L U N E S
Llegamos, pues, como si nada, al último mes primaveral, el de Junio, casi sin darnos cuenta de que con él terminaremos la mitad de un año por el que, apenas ayer, nos felicitábamos de ir a vivir. Que, ¿qué hemos hecho con él o en él. Bueno, pues ésa es una pregunta que cada uno que se atreva a hacerse tendrá que contestarse. Ojalá todos queden satisfechos con su contestación.
Cuando se cae en la cuenta de eso, de que ya estamos en junio, la mayoría se sorprende y dice: Pero, ¡cómo es esto posible! Y tal sorpresa sólo confirma la suposición de que a la generalidad el tiempo se le ha ido de las manos.
Y no me refiero exclusivamente a un aprovechamiento económico del tiempo. Los negocios una vez creados y afirmados con una buena administración y mantenimiento, salvo un descuido o error de quien los desarrolló, (porque así son de frágiles y sólo aguantan un yerro) siguen produciendo por sí mismos; no, me refiero al aprovechamiento humano y fraterno, al que tiene tiempo para vigorizar amistades, saludar a sus amigos enfermos y no sorprenderse de que se le hayan muerto, cuando esto sucede.
Nadie sabe lo que nos pasará después, pero, si tienen razón los que afirman que hemos de encontrar-nos nuevamente y esto sucede, no sé qué cara pondrán los que no tuvieron tiempo de saludar o hablar por teléfono a sus amigos enfermos cuando se los encuentren donde eso ocurra.
M A R T E S
Los maestros andan verdaderamente desaforados y seguramente tienen sus razones, la principal de ellas Elba Esther Gordillo, pero, de todas maneras, ¿por qué, igual que todos los demás grupos que protestan sobre lo que sea han de causar destrozos de rejas y si con ello pueden entrar a los edificios también en ellos rompen y saquean? ¿Cómo es posible que en tales momentos olviden lo que son, ejemplo de los niños cuya educación tienen a su cuidado? Al menos ellos deberían comportarse de manera diferente. No que no protesten. No que no insistan en que se les haga justicia. No en que no acusen a quien ha vivido de ellos, les ha explotado y vejado, pero, no destruyendo, al menos ellos no.
Los maestros no deben olvidar su calidad de ejemplo de sus alumnos, y tener mucho cuidado del que en un momento les dan, y que debe ser siempre el mejor. Sus marchas, sus gritos, todo está bien, menos la destrucción. Bastante es lo que destruyen todos los otros grupos para que encima ellos, los maestros, hagan lo mismo.
M I É R C O L E S
Nada menos que 77 años de edad tiene Isabel II que viene celebrando medio siglo de su coronación como reina de la Gran Bretaña.
Los escándalos de su hijo mayor, Carlos, principalmente, le han hecho mucho daño a la monarquía, pero Isabel II ha llevado su título con mucha dignidad.
La primera de las Isabeles británicas era hija de Enrique VIII y Ana Bolena.
Isabel I nunca se casó al menos oficialmente. Reinó siempre sola. Uno de sus favoritos (en el sentido político), Raleigh, era muy aficionado a fumar en pipa. Y un día la reina le preguntó, como con ganas de hacerle quedar mal, si sería capaz de pesar el humo de su pipa. El le dijo que sí, y ella le apostó que no.
Unos días después Raleigh dijo a la reina que tres gramos y medio era el peso del humo de sus pipas. Y como la reina quiso saber cómo había pesado el humo, Raleigh le dijo que había pesado el tabaco antes de encender la pipa, y la ceniza después de fumada la pipa. La diferencia, tres gramos y medio, era el peso del humo.
La reina aceptó que había perdido la apuesta, añadiendo que muchas veces había visto convertir el dinero en humo, pero que aquélla era la primera en que veía convertir el humo en dinero.
Isabel I tenía su bufón, que, como todos los bufones, acostumbraba reprochar a la reina sus defectos. Pero, un día no lo hizo, ni al siguiente ni al otro. Hasta que la reina le preguntó que, qué le pasaba que no le recordaba sus defectos, contestándole el bufón que, como todos los artistas quería ser original, y por lo mismo se negaba a repetir aquello de lo que todo mundo hablaba.
J U E V E S
De vez en cuando recuerdo a Gassire y su laúd, voy y busco el Decameron Negro de Frobenius y me solazo con su lectura. Pero, resulta que esta vez no lo encontré. ¿A quién se lo presté, seguramente con tanta naturalidad que lo tomó como regalo? No lo recuerdo. Él tampoco, pues el librito no ha vuelto.
En él se habla de Samba Kulung, quien no hubiera podido vivir entre nosotros, pues era perezoso y tan bebedor de cerveza, o acaso más, que Hércules, pero a quien su amante Fatumata hizo recobrar sus bravuras entre sus brazos; de Gossi, que tuvo miedo tres veces; y de Gassire, que es el que me enamora.
Gassire se da cuenta de que la historia del valor de su pueblo se pierde una vez terminadas sus batallas, y resuelve cantarlas para que se conserven a través del tiempo: “Manda al carpintero construir un laúd, pero el laúd no canta. Cuando Gassire reprocha al artesano la mudez del instrumento, el carpintero dice: “Esto es madera. No puede cantar si no tiene corazón. El corazón tienes que dárselo tú. Lleva contigo a la guerra, a tus espaldas, la madera. Que la madera chupe gotas de sangre, sangre de tu sangre, aliento de tu aliento . . .”.
El caudal lírico logra, así, en cada página, un nivel de epopeya, sin salpicar con su acre espuma la puerta dorada de ningún Olimpo. La carne y la sangre del héroe son sus márgenes, y a lo largo de ella estalla una bárbara floración de instintos.
V I E R N E S
Hace treinta y cinco años, en el 68, tropecé en no sé dónde una oración que, por muchos años, o varios si usted quiere, de todas maneras ¿cuántos son muchos y cuántos son varios? repetí a diario cada mañana al despertar o bajo el agua de la regadera. Dice así:
“Ayúdame, Señor, a ser la clase de Gerente que mi Compañía ambiciona que yo sea. Dame ese algo misterioso que me permita en todos los tiempos explicar satisfactoriamente la política, objetivos, reglas, disposiciones y procedimientos de la Compañía a mis subalternos, aun cuando nunca me hayan sido explicados. Ayúdame, Señor, a conocer y a entrenar a los desinteresados y confusos, sin nunca perder mi paciencia y buen humor. Dame amor para mis compañeros, el cual necesito para su entendimiento. En esta forma yo podré conducir al recalcitrante, obstinado y mal subordinado, por el camino recto, con mi buen ejemplo y mi suave petición persuasiva en lugar de reventarle la nariz de un puñetazo. Infunde en mi interior, Señor, el ser tranquilo y de mente en paz; que no me despierte a media noche de mi sueño placentero gritando sin parar: “Qué tiene el jefe que no tenga yo?” “¿Cómo lo consiguió?”. Enséñame, Señor, a sonreír, aunque ello me mate. Conviérteme en un mejor líder de comprensión, tolerancia, simpatía, sabiduría, perspectiva, ecuanimidad. Desarróllame un nuevo sentido para que pueda leer el pensamiento de los demás. Y cuando me hayas ayudado, Oh, Señor, a lograr el alto pináculo que mi Compañía ha destinado para mí, y cuando yo me haya convertido en el parangón de todas las virtudes de administración en este mundo terrestre, permíteme, Señor, un sitio a tu diestra, para poder descansar. Así sea.”
Estoy seguro de que si un aspirante a cualquier Gerencia, dice lo anterior a diario, a la hora que sea, el deseo se le cumplirá. Y cuando esto suceda, lo único que tiene que hacer es pasarle la receta a otro.
S Á B A D O
Pronto, pues, tendremos elecciones. Gente insistente y gente nueva.
De todo hay en la viña electoral. Y gente joven. Todos han sabido a lo que iban, y a lo que vienen, pues, los triunfos, cada vez más, se compran. Los que no tienen lana en cantidad suficiente, ni sus partidos, ya lo saben, y se conforman pensando que, de todas maneras, en una lucha son necesarios los perdedores, porque sin ellos todo aquello no podría efectuarse, y se consuelan pensando que algo, por eso, les tocará, el caso es andar en el ajo y permanecer lo suficiente para ver si en la otra.
Entre tanto, el público tiene cada vez menos: Las luchas cada vez son más privadas, digo en locales cerrados, en comidas o almuerzos a los que sólo los votantes importantes están invitados. Aquellas muchedumbres que oían a sus candidatos respectivos en las plazas públicas, que les arrebataban con su oratoria política al aire libre hablándoles del campo, de su ciudad y de la patria son cosa del pasado. Es más, pocos de los que andan en la lucha actual podrían hacerlo. Si los llevaran a rastras para obligarlos a hacerlo, es seguro que la mayoría se quedarían mudos.
Las elecciones eran un teatro que, con el tiempo ha devenido en cine, con estrellas y todo.
Y D O M I N G O
O teatro o silencio. RODOLFO USIGLI