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MIRAJES

POR EMILIO HERRERA

L U N E S

Como suelen decir en materia deportiva y con mayor frecuencia en el box, al campeón se le va hasta que pierda, así que no hay ninguna sorpresa en el hecho de que un yerno de Saddam Hussein se haya entregado, regresando de Siria. ¿Quién iba a ser su campeón sino el que, al parecer huyó? Es el primer partidario que lo hace, no será el último. Familiar o no, el miedo no anda en burros, ni aún en Iraq. Si el propio Hussein, al verse perdido, en lugar de cometer un acto heroico suicidándose para salvar a los suyos, puso pies en polvorosa cobardemente, poniendo antes, seguramente, a buen recaudo su fortuna, pues sin ella no tendrá cabida en ninguna parte, ¿qué se podía esperar de quienes vivían a sus costillas, parientes o no?

Morir, es posible que Saddam no haya muerto, pues ya lo hubiera festinado su ex amigo y hoy su inexorable enemigo, el señor Bush, que no lo ha hecho. Pero, es cuestión de darle tiempo al tiempo. Lo alcanzará si vive. Y lo hará arrepentirse de no haber muerto antes si no con dignidad, al menos en mejor momento.

Entre tanto, un pueblo cuya historia es una de las más antiguas del mundo no sabe en qué acabará. Posiblemente llegue a ser más rico que sus propios sueños si al respecto los tuvo; pero, jamás volverá a ser lo que fue, porque la Roma moderna, su invasora, olvida que ella también fue un día, según el decir de Benjamín Franklin a los franceses, en un folleto escrito por él, un país en el que “prevalece una feliz mediocridad general”, y le arrebató la posibilidad de llegar a sacudirse un día por sí mismo la tiranía que le dominaba.

M A R T E S

Sólo una vez salí de vacaciones en Semana Mayor y juré que nunca volvería a hacerlo. Por supuesto, no me refiero a ir a alguna parte de la que se pueda volver al pardear la tarde. Tampoco a Saltillo o a Monterrey, a donde suelo ir a reunirme con los míos aprovechando hasta esa oportunidad, pero, para tú de contar.

Quedarse no es, por otra parte, fácil tampoco. Los días que, cada vez, te duran menos cuando son hábiles, cuando no lo son se alargan como sólo Adán y Eva lo habrán atestiguado. Acostumbrado a carrerear un poco, tampoco en exceso, las cosas con medida, te encuentras con que, mentira, no tienes a dónde ir por las mañanas, y que bien habrías podido quedarte en cama hasta más tarde, que fue una de las ilusiones de mi niñez, cuando veía a mi tío dormir hasta tarde los días de entre semana que no dormía en el rancho, y al despertar ser servido con una taza de algún té y “El Siglo” que leía entre trago y trago, para terminar almorzando allí mismo. Cuando yo sea grande, me decía entonces, haré lo mismo. Y no lo he hecho. ¡Claro que no lo he hecho! Primero, segundo y tercero, porque si se lo pido a Elvira es capaz de darme gusto, y pienso que si dentro de poco (por mucho tiempo que esto sea) voy a estar acostado para los restos, como que es tonto quedarme unas horas más en cama. Además de que eso ya no se usa. Y pensar en tonterías como éstas en Semana Mayor no era sino subterfugios para que el tiempo pasara, pasara, pasara.

M I É R C O L E S

Se dice una y otra vez, y siempre ha salido cierto, que no hay mal que para bien no venga. (También se dice de otra manera, pero, ahora me conviene decirlo como lo he dicho.) Y ahora que la noticia dice que “Crecen divisas petroleras”, empiezo a pedir a quien las puede, que no nos vaya a enloquecer a otro, y que nos salga también con que debemos prepararnos para administrar nuestra riqueza. Bien es que cuando se comienza a ver este tipo de noticias es un mareo seguro por las cantidades de dólares que se mueven, porque eso de imaginar a nuestros trabajadores petroleros, que no falta quién haya tildado en algún momento dado de flojos, mover un promedio diario de un millón 850 mil barriles, te pone a sudar, y eso por imaginarlos, ahora imagínate moviéndolos.

¿Cuánto hace que el petróleo apenas valía y andábamos rogando para que nos compraran algo? Y ahora ¡pum!, de buenas a primeras nos dan prisa para surtirlo a 30 dólares el barril, al que creo recordar no nos lo compraban desde la última guerra.

De alguna manera, aunque éste sea un auge proveniente de una guerra que nos beneficia indirecta-mente, ojalá, mientras dure, pueda dedicarse a crear empleos más duraderos todavía.

J U E V E S

Novedosos que somos, como en todas partes, que tampoco nos las vamos a echar ahora de exclusivistas ni cosa por el estilo, cuando se comenzaron a abrir cafés a porra temí por la vida de los que por tantos años fueron los únicos. Y no, la verdad es que, si bien por algunas semanas como que los tradicionales se vieron abandonados, no fue sino esa curiosidad que no quiere quedarse un paso atrás de la general, y va ver cómo está lo nuevo. Y lo encuentra bien, es cierto; pero, también encuentra que allí faltan las caras de los contertulios que le son familiares, y también la mesera o el mesero que le atienden y que le saben sus gustos, que no es poco saber; las cajeras no; las cajeras son iguales en todas partes, bonitas muchas, pero, sin tiempo para sonreír, será porque casi todos llegan al mismo tiempo y lo que quieren es pagar y salir, y ellas sacudírselos.

¿Qué haría nuestra ciudad sin sus cafés. ¿Dónde se refugiarían todos esos laguneros que llenan sus mesas a diferentes horas del día? Y lo peor, ¿Qué harían sin esa hora (algunos de mañana y tarde) en que reunidos con sus amigos se disfrutan mutuamente y a diario se atreven a componer al mundo? Malos componedores sí son, porque al día siguiente que vuelven a verse el mundo sigue trastabillado, pero, también, sin ello, no tendrían tema.

Lo importante es que, a fin de cuentas, son muy leales a su sitio y, extremando, hasta parte de la decoración. No diré que la ausencia de uno, pero sí que la ausencia de un grupo se nota de golpe, al llegar.

V I E R N E S

De Lincoln cuentan que cuando la guerra entre el norte y el sur, empezó trabajando como abogado. Un campesino le consultó cómo podría hacer para no pagar un impuesto existente sobre las cabezas de ganado.

Lincoln le preguntó que cuántas cabezas de ganado tenía , y el campesino le contestó que dos bueyes, pero que no los usaba, y por lo tanto no los sacaba para que no se dieran cuenta de que los tenía.

Lincoln le recomendó entonces que pidiera que se le incluyeran entre los bienes inmobiliarios, pues se podían considerar como parte del establo.

Ya siendo presidente de los Estados Unidos, un día le preguntaron a qué sabía eso de ser presidente.

Lincoln les dijo que si recordaban el cuento del hombre cubierto de pez y emplumado, a quien llevaban en una carretilla para echarlo fuera de la ciudad. Un espectador salió de la muchedumbre y le preguntó si la cosa le gustaba, y el hombre contestó: “Pues, mire usted, si no fuera por el honor que me hacen, preferiría ir a pie”.

En otra ocasión, Lincoln admitió en su ejército a un oficial alemán, que había llegado a Norteamérica después de huir de su país por razones poco claras.

Aunque me vea huido no soy un cualquiera. Pertenezco a una de las familias de nobleza más antigua de Alemania, le explicaba, cuando Lincoln le contestó, que no se preocupara, que no creía que eso le impidiera prosperar en el ejército de los Estados Unidos.

Ésta era la importancia que le daba Lincoln a la nobleza europea.

S Á B A D O

Según cuentan, Blaise Pascal fue un niño prodigio. Su padre, temiendo de que tanto estudiar matemáticas le pudiera perjudicar la salud, le dejó un tiempo sin libro ninguno. Y el niño Pascal, a solas, compuso por su cuenta la geometría hasta la proposición 32 de Euclides. Y a los dieciséis escribió un tratado sobre las secciones del cono. Lo mandó a Leibniz y este sabio filósofo y científico no quiso creer que aquello fuese obra de un jovencito de dieciséis años, hasta que le conoció y se convenció de la clara inteligencia matemática del muchacho. Un amigo de Pascal le hablaba un día sobre cierto personaje del que decía ser tan gordo como tonto. Y Pascal comentó: He aquí la prueba de que un cuerpo puede tener mucho volumen y poca capacidad.

Hablaba un día Pascal de sus obras y decía: Nuestro libro tal . . . Nuestro libro cual . . . Decía siempre “nuestro” en vez de “mi”. Le preguntaron la razón y daba ésta: “Nadie es capaz de escribir un libro sin aprovechar mucho de lo que otros han escrito antes. El que habla de “mis” libros, olvida esto y mejor diría siempre “nuestros” libros.

Y D O M I N G O

Donde mejor está un ex presidente es en el olvido. NIKITO NIPONGO.

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