M I R A J E S
L U N E S
Hay mañanas –los diarios- , y hay noches –la tele- , que ya no quisiera uno tener el interés de enterarse de las últimas noticias, que se han vuelto las de siempre: el deseo de matar que cada día más se apodera de quien manda en el imperio más poderoso que el mundo ha visto, y el deseo de estafar a su propio país de nuestros políticos.
Aquello que alguna vez dijo uno de nuestros ex presidentes, López Mateos, de que cada mexicano traía la meno metida en el bolsillo de otro, no es totalmente cierto en estos tiempos porque sería perder el tiempo para aquellos que las metieran equivocadamente en millones que no traen en ellos nada más que aire, pero que todos los que pueden la meten en las arcas nacionales, eso lo confirman diariamente los mencionados medios de comunicación.
Te quedas pasmado cuando lees nombres de ex funcionarios y aún de ex funcionarias a quienes les echan en cara el haber usado en su beneficio millones y millones, si es que no se quedaron con ellos, como de algunos se dice. Y no pasa nada. Siguen en la calle, disfrutando de su libertad y disfrutando de todo aquello que el dinero hace posible.
Y esto, como decía al principio, es diario. Diario y seguro. En ocasiones pensamos que no vivimos en la República Mexicana sino en una exclusiva de defraudadores, donde el límite es la audacia.
M A R T E S
Como no se puede escapar al tema de la guerra, recordemos que Darío, el que fuera rey de Persia, no era de sangre real, pero, por valiente, pudo casarse con la hija de Ciro y subir al trono. Cuando sólo era un capitán en el ejército del rey Cambises, que fue después su cuñado, por ser también hijo de Ciro, Persia recibió la visita de Polícrates, rey de Samos. Este iba acompañado de su hermano Silofone, un elegante de aquella época, que sorprendió a la corte persa con su túnica color rojo vivo. Darío, muy joven entonces, la encomió y le dijo que daría cualquier cosa por tener una como la suya. Silifone se quitó la túnica y se la dio.
Muchos años después, Darío era el rey de Persia, y un día sus mayordomos le dijeron que un griego desconocido deseaba verle, y que había dicho que iba a cobrarle una deuda que el rey tenía con él. Darío lo recibió.
No lo reconoció de inmediato, y le dijo que sabía que había comentado que iba a cobrarle una deuda; qué cómo era posible eso si ni siquiera lo conocía.
Silofone le aclaró que había estado allí cuando su hermano Polícrates era rey de Samos, y que entonces le había dado su túnica roja. Darío recordó aquello y le preguntó si venía para que se la pagara. Silofone le dijo que no; que lo que quería era que le ayudara a recuperar el trono que había heredado de su hermano y del que le había desposeído un usurpador.
Darío le prometió ayuda, cumplió su palabra y ¡ésta fue la causa de la primera guerra de los persas contra los griegos!
M I É R C O L E S
Constantemente se está uno preguntando sobre lo que la policía puede hacer, sobre lo que no puede hacer, y lo que hace.
A veces te preguntas, también, cuando nuestra policía sorprendiendo a todos da pruebas de su eficacia, cómo es posible que no llegue al final de algunos casos que, en su momento indignaron a nuestra comunidad... Uno de ellos fue el del niño Carlitos, cuya muerte, a pesar del tiempo transcurrido, no se ha aclarado, cosa que muchos dudan, y entonces lo que no se ha hecho es castigar al culpable.
Asombra también que actos punibles se descubran, se revelen, pero la justicia no haga nada al saberlo, y se quede, seguramente, esperando a que suceda algo peor, para intervenir. Este es el caso de ese autobús rojo que recoge niñas humildes para llevarlas a la dirección de un hombre que por unos cuantos pesos juega con ellas juegos que corrompen su inocencia, como si fuera un vicioso emperador romano.
¿Cómo es posible que partiendo de tal noticia no se hagan las investigaciones necesarias y se den los pasos conducentes para castigar la perversidad de tal persona, o negarla si se trata de una difamación?
Lo peor es dejar a la comunidad en la creencia de que sucesos tan graves no se castigan de oficio.
J U E V E S
Óscar Wilde es uno de los escritores entre todo el mundo que más han sabido reducir a frases citables, si no sus pensamientos, al menos su ingenio. Estudió en Oxford y ya allí fue uno de los muchachos de más evidente ingenio. Los profesores le tenían miedo. Y un tal Walter Pater era el único que confesaba su admiración por Wilde. Un día visitó a Wilde en su habitación. Le impuso silencio desde que entró y le dijo que lo admiraba; que le consideraba muy superior a los demás muchachos, y que había venido a decírselo para que lo supiera. Por lo demás, añadió, sé que mi admiración no lo sacará de ningún apuro, y que fuera de allí, lanzado al mundo, los tendría día tras día. El mundo no perdona a los que no saben, o no quieren disimular su inteligencia, le dijo. Y así fue en el caso de Wilde.
Gide había sido un buen amigo de Wilde y decía de él: “Lo mejor de sus obras no es sino un pálido reflejo de su conversación. Quienes lo han oído hablar, encuentran decepcionante leerlo”.
De la amistad de Wilde y Gide se cuenta esta anécdota: Se encontraron en el norte de África, en Argelia, en cierta ocasión. Wilde hacía un viaje corto, de puro placer; Wilde llevaba unos meses allí. Wilde le preguntó si escribiría algo sobre Argelia. Y Gide le contestó que le era imposible; que sólo llevaba allí unos cuantos meses; que en París llevaba viviendo más de veinte años, y no se atrevía.
V I E R N E S
Veintisiete millones de dólares le ha costado a Norteamérica la captura del cerebro de lo ocurrido en Washington el ll de Septiembre del 2001. No sé si es caro o es barato; pero, como esa cantidad no pone en aprietos al país que los paga, me parece que es una ganga. Problema que se resuelva con dinero, no es problema, solía decir un buen amigo mío.
Muchos son los que recordarán lo que había comprobado y solía decir nuestro ex presidente Obregón: Que todavía no había nacido el general que resistiera un cañonazo de cincuenta mil pesos. Aunque conste que él se refería a los de su tiempo, que tampoco eran baba de perico.
Reflexionando sobre lo anterior, nadie sabe, al menos, yo no, por qué no hace él lo mismo y le da una vuelta más al asunto de su guerra, porque cada vez más se está seguro de que no es su pueblo el que quiere la guerra con Iraq sino él y nadie más que él, y en lugar de quitar la paz a tanta gente, echa un cálculo sobre lo que pudiera ofrecer a quien lo condujera al arresto de Hussein.
Si veintisiete millones de dólares dieron el resultado que esperaba, ya vería los Judas que saldrían si por ejemplo ofreciera por Hussein el costo de un día de guerra, o de una semana o un mes. Hasta el perseguido sería capaz de entregarse si le dieran ese dinero, y lo mandaran a quedarse en paz por el resto de su vida en una Santa Elena cualquiera.
Eso independientemente de las vidas de ambos lados que salvaría.
S Á B A D O
Francisco I., rey de Francia, fue derrotado por Carlos V en la batalla de Pavía y conducido prisionero a Madrid, donde se firmó después entre los dos monarcas la paz de Madrid.
De aquel cautiverio real se cuentan varias anécdotas. Cuenta una de ellas que, ya prisionero el rey de Francia, se le acercó un arcabucero español quien le dijo: Sepa vuestra majestad que ayer, cuando supe que hoy se daría la batalla, hice seis balas de plata y una de oro para mi arcabuz; la de plata para seis de vuestros “musiures” y la de oro para vos. Usé muchas de plomo contra vuestros soldados, y cuatro de las de plata para cuatro “musiures” que se me pusieron a tiro. Me sobraron las otras dos y la de oro, que no os pude disparar, pues no os eché la vista encima en toda la batalla.
Pero os la destinaba, y aquí la tenéis, para que os sirva de ayuda en pago de vuestro rescate, que su peso es de una onza y bien puede valer ocho ducados.
Se dice que el rey de Francia aceptó la bala y la guardó después de agradecer su buen deseo al arcabucero español.
Lo más extraño de la anécdota es el largo discurso del arcabucero ante el rey francés, por muy prisionero que estuviera.
Y D O M I N G O
Debería haber más barrenderos y menos diputados. NIKITO NIPONGO.