L U N E S
Esto del farderismo, aunque siempre ha existido, pero que hoy se ha vuelto más audaz, y que si antes era un producto de la tentación, porque fardera o fardero se puede convertir en un momento dado el ser más conspicuo cuando cree no ser visto y, fuera de esa ocasión, no volverlo a ser más, al que se dedicaban las famosas “húngaras”, porque para ellas todo era posible por la amplitud de sus faldas y porque yendo siempre de paso en todas partes eran desconocidas, hoy se ha vuelto una actividad sumamente pesada para el comercio local, al que le cuesta anualmente más de cien millones de pesos.
Es decir, esto del farderismo se ha vuelto una profesión y para combatirlo la policía apenas si puede hacer nada, pues a los comerciantes de lo que sean, porque todo es robable, no les conviene hacer demasiado alarde de vigilancia en sus establecimientos, y menos con uniformados.
Sus visitantes disminuirían. Así son las cosas.
La mano sigue siendo más rápida que el ojo, y gente que pone al pasar una de sus manos sobre algo como para acariciarlo, lo más probable es que se le pegue en ellas. En los centros comerciales se debía permitir la existencia de una especie de celda con rejas donde se exhibiera por un día a quienes delincan en este aspecto, pero los de los derechos humanos pondrían el grito en el cielo. Así que, al parecer, no hay más que seguir aguantando a los farderos, porque en la cárcel nadie los ve, y de ella salen en un santiamén, si es que entran.
M A R T E S
Una de las noticias de los últimos días es la que nos avisa que Pemex está en quiebra. La noticia, que debía asombrarnos, no lo logra. Lo que sí nos asombra es saber que, por fin, hubo quien se diera cuenta y se atreviera a decirlo.
Ahora que, lo que es aguantar hay que reconocer que aguantó lo que pudo todos los saqueos de que le hicieron víctima aquéllos que, unos en una época, otros en otra, todos los que tuvieron el poder para meter las manos en sus arcas u ordenar que otros las metieran por ellos.
Lo que sí sorprende es que de tantos como, en el transcurso de los años desde su fundación, se dijera que se habían beneficiado con sus haberes, sólo La Quina haya ido a dar con sus huesos en la cárcel, porque incluso a Ricardo Aldana, ya han visto ustedes que el Congreso de la Unión no se atrevió o no quiso desaforarlo, aunque parece que esto no se hace tanto por la confianza o afecto que se le tenga al tesorero del sindicato petrolero cuanto por curarse en salud, pues ninguno de los que votaron para que no perdiera su fuero está seguro de no verse un día en algún problema parecido.
Algo que ya se ha vuelto una tradición en México es la impunidad.
Aquí se puede cometer cualquier delito con la seguridad de que jamás nadie será castigado por ello. Pero, no solamente eso, ni siquiera se le hace, en caso de despojo, devolver lo poco o mucho que se haya llevado o permitido que se lleve.
M I É R C O L E S
Hemos, pues, terminado heróicamente con una primavera que ya quisieran para presumir otros desiertos. Lo que quiere decir que estamos preparados para resistir el verano que está como agazapado para echársenos encima en cuanto pase el último segundo primaveral.
Emblema de nuestro lagunerismo debiera ser, además del Torreón o nuestros puentes por el seco río, una parrilla. Una parrilla como aquella en la que asaban a San Lorenzo, mientras éste se reía y les decía a sus asadores cómo iba el asamiento, para que le cambiaran de lado y su trabajo les saliera no sólo bien sino perfecto.
Porque sino físicamente, en la imaginación la tal parrilla sí que la llevamos y, en tanto arreglamos nuestros negocios que nos exigen caminar, cambiamos de acera según las exigencias de nuestro sol.
Y ahora que la economía hace a nuestros tesoreros pensar sobre qué más se puede cobrar, impuestos o entradas, y en un momento dado dicen que se pensó en cobrar por disfrutar la sombra del Parque Venustiano, idea que se desechó con un inteligente “vade retro”, de haberse hecho, cobrar por caminar sobre las calles sombreadas sería algo que hubiera seguido como la cosa más natural del mundo.
J U E V E S
Cuentan de Emilio Castelar, gran orador español que vivió por los años de 1832 al 99 que, una vez, un admirador le dijo recordar su primer discurso que había pronunciado por el año 52 de aquel siglo en el Teatro Real de Madrid, y que le puso de golpe en la cumbre de la fama.
Y cuando Castelar le preguntó si le había gustado, su admirador le confesó que ninguno de los de él le había gustado tanto. Y fue entonces que el gran orador le dijo que si quería oírlo de nuevo, se lo podía repetir.
Añadiendo que si quería oír todos los que había pronunciado desde entonces, también. “Yo nunca improviso – le dijo-; todo lo preparo muy bien y tengo una memoria de hierro”.
En otra ocasión se encontró en un banquete con otro orador famoso, francés éste, llamado Gambetta. La cosa sucedió en París y Castelar habló en francés haciéndolo muy bien. Gambetta, felicitándolo, le dijo que su elocuencia era soberbia , incomparable y única.
Castelar, que estaba muy convencido de su valía, exclamó: “¡Y nada le digo si me oyera en español!”
Lo haré, le contestó Gambetta, pero no enseguida. Aprenderé primero el español, aunque sólo sea para darme el gustazo de oírle.
Cuando la reina Isabel II le quiso conocer, le llamó a palacio. Y se le ofreció: “Decidme si necesitáis algo de mí, que os ayudaré con mucho gusto. Castelar le dio las gracias por ello diciéndole que no le era posible aceptar porque él era republicano.
V I E R N E S
A fin de cuentas, el problema no son las elecciones; el problema son los elegidos. Porque cada uno de los partidos que intervienen lo hacen ofreciéndole uno de sus hombres para que vote por ellos. Son los mejores entre ellos. . . según ellos. Pero, ¿qué tal si su apreciación fue equivocada, y si no son los peores de cada partido, tampoco es lo que ellos pensaron?
Esto que parece imposible, tampoco lo es, pues casos se han visto.
Recordemos nomás las veces que cuando éramos muchísimos menos, se dio por decir que “veinte millones de mexicanos no estábamos, o no podíamos estar, equivocados”, y más de una vez lo estuvimos.
En estas Elecciones hay de todo. Las damas primero: mujeres, porque ahora se ha dado en creer que las mujeres son, también en política, mejores que los hombres, y además infatigables, y de muestra se pone a la inefable Marthita; hay jovencitos sin mayor experiencia política, pero con respaldo económico suficiente para hacer titubear cualquier balanza, incluida la de la justicia y de la democracia que, por cierto, esta última no es de las mejores y la lana la vuelve loca. Y así por el estilo.
Así, pues, entre tan pocos y tan diferentes, ¿qué oportunidad real tienen los sufragistas de escoger a los mejores hombres para que les representen, cuando la equivocación pudo haberse dado desde endenantes?
S Á B A D O
Si Diógenes apareciera de pronto entre nosotros con su famosa lámpara prendida, ya no sólo buscaría a un hombre sino a la honradez, la probidad, la honorabilidad, la integridad, la moralidad, a esas cosas, en fin.
Porque, ahora, según parece, hasta algunas empresas, para completar sus ganancias, se atreven a dar en grande sus productos con menos pesos o menos mililitros. Allí tienen ustedes la noticia que el jueves último apareció acerca de una gasera, de la que ella se defiende argumentando que es la primera noticia que tienen al respecto y, por supuesto, ninguna queja de sus clientes. Y esto seguramente es cierto, porque para sus clientes, que depositan toda su confianza en ellos, la cosa les parece increíble. Sin embargo, si todas ellas hicieran una encuesta con sus clientes los encontrarían sorprendidos, o más bien sorprendidas, de la frecuencia con que el gas les dura menos, haciendo de él un uso muy normal de acuerdo con la estación de que se trate. No saben, pues, si les sirven el gas que pagan, pero sí que, en ocasiones, éste les dura menos, y con la confianza que tiene a sus servidores ellos, sus clientes, se echan la culpa: que si tendrán una fuga; que si esto o si lo otro.
Y esto, perdernos la confianza, es ya lo último que faltaba por pasarnos.
Y DOMINGO.
En México si Caín no mata a Abel, Abel mata a Caín. ÁLVARO OBREGON.