L U N E S
Pues, nada, que muchos de los alumnos de la Diez y Ocho de Marzo, se inconformaron porque la coordinadora académica de la preparatoria diurna, les exigía ir uniformados y castigaba a quienes no se fajaban bien la camisa. Estos cambios los admitimos, mis contemporáneos y yo, desde hace tiempo; desde que descubrimos que ya no vivimos en nuestro mundo, que estos rebeldes y desfajados nos permiten vivir en un rinconcito del suyo.
Así que no tenemos ningún derecho a reprocharles su vestuario. Si los suyos no lo hicieron en el momento adecuado, ya no tienen remedio. Bueno, lo tuvieran si las jovencitas, sus amigas o sus novias, los rehuyeran por tal motivo, pero, parece que no es así.
Por otra parte, eso del vestir es cosa de cada quien. Porque es mentira que se vista para otros. Se viste cada uno para su propia satisfacción, con luz y hasta mirándose al espejo, después de haber elegido su ropa, y luego al seleccionar la que va a ponerse cada día. Y si algunos protestan contra el vestir uniformes acaso sea por eso, porque pretenden distinguirse de los demás; ser ellos mismos. Lo de ser mal fajado, eso sí no tiene perdón, ni ahora, como no la tuvo en nuestro mundo.
En fin, éste es su mundo, en el cual no ha cambiado la importancia de ser buenos estudiantes y obtener magníficas calificaciones.
M A R T E S
Con esto de las próximas elecciones uno se da cuenta de que es mucha gente la que sabe mucho de los otros, y es tanto lo que se dicen unos y otros acerca de la lana que los partidos manejan, no muy bien que digamos, que a fin de cuentas, la imagen que dejan entre los votantes de los candidatos y de los partidos, es que todos están cortados con la misma tijera, la de la corrupción.
Lo que hoy cuestan unas elecciones es más que un ojo de la cara, y menos mal si con ello se obtuviera la seguridad de un buen candidato electo, pero, lamentablemente no es así, o no lo ha sido en los últimos tiempos, cuando menos.
Supongo que si la elección de Madero hubiera costado lo que hoy cuestan, Madero no hubiera tenido la oportunidad de convertirse en Mártir.
Hoy, sin embargo, cualquier novicio comienza su campaña dando a conocer su cara a todos los campesinos que jamás le han visto, publicándola a tamaño página. Apabullados desde el primer momento por esto, los que serán sus contrincantes, no teniendo personalmente con qué, tienen que ver cómo le hacen para no quedar mal ante los suyos, y así va gastándose nuestro dinero, el que pagamos por impuestos, cada vez mayores.
M I É R C O L E S
Cuentan de las amazonas lo que acaso sea la más bella anécdota que se refiera a ellas: la muerte de su reina Pentesilea. La más bella que tuvieron jamás. Pentesilea luchó contra los griegos en la guerra de Troya, a favor de los troyanos. Prometió a Príamo, rey de Troya, que daría muerte a Aquiles, y marchó al encuentro de los griegos al frente de un grupo de sus amazonas. En la primera batalla, abatió siete héroes griegos sin ninguna baja en su ejército de mujeres. Aquiles supo que una mujer combatía con los troyanos, se armó de todas sus armas y fue al encuentro de aquella mujer al parecer invencible y le gritó: “¡Mujer! ¿Quién eres que te atreves a luchar contra nosotros? ¡¿Acaso la locura se alberga en tu cabeza? Ha sonado tu última hora y tu cuerpo servirá de pasto a nuestros perros.”
Arremetió contra ella, le arrojó la lanza y el hierro le atravesó el pecho. Pentesilea, a pesar de la herida consiguió mantenerse a caballo.
Aquiles le arrojó otra lanza que atravesó el caballo y la amazona. Pentesilea cayó a tierra exánime.
Aquiles se acercó a su víctima, le arrancó la lanza y le quitó el casco.
Y entonces, al verle el rostro, quedó deslumbrado por su belleza. Y se quedó montando la guarda junto al cadáver , para evitar que otro de sus guerreros lo profanara. No lo abandonó hasta que los troyanos lo reclamaron y, según la anécdota legendaria, cuando los troyanos se llevaron el cuerpo muerto de Pentesilea, Aquiles tenía los ojos llenos de lágrimas.
J U E V E S
Son muchos los que piden que se respete a Bagdad, en caso de que no haya manera de impedir la guerra. Y tienen, razón. Entre otras cosas porque Bagdad es la capital de “Las Mil y Una Noches”, ciudad que conociéndola físicamente o no, aman muchas generaciones de todos los países que han pasado su infancia dentro de los muros de sus páginas. Los introdujo en ellas la voz de sus abuelos y luego sus propios ojos que les pasearon por los renglones de sus páginas.
Quién no recuerda, por ejemplo, de su niñez aquello de: “Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era un mozo de cuerda. Era soltero, y un cierto día, mientras estaba en el zoco indolentemente apoyado en su espuerta, se paró delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Musul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y forro de brocado. Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros con largas pestañas y ¡qué párpados! . . .
O bien, aquello de: “Sabe que yo soy de Bagdad. Mi padre era uno de los principales personajes entre los personajes. Y yo, hasta llegar a la edad de hombre, pude oír los relatos de los viajeros, peregrinos y mercaderes que en casa de mi padre nos contaban las maravillas de los países egipcios. Y retuve en la memoria todos esos relatos . . .
O bien: “Cuentan que hubo en Bagdad un comerciante muy rico, que gozaba de honores y privilegios de todas clases, pero no era dichoso, porque Alah no extendió su bendición sobre él hasta el punto de concederle un descendiente. Pero, siendo ya viejo le concedió un hijo tan bello que parecía un trozo de luna. Y le puso por nombre Abul Hassan”.
Bagdad. ¡Ah, Bagdad! ¿Quién no se durmió de niño muchas noches, arrullado con tu nombre . . .
V I E R N E S
El Señor puso el ejemplo: Se lee en el Génesis: “En el principio el Señor creó el cielo y la tierra”. Nada de perder el tiempo. Y es que todo lo que no sea hacer algo, lo que cada quien descubre saber hacer, o aquello que está obligado a hacer, es pura pérdida de tiempo. Los empresarios por la cuenta que ello les tiene; los trabajadores porque si trabajando entregadamente apenas pueden subsistir, perdiendo el tiempo no la harían.
A lo que voy es a esto: Que si veinte años no son nada, como dice el viejo tango, seis o tres años no pasan de ser un polvo, y cuando menos lo piensas ya pasaron.
Sin embargo, los que llegan a puestos públicos creen, o eso parece, que tales períodos, lo mismo seis que tres, son algo así como la eternidad, y unos por una cosa, otros por otra, los toman con calma.
Hay que comenzar, lo que sea, ya, para poder terminarlo ellos mismos, teniendo en cuenta que, si no es así, por muy importante que sea la obra, los que le siguen no le pondrán un sólo ladrillo más, por no ser de ellos, aunque sea de México.
S Á B A D O
La educación del duque de Windsor como príncipe y futuro rey fue muy rigurosa. Cuando se sentaba a la mesa del rey, de Eduardo VII, no le estaba permitido hablar como no fuese para contestar alguna pregunta que le hiciera el rey. Un día mientras estaban comiendo el principito exclamó: ¡Señor! . . .
El rey había levantado la mano interrumpiéndole y el principito hubo de callar. El rey continuó su conversación con otro de los comensales, y después se dirigió al principito. “No debes hablar si no te preguntan. Dime ahora, ¿qué deseabas?
Yo nada, señor. Era para advertiros que había un gusano en vuestra ensalada.
Y el rey, en seguida, sin etiqueta alguna exclamó: ¿Dónde está?
A lo que el principito contestó: Exactamente no os lo puedo decir, señor.
Os lo habéis tragado, y no me está permitido hacer ninguna referencia a vuestras intimidades.
Y D O M I N G O
Con la gran mentira del dios blanco y barbado comenzó la biografía de México. Luego resultó que ese dios era sólo un hombre. Y en esa desilusión seguimos todavía. Es posible que el drama de este país arranque de que nunca tuvo edad de la inocencia. JOSÉ FUENTES MARES.