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MIRAJES

POR EMILIO HERRERA

M I R A J E S

L U N E S

Gusten o no las cosas que van sucediendo, tienen que suceder y nadie puede impedirlo. Es para que sucedan que ciertos hombres nacen destinados. Y son como aquellos ricos que nadie se explica cómo llegaron a serlo, si los conocen como tontos en muchísimas otras cosas que no sea el hacerse cada día más acaudalados. Es que ni haciendo todas las tonterías del mundo pueden dejar de hacer dinero. Para eso nacieron.

Así son los hombres que a través de los siglos han cambiado al mundo. En ocasiones, el poder llega a sus manos de formas increíbles, pero les llega. Unos lo usan de una manera, otros de otra; unos lo administran bien y hacen la felicidad de los suyos; otros lo utilizan, como es el último caso, haciendo guerras, sólo porque el poder recibido se les desborda y no se les ocurre mejor cosa qué hacer con él que matar a otros por millares.

Veinte, veintisiete o treinta siglos de civilización, ¿de qué han servido? Las soluciones del poder siguen siendo hoy las mismas que antes. ¿Por qué a nadie que ha tenido, toda proporción guardada con el ayer y el hoy, el poder que hoy se exhibe por la tele, una solución mejor para ejercerlo. ¿Por que, por ejemplo, en lugar de enfrentar al prójimo en desventaja, no declara la guerra a la pobreza, comenzando con los suyos, que no hay país por rico que sea, que deje de tenerlos? Redime de ella a algunos, con los que forma sus ejércitos, pero hay más, y no tienen por qué exponerse a morir para comer.

M A R T E S

Viendo, lo que no veíamos de las guerras del primer medio siglo del XX, es decir la muerte o la mutilación de tanto niño, siempre me quedo perplejo. No me explico a mí, Dios, porque lo tengo, si bien legado por mis mayores, determinando las muertes trágicas, y menos a esas edades, y menos todavía, porque es peor, la crueldad de las mutilaciones con que algunos niños han de sobrevivir por años, dependiendo de otros.

Hombres duros deben ser los militares, gente que de no haberse inventado los ejércitos en los que encontraron refugio, muchos de ellos seguramente hubieran acabado en facinerosos, en forajidos. Allí está el ejemplar nuestro que hizo el camino al revés, comenzando como esto y acabando en general.

Duros deben ser porque siendo testigos de primera fila de lo que los civiles vemos a diario en los noticieros, no se conmuevan lo suficiente como para en un arranque de compasión, que quiere decir sufrir con otro, no se arranquen las medallas que en su vida han ganado por hacer lo que hacen, que es lo que ven, o si es teniente primerizo empieza a ganar, las tire lejos de sí y principie a trabajar por la paz de otra manera.

Lamentablemente, ya lo decíamos ayer, todo está predestinado, y esta gente que da las órdenes para que las bombas salgan de sus cañones o lo que sean, con rumbo conocido y apuntado, a destruir construcciones y matar soldados, civiles, mujeres, hombres y niños, mutilando a algunos, tiene la responsabilidad de que eso suceda.

M I É R C O L E S

Lo que ahora queda por ver es cuánto tiempo habrán de quedarse dentro de Iraq los invasores. No sé si esto también lo sepan desde el momento en que dieron la orden de ¡Adelante, hacia la guerra! Era mucho lo que sabían, incluso, según se sabe, tenían ya escogidas las compañías que habrían de encargarse, en su momento, de la reconstrucción del país arrasado, o casi. Pero, salir. Eso es más difícil.

El mismo día que declararon el triunfo y ayudaron a los iraquíes a derribar la estatua principal del terrible dictador, el caos comenzó. El pueblo comenzó a cambiar las cosas de lugar: del lugar que estaban a sus casas respectivas. Todo lo que un hombre podía llevarse entre los brazos o cargar en sus espaldas, o mover en un desvencijado automóvil, salió de los diferentes palacios del tirano y algunas casas ricas: alfombras, sillones, candiles, aparatos electrónicos, ropa, etcétera, sin que nadie hiciera el intento de impedirlo. Si un soldado invasor hubiera hecho el intento, supongo que allí habría quedado. Por eso no lo hicieron.

Dos o tres días de ello fue suficiente, el pueblo, salvo los miedosos, imposible hablar en este caos de honradez, se bastaron y sobraron para cambiar todo de sitio. Yendo cargados, volviendo de vacío, parecían laboriosas hormigas ocupadas de lo suyo, sin miedo a los fotógrafos de los que les protegía su calidad de seres anónimos, pueblo, en fin.

J U E V E S

¿Así que cuándo saldrán de donde nadie los llamó, ellos se metieron? Nadie lo sabe. Ni ellos mismos. Claro que podrán salirse cuando ellos quieran, así lo han hecho en otras partes. Cuando terminen lo que han ido a hacer, y que sólo ellos saben. Antes de terminar, por darse cuenta de que no les es posible hacer más. Porque no falta mucho para que se den cuenta de que no se entienden con aquel pueblo, y no por cuestión idiomática, sino porque poco saben de él y no quieren saber más, pero sí quieren cambiarlo.

Cambiarlo totalmente. Hacerlo a sus costumbres: a su sexualidad ostentosa, a su manera de comer, a su manera de hacer negocios, de considerar el éxito y el fracaso, y todo esto necesita de tiempo no tasado en años sino en generaciones, y aunque después de todo lo ocurrido Bush acaso tenga segura su reelección, el tiempo que esto le da no es suficiente. Tendrá que hacer, pues, cuanto antes lo que haya decidido: o poner a sus gentes, o dejar que pongan las suyas con entera libertad los iraquíes, que de eso se trataba, ¿no?

V I E R N E S

De George Noel Gordon, lord Byron, que llevó una vida extraña, se cuenta que la empresa de libertar a Grecia de la opresión de los turcos obedeció a razones o exaltaciones misteriosas, nunca puestas en claro. Tal vez todo lo hizo Byron siguiendo sus raros impulsos de poeta extravagante.

En Cefalonia encontró a un amigo inglés y, como todo el mundo, quedó muy extrañado al conocer los motivos del viaje de Byron. Así que le preguntó qué interés tenía en librar a los griegos de los turcos.

Byron le contestó que no era eso exactamente, sino que los turcos eran gente muy superior a los griegos, mucho más cultivados y mucho más civilizados, y que como los griegos eran tan pillos y bribones como en tiempos de Temístocles, su único propósito era impedir que la maldad natural de los griegos se contagie a los turcos y les arruine su bondad natural.

Sin embargo, antes de morir, dicen que dijo: ¡Pobre Grecia! ¿Por qué no habré comprendido antes todo lo que comprendo ahora?

S Á B A D O

Acerca de armas se cuenta que fue al arco largo, derivado del galés y empleado contra los montañeses de Escocia al que se debió la victoria de los ingleses sobre los franceses dándoles el mando del Canal de la Mancha.

Tenía casi trescientos metros de alcance, y en manos diestras, una cadencia de disparo de diez a doce flechas por minuto, frente a las dos de las ballestas. Era por consiguiente una revolución de capacidad de tiro, y a doscientos metros no erraban.

Dispuesto a enfrentarse con Francia Eduardo I de Inglaterra, tuvo que compensar su inferioridad numérica con alguna ventaja táctica o de armamento. En 1337 prohibió bajo pena de muerte todos los deportes menos el del arco, y canceló todas las deudas de los artesanos que fabricaran los de tejo y las flechas correspondientes.

Otra arma, el cañón, entró en la historia en este período, pero con timidez, a modo de prueba, y con poca efectividad. El primero era pequeño, de hierro y con forma de botella. Disparaba un proyectil férreo de cabeza triangular. La dificultad de atascar la pólvora, introducir la bala y retener los gases hasta que se condensaran con fuerza explosiva suficiente, impidió el cañoneo efectivo en el transcurso de todo el siglo XIV. ¿Por qué la humanidad no se quedaría en eso?

Y D O M I N G O

Hay muchos virtuosos que no han prevaricado por no tener la oportunidad de hacerlo. VICENTE LOMBARDO TOLEDANO.

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