban las palabras del santo. Todos, menos los hombres. Pasaban indiferentes a su lado y lo miraban como se mira a un loco.

Un día murió Virila. Años después llegó la enfermedad a la región. Hubo desolación y llanto. La gente recordó las palabras de Virila, que eran siempre palabras de consuelo. Pero Virila ya no estaba ahí. Los lugareños pidieron a Dios algún consuelo. Entonces las aves, los animales y los peces llamaron al viento. Y el viento vino y trajo las palabras de Virila, que había guardado en sí como se guarda un eco.

La gente de la aldea supo entonces que la palabra no muere, aunque haya muerto quien la dijo.

¡Hasta mañana!...

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