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Mirajes

Por Emilio Herrera

L U N E S

El día que develaron su busto en nuestra Alameda Zaragoza, fui a felicitar al P. DAVID HERNÁNDEZ GARCÍA. S. J. . Al estacionar me encontré con Augusto Hugo Peña, que iba a lo mismo, como cientos de laguneros que, desde temprano, agotaban los asientos preparados para el efecto o esperaban protegidos contra los rayos del sol en las sombras de los árboles más cercanos. Desolada, María Isabel Saldaña, que ya estaba allí, se acercó gentilmente a saludarnos, y en eso estábamos cuando el rumor nos llegó:

“¡Ya llegó!. ¡Ya llegó!”. Efectivamente, en ese momento, un automóvil paró en la calle, a dos pasos de donde nosotros estábamos y, al abrirse la puerta de atrás no tuve más que dar aquellos dos pasos para estrechar la mano del padre Hernández y felicitarlo, que era a lo que yo había ido.

Al verlo, me dí cuenta de inmediato que aquello no había sido un simple saludo sino nuestra despedida.

No puedo alardear de haber sido su amigo. En un momento dado nuestras vidas se cruzaron y tuve la suerte de conocerlo; de ello hace pocos años; aspiraciones mutuas nos acercaron, y en varias ocasiones compartimos una misma mesa de trabajo.

Le desbordaban el amor a nuestra, y suya, muy suya, ciudad de Torreón, y el amor a la cultura por las que desde hace años trabajaba infatigablemente en unión de los hermanos Ernesto, ya fallecido, y Alberto González Domene, con resultados muy positivos.

Promotores como el P. David Hernández García, S. J., apoyo decidido de toda causa noble, son muy importantes para Torreón. Con su muerte nuestra ciudad ha perdido un hombre que ya le hace falta. ¡Descanse en paz!

M A R T E S

No obstante el tiempo transcurrido tanto de guerra como de la anunciada paz en Iraq, los investigadores del Imperio han sido nombrados y desnombrados sin que hasta la fecha nadie haya podido encontrar los depósitos de las armas de destrucción masiva cuya existencia fue el motivo esgrimido por Bush para meter en este embrollo a los que quisieron y a los que no quisieron, aunque el real era el petróleo que, ¡dónde se le iba a escapar! y que desde el primer día viene cuidando.

Nadie se asombraría si un día saliera con la novedad de haber, ¡por fin! encontrado las tales armas. Los ganadores pueden permitirse tales milagros y más, el día que quieren.

Pero, ¿a qué tantas mentiras si su poder es tanto que pueden hacer lo que les da la gana cuando quieren? Al menos eso, hablar con la verdad. De todas maneras ésta es la que va a prevalecer. Su poderío, cada día mayor, necesita tener credibilidad, pues mientras más bienes, más riqueza, más hacienda tenga más regado estará eso por el mundo, y necesitará de gentes que crean en ellos para defenderlo.

M I É R C O L E S

Por nuestra parte, nosotros también tenemos petróleo, y no han sido por demás todas las declaraciones, incluida la de nuestro señor Presidente, en el sentido de que Petróleos Mexicanos no está a la venta. Por barriles sí, lo que quieran, pero no como institución.

Lo que debió agregar nuestro Primer Mandatario, es que si no está a la venta, tampoco está a disposición del primer audaz compatriota que se levanta con lo que puede de sus dineros, seguro, uno tras otro de que no pasará nada, como nunca ha sucedido en el pasado.

Aunque no deja de poner miedo el énfasis que se ha puesto en tales declaraciones de tanta gente de calidad al respecto, pues la lección del pasado ha sido que mientras más se niega una cosa ella acaba por suceder.

Ojalá y haya firmeza en las declaraciones y en Petróleos se comience a trabajar con verdadera seriedad y capacidad, pues hemos acabado con muchas de las riquezas que la naturaleza nos dotó, y ahora no sólo se trata de no vender Petróleos Mexicanos sino de trabajarlo conscientemente para hacerlo producir lo que debe producir y, luego administrar con honradez y transparencia.

Hay que estar pendiente de todo esto, pues tal como andan las cosas en el Imperio, de seguir en Petróleos con esos préstamos y esos despilfarros, un día nos podemos encontrar invadidos porque vienen a administrar lo que no sabemos. ¡Ojo al Cristo que es de plata!

J U E V E S

Decían allá por el renacimiento, en los tiempos de Lorenzo de Médicis, en los que grandes fortunas se hicieron y otras que habían sido mayores se deshicieron, que “hay algo peor que ser pobre; no haberlo sido”. Y eso era, y sigue siendo una verdad de a folio.

Cuando uno se pone a pensar que muchos pobres lo han sido por generaciones tiene que llegar al convencimiento de que aquéllos para quienes la vida ha sido así, han aprendido una sabiduría especial que les lleva no a la resignación sino a la comprensión del papel que representan y para el cual fueron escogidos por la divinidad. ¿Por quién si no?

El pobre nuevo, el que no siempre lo ha sido, es el que sufre, el que protesta, el que maldice. El pobre por generaciones, siente orgullo de ser lo que es. Sabe el valor que tiene. Seguramente sabe que muchas de las cosas que han sucedido para llegar al mundo que tenemos no hubieran podido ser sin su concurso. Con poco alimento y mucho látigo, arrastraron las grandes piedras que hicieron posible a los primeros artistas dejar huella de su paso; sembrando con sus cuerpos los campos de batalla produjeron los primeros imperios; sin su concurso “La Pinta”, “La Niña” y “La Santa María”, a lo mejor no hubieran podido zarpar, dando con ello una segunda oportunidad a los escandinavos.

En fin, que hay pobres y pobres. Unos que padecen, y otros que están seguros de que sin ellos el mundo sería menos de lo que es.

V I E R N E S

Las cosas se van armando de soslayo, sin que uno se dé cuenta, hasta que un día no puede dejar de verlo. Así el tránsito de automóviles.

Un día encontraba uno que por una calle, o avenida, el tránsito era imposible y, sencillamente, se cambiaba a otra. Pero un día ocurrió que esa otra no se encontró con la facilidad de antes; que ahora nuestro tránsito está igual por todas partes y a cualquiera hora, así sea pico o no lo sea.

Y entonces siente nostalgia por los caballos y sus caballeros. Los dos últimos que vi, viviendo entonces por la avenida Allende, que ellos escogieron para ir y venir por ella, fueron el señor Meraz y el señor Lack.

Don Angel, el primero, y el segundo no lo recuerdo o no lo supe nunca.

El primero cabalgaba vestido a la mexicana, el segundo a la inglesa. Cada cual tenía su hora, pero era por la mañana. Sus cabalgaduras eran muy bonitas y ellos las montaban bien: “¡Qué buenos caballeros eran!”.

Me gustan los caballos (más que los autos, desde luego) porque yo nací en Sacramento, pero fui creciendo en Arcinas, en Eureka y hasta en El Barro, así que a diario veía salir a mi tío Manuel y a los suyos a caballo al campo (alguna vez me llevaba con él) y volver. No digo que fueran de admirarse, porque no sería cierto. Las cabalgaduras sí, pero, mi tío por ejemplo ni sombrero ancho usaba; de campo, sólo zapatos de una pieza.

Los rancheros, líderes incluidos, ahora sólo automóviles usan.

S Á B A D O

El calor te trae el recuerdo del agua. Por supuesto, todo lagunero de mis tiempos la primera agua que recuerda es la de nuestro río brincando las piedras, cuando todos íbamos a verlo, a admirarlo, a quererlo. Con la inconsciencia de los diez años, sin saber nadar ni querer que lo supieran ni cosa por el estilo, alguna vez fui, con otros mayores, a meterme en sus orillas, más allá de sus puentes, en su agua achocolatada. Mi ángel de la guarda debe haber andado muy ocupado esa tarde por mi estupidez, pues aquí estoy recordándola.

Después, entre los once o los doce años conocí Peñón Blanco y con él su río de aguas transparentes, en las que aprendí a nadar y a tirarme de su “Peña Alta” que a mí también me lo pareció entonces. Allá fui mucho con Alfredo Saeb. A diario íbamos a nadar a aquel sitio. Una maravilla. Volví hace unos meses y, claro, nada era como lo recordaba. Todo se me volvió chiquito, todo se me volvió bajito, todo se me volvió angosto.

Luego vino la Alberca Esparza. ¡Uy, qué alberca! Nunca volverá a haber en esta ciudad otra como aquélla. El agua pasaba por ella para ir a regar los campos de don Hilario, así que corría constantemente y, por lo tanto su frescura era permanente. En sus trampolines Samaniego se lucía de lo lindo, y el “gringo” Ezquerra se ponía a nadar de ida y vuelta y alrededor por horas, hasta que se aburría. Y en la arena donde estaba instalada la red correspondiente, Carlos Volkhusen, Alberto González, Rodrigo Navarro y todo su personal del primer “Liverpool” , incluido Luis González Benítez, que casi lo era, jugaban por turno, entre risas y bromas partidos de volibol.

Y D O M I N G O

¿Sabe Parques y Jardines que todos los camellones de la Colón en parte están verdes y en parte sólo son tierra dura? Una manita, ¿no? Y vigilancia.

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