L U N E S
Esto nos faltaba ver, y lo hemos visto. La guerra como capricho. La guerra a sangre fría. La guerra sin que el patriotismo tenga que ver para nada en ella, particularmente de parte de los que tiraron las primeras piedras. ¡Y qué piedras! Si algo de patriotismo hay en ella estará de parte de los invadidos, pero, hasta eso cuesta creer. Se defienden porque no les queda otra, pero, nomás.
Asombra, por otra parte, la cantidad de dólares que diariamente le cuesta hacerla, tantos, que podría tildársele de lujo, uno de esos lujos que sólo los que nadan en dinero pueden darse. En comparación con las muertes que antes causaban las guerras, los muertos en ella ahora salen más caros que antes. Bush quisiera que de los suyos no muriera nadie, y a eso llegarán un día, que afortunadamente no llegaremos a ver. De los contrarios mueren varias veces más, lo que es más explicable, pues las armas de unos y otros son bien diferentes, y aunque Hussein esté esperando que el enemigo se ponga al alcance de sus armas, para ver, entonces de a cómo les toca, no le va a funcionar el decir a los suyos lo que aquella madre espartana a su hijo cuando se quejó con ella de lo corto de su espada, cuando le dijo: “Pues, acércate más, mi´jito.” Entonces acaso funcionara el consejo, hoy no tiene la menor oportunidad.
M A R T E S
Alejandro Magno no era físicamente grande, sino más bien pequeño. Era muy fuerte, pero no alto, sino lo contrario. Parece que sentado en el trono de Ciro no le llegaban los pies a tocar el suelo. Después de su victoria sobre Darío, usaba, como escabel dónde apoyar los pies cuando se sentaba en el trono, una mesa de campaña del derrotado rey de los persas.- Un eunuco de Darío le dijo que aquello no estaba bien, que era una manifestación innecesaria del nombre del vencido. Y uno de los filósofos que acompañaban a Alejandro, un tal Filoto, le contestó al eunuco que se equivocaba, que eso no era una equivocación, sino una advertencia; que así Alejandro se advertía a sí mismo que la inestabilidad es condición propia de los imperios de los hombres.
Yo no sé si Bush acostumbrará mantener a su lado algún filósofo, pero debiera, le harían pisar de vez en cuando la tierra; de banqueros y hombres de negocios sí que está rodeado, que ya andarán pujando por los contratos de reconstrucción de lo que cada día las fuerzas armadas norteamericanas vienen destruyendo en Iraq. Ese tipo de hombre es el único que puede entender que el llegar a tal negocio justifique el bombardeo de mercados y calles transitadas cobrando, inevitablemente, la vida de mujeres y niños.
M I É R C O L E S
Hubo en el pasado, todos lo hemos oído alguna vez, un rey muy especial. Entre histórico y legendario se dice que vivió por los años 406/453 y se llamó Atila. Era un rey bárbaro, por lo tanto a nadie extraña que ocupara su vida sólo en destruir, asolar y matar. De ello se enorgullecía y decía de sí mismo “Donde mi caballo pone los pies no vuelve a crecer la hierba”.
Un monje, por razones que se ignoran, le llamó “El azote de Dios”. Y este título se lo aplicó después Atila a sí mismo para justificar su vandalismo.
Nadie esperaba ver nunca a nadie igual.
J U E V E S
Los mexicanos tenemos mala suerte, no cabe duda. Acá padecemos hambre, allá peligro de extinción. No se cuántos norteamericanos andan peleando la guerra en la que su presidente los metió, pero, por pocos que sean son muchísimo más que los mexicanos que firmaron contrato con aquella marina o aquel ejército, porque en la aviación puede que no vuelen. Sin embargo, ya han comenzado a morir. ¿Cómo se hará la selección de los que van a cumplir misiones? ¿Por apellidos, o será cuestión de voluntarios, y los nuestros, claro, son de los primeros en levantar el dedo? Vaya usted a saberlo. Dejémoslo en eso, en mala suerte, en esa mala suerte que nos hace tropezar con las balas, de lo cual, nadie tiene la culpa.
V I E R N E S
Gengis Kan fue el fundador del imperio mongol y el unificador de Mongolia. Una anécdota explica su manera de ser. Su nombre era Gengis y su título kan, equivalente a jefe supremo. A la edad de diez años quedó huérfano. No triunfó en la juventud, pero consiguió imponerse, dominar, crear un ejército de . . . podría decirse que de bandidos. Con ellos destruyó y aniquiló a sus enemigos, apoderándose de casi todo el mundo asiático.
Venció a sus enemigos mongoles, y fue reconocido como gran kan del país; derrotó a las tribus de Manchuria, dominó a todo el norte de China y llegó a ocupar Pekin. Hacia el oeste se apoderó de Afganistán , de gran parte del actual Irán y hasta de extensas regiones de la Rusia actual.
Cuando sus tropas se apoderaban de una ciudad pasaban a cuchillo a los hombres y se llevaban a las mujeres y a los niños. Parte de los conquistadores se quedaban en la ciudad, se establecían allí con sus mujeres y sus hijos y así se expandía el poderío mongol.
Tenía cuatro hijos. Un día los reunió y les preguntó cuál les parecía la mayor belleza que puede gozar un hombre en este mundo. Uno dijo que la caza, otro que lanzarse a caballo a toda velocidad, otro que poseer mujeres bellas, otro que vencer al enemigo.
Ninguno sabe toda la verdad, les dijo, y que él se las diría: “La mayor belleza que un hombre puede gozar – les dijo - es luchar con los enemigos, echárseles encima, vencerles y matarles a todos, entrar en las ciudades vencidas, saquearlo y destruirlo todo, oír los gritos de los vencidos, ver llorar a las mujeres de los muertos, echarse sobre ellas y sobre sus hijas y dejar en todas partes un rastro de dolor, de desolación y de muerte”.
Esto fue dicho por un hombre hace aproximadamente ochocientos años y, si no fuera por la educación pareciera que no han pasado.
S Á B A D O
Todo lo de esta semana acaba por recordarnos a Esopo cuando nos cuenta de aquellos dos hombres que se odiaban entre sí y navegaban en la misma nave, uno sentado en la proa y otro en la popa. Surgió una tempestad como surgen todas, sin avisar, poniendo al barco en peligro de hundirse. El hombre que estaba en la popa preguntó al piloto cuál era la parte de la nave que, en caso de hundirse, se hundiría primero. Cuando el piloto le dijo que la proa, se puso muy contento y cuando el piloto le preguntó por qué, le dijo que porque tendría la suerte de ver morirse de miedo a su enemigo, antes de ahogarse.
Y D O M I N G O
Los gobiernos tiránicos todo lo corrompen y todo lo falsean. RICARDO FLORES MAGÓN.