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MIRAJES

POR EMILIO HERRERA

M I R A J E S

L U N E S

Hoy un hombre ha sido aplazado. ¡Qué tremendo, qué poderoso debe ser, o que lleno de odio debe estar el que tal cosa ha hecho! Dios mismo, con ser todo aquello, no se atrevió a aplazar al hombre. El sabe cómo y cuándo, seguramente; pero, que yo sepa, no se lo arrojó, a nadie a la cara, como Bush a Hussein las 48 horas que ustedes saben. Ni siquiera al diablo, ni siquiera a Judas, ¡vamos! ¡Y miren que ambos le dieron lata!

Cierto es que Hussein es un cara dura, pero, de todas maneras: eso de decirle a otro que a tales horas se le acaba el tiempo para darse por vencido, quiera o no quiera es, en el menor de los casos, hasta falta de educación, y más con las intenciones que, si tú, caro lector, conoces, ¡imagínate si las conocerá el aplazado! ¡Por el revés y el derecho!

Pero, por lo que se le ha visto, Hussein tiene una buena dosis de humor negro que lo hace disfrutar la situación con tal de que el aplazador la sufra. ¡Y sabe que la va a sufrir! Sabe que va a contar los minutos con más ansiedad que él mismo, porque él ya no espera nada y, en cambio Bush, espera que a Hussein se le doblen las rodillas o se le arrugue el cuero, pero, en esta ocasión, de soberbia a soberbia, me parece que el moderno emperador lleva las de perder.

M A R T E S

Resulta que nuestros presidentes, con Fox han vuelto como a humanizarse. Sí. Porque resulta que según iban pasando uno tras otro, cada uno lo era menos, particularmente en cuanto a su resistencia. Sin perder la sonrisa se echaban jornadas que si Hércules hubiera tenido que incluirlas como uno de sus famosos trabajos, con cualquiera de ellos se hubiera lo que decimos “rajado”.

El más destacado de ellos fue Echeverría. Si ustedes se acuerdan de quién era, recordarán también aquellas jornadas de hasta diez y seis horas que se echaba en una sola postura y rodeado de compatriotas que se apenaban de tener que estar remolineando en el asiento, o teniendo que salir mientras él hablaba, aunque daba lo mismo si se quedaban, pues no le entendían ni papa, para desalojar la vejiga, que sentían reventárseles. Pero, el hombre ni a eso. Por cierto, ese fue uno de sus misterios. ¿Qué haría para poder soportar esas larguísimas reuniones, que lo eran por su culpa?

¿Recibiría algún tratamiento especial de parte de sus médicos, o era su propia naturaleza la que le ayudaba a ello? La cuestión es que les daba una fastidiada de Padre y muy Señor Mío a todos los, políticos o no, que querían aparecer en la foto.

Fox, sintiéndose enfermo, operándose, reponiéndose haciendo cama, deja de ser uno más de aquellos míticos presidentes nuestros, para dejarnos ver que sólo es de carne y hueso y un pedazo de pescuezo, como nosotros.

M I É R C O L E S

Por mi parte estos días casi he estado fuera de circulación, y no se sorprendan si uno de estos días les fallo en alguna de mis colaboraciones.

Resulta que a uno de mis ojos se le ocurrió adoptar una catarata, y como las cosas se parecen a su dueño, no se le ocurrió otra que la mismísima del Niágara.

Me puse en manos del oculista (el mejor de la ciudad). Fijamos fecha para que me la extirparan, dejando sólo el tiempo necesario para visitar antes a Simón Alvarez que estaba en el sanatorio, accidentado, según me avisó Everardo Martínez. Como de aquella mala suerte habían pasado días, ya lo habían atendido y Lucrecia lo tenía muy bien presentado. Me dio envidia, y me las prometí igual.

Pero, una catarata no da para tanto. En la fecha acordada me fue operada, y en poco más de una hora ya estaba yo en mi casa, con instrucciones de volver a lo que estaba, como si no hubiera pasado nada. Con todo y el nombre fresco y fantástico que lleva, una catarata ni a enfermedad ni a golpiza llega, que amerite cama, descanso y hasta pijama nueva.

Y aquí me tienes utilizando sólo un ojo, pues el otro todavía no da para tanto, escribiendo esto no porque crea yo que te interese sino porque peor me parece hablarte de la guerra, de la que otros medios ya deben tenerte harto.

J U E V E S

En la Universidad Autónoma de la Laguna se puso ayer, nuevamente, una “Primera Piedra”. En el acto estuvieron presentes el gobernador del Estado de Coahuila, Lic. Enrique Martínez y el presidente municipal de Torreón, señor Guillermo Anaya.

Lo que esta primera piedra contempló antes de ir a ocupar su sitio, fue lo que otra, colocada el 1º. de marzo de 1989 dio inicio, lo que hoy es la Universidad soñada por un grupo de hombres como el profesor y actual rector don Pedro Rivas Figueroa, el Ing. Heriberto Ramos González, Alejandro López Díaz Rivera, Arturo Madero Acuña, José Revuelta Maza, Antonio Irazoqui y de Juambelz, Fermín Maisterrena Fernández, Pedro Valdés Fernández, Salvador Alvarez Díaz, Raymundo Calvillo, Rogelio Barrios, Lic. Carlos Eduardo Murra, Prof. Julio Rodríguez Sánchez, y muchísimos otros que en ese esfuerzo sembraron su grande o pequeño esfuerzo que hicieron posible esta Universidad que hoy enorgullece a nuestra ciudad.

Lo que inicia esta segunda piedra es el “Centro de Investigación y Postgrado, conjunto arquitectónico de edificios destinados a albergar tres módulos: aulas, talleres y laboratorios, dedicados al desarrollo de los estudiantes a través de diferentes disciplinas que forman parte de los planes de estudio”.

Eduardo Arturo Villalobos Chávez, actual presidente del Consejo de la UAL debe sentirse verdade-ramente satisfecho de seguir en la misma línea de aspiraciones de sus antecesores.

V I E R N E S

En ocasiones escuchamos quejarse a jóvenes de menos de veinte años o por esos alrededores, por lo cansados que están detrás de un día de trabajo normal. Nos extrañamos por ello y para nuestros adentros decimos: ¡Pobre! Pobre porque, a esa edad, estamos seguros que le quedan muchos cansancios por delante. ¿Qué va a hacer con ellos?

No se trata de ninguna maldición ni de sudar ni cosa por el estilo; se trata, de una de dos, o de cansarse a diario haciendo un trabajo que no le gusta, o decidir enamorarse de él, a fuerza de hacerlo y gozarlo.

Es el orgullo de hacer tal o cual cosa, lo que se ha perdido. Cualquier trabajo, el que sea, puede llegar a amarse. Si se tiene la suerte de hacer lo que se ama, ¡qué suerte! Pero, generalmente, en la vida no ocurre esto. A un gran porcentaje de gente, particularmente los que no han tenido la oportunidad de cursar una carrera, el trabajo se va presentando en su vida de una manera ineludible. En esas condiciones, si bien le va, escoge por mejor pagado, algo que no le gusta. Pero, sería tonto, ya que tiene que desempeñarlo, no se esforzará para llegar a quererlo, única forma de llegar a disfrutarlo, logrando con ello que no le canse.

S Á B A D O

Si usted acostumbra ver por las noches las noticias por televisión, es posible que haya visto una toma sobre las calles de Iraq que se venía pasando con cierta frecuencia y en la que salía un vendedor de naranjas ofreciendo a gritos su producto; un vendedor como cualquiera otro de cualquiera otra parte, que se distinguía por el entusiasmo que ponía en su negocio, no obstante que las noticias se referían a la posibilidad de esta guerra que ya se dio y que cada día se acercaba más.

Parecía que esa guerra de que las noticias hablaban no se refería para nada al país ni a la ciudad en la que él vivía sino a algo que de pasar para nada le afectaría a él. Y sin embargo, después de las noticias de estos último días tengo que preguntarme si ese hombre, quien haya sido, todavía vivirá.

Es la guerra. En ella participan personas principales que se encargan de establecer la justicia en sus ciudades, o de mantenerla; personas que se escandalizan porque un hombre golpea a otro, o lo hiere; jóvenes en edad en que lo único que les sería propio sería el amor, el amor a otra joven, a su joven esposa, a sus pequeños hijos y, sin embargo, allí están por miles, piloteando aviones que descargan bombas sobre ciudades habitadas por hombres como él, que tienen una familia como él, sin que la mano le tiemble para jalar de la palanca que habrá de soltar la bomba asesina, y cree no serlo, sólo por matar a desconocidos y a muchos y sin riesgo, en lugar de a uno sólo y frente a frente.

Y D O M I N G O

Pero ahora, ¿qué importa un año más en el tiempo de un muerto? CARLOS DIAZ DUFOO, HIJO.

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