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MIRAJES

Por Emilio Herrera

L U N E S

La realidad es que, antes de hacer el Señor el mundo nunca antes había hecho otro. Eso le disculpa de los errores que de vez en vez algunas de sus creaturas descubren en su obra, más que nada porque llegan a ser víctimas de alguna falla. El descubrimiento es de chiripa, como cosa de humanos.

La muerte, por ejemplo. ¿Por qué algunos hombres, y entre ellos muchos reconocidos por sus vecinos como gente muy buena, tiene que morir como resultado de enfermedades largas y dolorosas, que no sólo le hacen sufrir a él, sino, también, a sus familiares? ¿Por qué no hacernos desaparecer sin más ni más, inclusive con todo lo que llevamos puesto, el día y hora que nos toca, sin dar problemas a nadie? Con lo fácil que le sería. Sólo un ¡Hágase así! Sobre todo cuando esos cuadros de dolor de las muertes dolorosas a nadie sirve para nada. Hace un siglo o más todavía eran ejemplares, pero, las nuevas generaciones se ríen de los ejemplos.

Dicen que cuando el autor de “Santa”, Federico Gamboa, iba a morir, exigió la presencia de todos sus hijos alrededor de su lecho de muerte, para que vieran cómo moría, serenamente, un caballero cristiano, y lo tuvieran como un ejemplo para cuando les llegara su hora.

Ahora cada quien muere como puede, a veces de enfermedades que no existían cuando llegaron al mundo.

M A R T E S

Lo que hoy comienza a traernos a mal traer son las drogas, no las comerciales que, más o menos, todos los que se respeten tienen, y de pronto nos damos cuenta de que cada día más aumenta el número de los que viven mejor gracias a su venta.

No nos importan mucho, ni poco, los que ya en edad adulta, jugando con el resto de sus vidas, diciéndose “voy a ver qué se siente” se atreven con el primer carrujo o con el primer polvo; pero, sí nos preocupa, y mucho, los jóvenes y de una manera particular los niños, porque ¡ni a la niñez respetan los narcotraficantes!, según se dice.

De pronto, la comarca parece haberse llenado de esos trágicos vendedores que por ser lo que son se supone que sean jóvenes también y solteros, pues no creo que quienes tengan hijos sean capaces de vendérsela a los hijos de otros, aunque, todo puede ser, el mundo ha cambiado en tantas cosas que ya no sabe uno nada de nada.

Lamentablemente la economía de las ciudades hermanas es tan raquítica en relación a los problemas que tiene que enfrentar, que sería tonto sugerir que la policía se doblara para impedir que los narcotraficantes se acercaran a las escuelas (y ojalá no se le vaya ocurrir a algún profesor meterse en esas danzas), pero, quisiera Dios se pudiera, pues todo lo que se haga por los niños será poco.

M I É R C O L E S

Por allá a mediados del siglo pasado aquellos jefes tártaros que se titulaban Khan y que vivían en París dándose la gran vida con el dinero, que no sé, puesto que no lo recuerdo, si cada año o cada cinco les donaban sus compatriotas entregándoles en oro o en joyas lo que pesaba, de manera que tanto el padre, que se llamaba Aga, como el hijo que se llamaba Alí, hacían constantemente lo necesario para no perder un gramo y aumentar los kilos que podían.

Al padre un día se le acerca un mendigo y le pide cien francos; le dice que no se los da porque los ha de querer para emborracharse, jugarlos o dárselos a alguna mujer, y cuando el pordiosero le dice que no los quiere para nada de eso, le dice que se los dará siempre y cuando lo acompañe a su casa. El mendigo accedió; el Aga Khan le lleva a su casa donde lo presenta a su esposa, a quien le dijo: “A veces me reprochas algunos de mis vicios. Pues ahí tienes a este hombre que no bebe, no juega, ni trata con mujeres. ¡Y ya ves de qué le ha servido!”.

En cuanto al hijo, una vez estaba en un baile. Dos mujeres, una europea y otra americana, llegaron con el mismo modelo de vestido. Cuando se dieron cuenta se iban a retirar del baile. Él se enteró y les propuso que, echándolo a la suerte, una de las dos se quitara el vestido que él rasgaría y la envolvería con la tela en forma que podría seguir participando en la fiesta.

Perdió la americana y Alí Khan sólo necesitó diez minutos para envolverla en los trozos de la tela, y tuvo tal éxito que la europea dijo que, de haberlo sabido habría hecho trampa para que le tocara a ella. Según parece el éxito se debió a que Alí Khan al envolver a la americana había dejado uno de los pechos totalmente al descubierto.

J U E V E S

Que un grupo de jóvenes vayan por todos lados con guaruras que no sólo les protegen sino que les permiten convertirse en provocadores, ya es, de por sí, escandaloso, pero cuando además se salen con la suya en materia de decisiones de la autoridad que como único recurso para controlarlos se ve precisada a suspender el paseo dominical de automóviles que, desde hace años se venía celebrando en la colonia Torreón Jardín, eso no tiene nombre.

Si un grupo así se impone, y todo por, no diré que miedo ni temor a castigarlos, sino por cierto desconocido impedimento a hacerlo, ¿qué se puede esperar que suceda cuando los narcotraficantes se acaben de organizar en nuestra ciudad y luchen por la producción de ventas en las diferentes zonas en que acaben por dividirla?

En realidad, fuera de los residentes en la calle Central de Torreón Jardín, que son para quienes el mencionado paseo dominical puede ser una diversión o una molestia obligada, al resto de los que en esa colonia viven, y menos a los que viven en cualquiera otra parte de la ciudad, el que haya o no paseo les da lo mismo. Pero, el que se deje de hacer porque es la única manera de resolver el problema de esos Juniores y sus guaruras da una pobre imagen de nuestra autoridad y explica, en cierta forma, por qué otras, ni ésta todavía, no han resuelto el problema de los ambulantes ni el del transporte, ni el de ciertos horarios ni ciertos vendedores, ni resolverán mientras no se decidan a castigar.

V I E R N E S.

Hay cosas que no se olvidan nunca, aunque del mundo que se vive hayan desaparecido, o casi. Ahora recuerdo, por ejemplo, y no sé por qué, porque sí, que es el mejor motivo para recordar, el ruido de un molino de nixtamal que allá en mis primeros años me despertaba en el rancho de Arcinas que, de pronto, me han dado ganas de volver a ver. ¿Cómo estará?

¿Lo reconoceré? Recuerdo (como si fuera ahora) una mañana que montados en sus caballos vi a José Cueto, a Manuel Hoyos, mi tío, desentonando un poco con su sombrero urbano que jamás cambió por otro, como tampoco vi nunca en mangas de camisa, pero sí en camiseta, siempre de lana, lo mismo en invierno que en verano, y a Vicente, su hermano, a pie.

A esa misma edad, muy chico, salí alguna vez a caminar sin rumbo por el campo una mañana, viendo sin ver, hasta ver de pronto que estaba en medio de una serie de tumbas. Estar en un cementerio al medio día, con el sol a plomo, es peor, yo te lo digo, que estar a media noche, sólo tú y ellos. Yo te lo digo. Puedes creerme. Todo será cuestión de tu imaginación.

Y con ella algunos logran que algunos de los que allí descansan se corporicen sólo para causarles la muerte. Pero les pasa, sólo les pasa a los valientes, los que no lo son ponen pies en polvorosa, como yo, y por eso es que aquí estoy recordando cosas que pasaron hace no sé cuántos años, pero muchos.

S Á B A D O

A mí me asombraron siempre mis amigos que me hablaron de sus sueños antes de dejarme abandonado sin esperanzas de volver a contármelos. Me parecieron afortunados sencillamente, porque cada noche al ir a dormir era como si fueran, cada uno, a su cine particular en el que sin pago de ninguna naturaleza, veían a diario películas en las que ellos eran normalmente las estrellas. Yo no tuve la misma suerte. En toda mi vida no he tenido más de tres sueños. Así que me imagino que he perdido la mitad de mi vida. Y eso no es justo, Alguien, pues, me debe algo, pero no sé a quién reclamarlo.

Acaso por eso me aficioné al cine. La diferencia es que los sueños son de gratis y el cine tiene sus taquillas. Un domingo recuerdo haber roto mi propio record, pues fui al matinée, a la función de la tarde y a la de la noche y, además a la de media noche en que pasaron por primera vez en el Martínez la película “Motín a Bordo”, ¿la recuerdan?

Los que, como yo, no sueñan ahora, no tienen problemas, se sientan frente a la televisión y ya.

Y D O M I N G O

La monstruosidad del poder absoluto es capacitar a los hombres para vengarse de sus propios sufrimientos a costa del sufrimiento de millones.

Los poderosos deberían ser felices – aunque si lo fueran – no buscarían el poder. JOSÉ EMILIO PACHECO

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