L U N E S
Bueno, como se dice: no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no se llegue. En ella estamos y nuestra obligación como mexicanos es ir a votar y hacer realidad los sueños a algunos de los que quieren dizque hacer algo en bien de sus representados. Ojalá y no lo olviden los que ganen, y a partir de su triunfo cada mañana siguiente, así como por la noche, antes de dormir le venían pidiendo a sus dioses tutelares les hicieran bueno su sueño, cada mañana siguiente, digo, se pidan a sí mismos cumplir lo que ofrecieron a sus sufragistas, y el tiempo que les falta para tomar posesión de su encargo lo aprovechen programando su obligación.
Como representantes que serán de su distrito, no deben olvidarlo, al contrario, deben visitarlos con frecuencia para seguir estando atentos a sus necesidades y poder hacer las gestiones necesarias oportunamente.
Todas las cosas tienen un precio, y el del triunfo de los que ganen es llegar a ser un buen representan-te, un representante que, al terminar su período sea bien recordado por sus representados, con cuyos votos podrá seguir contando después de haber sido conocido por su trabajo.
Porque esto es lo que ganarán los ganadores al fin de cuentas: el aprecio o el desprecio de aquéllos a quienes van a representar. Y si se ganan el aprecio eso quiere decir que no sólo ganaron ellos y sus representados, sino también su ciudad y México.
M A R T E S
Hace unos días en alguno de mis espacios me referí a algunas de las mesas cafeteras que se refugian en nuestros cafés, y mi buen amigo Pancho Ledesma Guajardo siempre tan atento conmigo que hasta me lee, me dice, Licenciado, que ayer iba a reunirse con nosotros para hablar sobre el tema, pero que “ya enfilado sobre la avenida Morelos, después de su entronque con la calzada Colón, de pronto me vi metido en un caos de claxonazos, de silbatazos y de recordatorios de familia. Ni para atrás, ni para adelante y cuando pude avanzar me encontré impensadamente sobre el bulevar Independencia, así que frustrado, regresé a donde había iniciado la circunvalación una hora antes.”
Independientemente de lo anterior, resulta que él y 18 amigos siguen manteniendo viva la que se inició como Mesa del Café del Casino y ahora es de la Cafetería del Palacio Real, integrada por el ingeniero Carlos Acosta Gómez, el ingeniero Gabriel Calvillo Ceniceros, el licenciado Ricardo Dueñes Zurita, Francisco Gallegos Salas, el licenciado José Gancz Loschak, el ingeniero Cosme González Flores, el ingeniero Rolando Gotés Martínez, el licenciado Eduardo Ibargüengoitia Acuña, el ingeniero Zenón Ibarra Fernández, el ingeniero Francisco Javier Iriarte Maisterrena, el propio Francisco Ledesma Guajardo, Félix López Amor, el LAE Zeferino Luego González, Jesús R. Martínez Gallegos, el C. P. Edelmiro Morales Leal, Alejandro Pérez de la Vega, César M. Villalobos Márquez, Antonio Yarza Campos y Edilberto Zúñiga González. Tantos años juntos, ¡toda una proeza!
M I É R C O L E S
Cuentan que, Brillat Savarin, más conocido por su libro “La fisiología del gusto, era también magistrado. Se alababa de saber comer y aseguraba que éste era el mejor de los conocimientos de un hombre civilizado. A la pregunta que alguien le hizo de si creía que una buena digestión es lo más importante para un hombre, contestó: “No; lo segundo”.
Lo primero en importancia es saber comer bien. Lo segundo, digerir lo que se ha comido.
Tanto bien comer y bien beber le arruinaba la salud y el médico le prohibió terminantemente el vino. En la siguiente visita, el médico, a la hora de comer, vio sobre la mesa nada menos que tres botellas de vino, y le dijo que si así cumplía su prohibición de beber vino. Entonces él le contestó: Me prohibiste beberlo, pero no deleitarme en su contemplación.
Y eso es lo que hago. Y lo mismo hacía más tarde cuando le fueron prohibidos algunos guisos demasiado fuertes. Se los hacía preparar y servir, los olía, los contemplaba puestos sobre la mesa y no los probaba.
Cuando le decían que eso era peor, él decía que lo peor para quien vive de sus buenos recuerdos, es el olvido. Y así la vista de las botellas le impedía olvidar el vino.
No le gustaba comer solo y siempre para las comidas, se juntaba con algunos amigos. Y daba esta razón: Me gusta conocer a fondo a mis amigos, y sólo viéndolos comer puedo conocerlos bien.
J U E V E S
Elvira tiene buena mano. Todo se le da. Hace muchos años, en la parte de atrás de la casa, que es la suya, como diría mi compadre “Liandro”, teníamos un nogal tan alto que algunas de sus ramas intentaban meterse por las ventanas de las recámaras que están en el segundo piso. Decidimos trasplantarlo en el campo y hablamos con el jardinero. El hombre se hizo cargo y en un santiamén lo dejó como un poste. De todas maneras, era sábado, el domingo en un camión lo mandamos al sitio en donde iba a hacer su segundo esfuerzo, pero el camión se descompuso y el poste aquél tuvo que quedarse a medio camino tirado por una semana, hasta el domingo siguiente en que se le recogió y se le llevó al pozo que se le tenía preparado. Ya enhiesto, Elvira fue, le acarició y quién sabe qué cosas le dijo. De todas maneras ninguno de nosotros daba tres centavos por él.
Ella cada domingo iba, le acariciaba y le platicaba a solas. Así pasaron varias semanas, hasta que un domingo cuando llegamos y fue a verlo, me llamó a gritos para enseñarme nada menos que un brote verde.
Y lo mismo es con los duraznos, y ahora con los higos, que a mí me gustan como sea. En verdad nunca he comprendido cómo una higuera pudo fallarle al Señor. No concibo una higuera estéril, aunque tampoco era el tiempo de los higos, según dice la Biblia, y tampoco.
Y no es que Elvira ande falta de quehaceres, pero, como dice la canción, el tiempo que le queda libre se lo dedica a sus bugambilias, rosales y geranios que, por sus cuidados le dan las gracias floreciendo.
V I E R N E S
Esto que le pasa a Elvira con árboles y flores, le pasa a todos los que les gusta lo que hacen y lo hacen con amor. “Trabajo gustoso” le llama a ello Juan Ramón Jiménez en uno de sus libros así llamado, en el que cuenta de un jardinero sevillano que vendía plantas que cuidaba con esmero exquisito, como si fueran su familia, una familia vegetal, y le costaba mucho venderlas, pero de eso vivía.
Un día alguien fue a comprarle unas hortensias. Eran unas de sus preferidas. Las vendía, pero siempre y cuando le dejaran pasar a diario a ver cómo iban. Les quitaba lo seco, las regaba, les removía la tierra, en fin. Llamaba a quien se las había comprado para darle instrucciones de cómo había que cuidarlas, darles el sol, etcétera.
Los dueños, eran los dueños y además corteses, pero, a tanto de lo mismo ya iban estando hasta la coronilla del jardinero y un día se lo dijeron. Dejó de ir. Bueno, eso de dejar de ir es un decir; iba, pero no entraba, veía de lejos las dichosas hortensias y se le humedecían los ojos y el corazón se le arrugaba, seguramente.
Y termina Juan Ramón: “Un día llego nuevo y decidido: “Si ustedes no quieren que yo venga a “cuidarla”, me dicen ustedes lo que les doy por ella, porque yo me la llevo a mi casa ahora mismo”. Y cogió entre sus brazos el macetón añil con la hortensia rosa y, como si hubiese sido una muchacha, se la llevó”.
S Á B A D O
Como se decía al principio: los plazos se cumplen, las fechas se llegan, y la de las elecciones ya nos está llamando. Votemos con decisión.
Total, el votante no puede equivocarse, puesto que él no seleccionó a los candidatos. Eso lo hicieron sus respectivos partidos. Era lo mejor que cada uno de ellos tenía, y si el que triunfe a la postre no resulta bueno, la culpa no es de los votantes sino de quienes lo seleccionaron.
Así que ya lo saben: su acierto o equivocación está limitada a lo que le proponen; no como el partido, que tuvo la oportunidad de elegir entre miles, y aquellos electores todos creyeron que eso era lo mejor que tenían.
¿Qué se puede hacer? Si acaso, como Nervo, volver a Kempis, que fue el que dijo que “todo es vano”. Pero, tampoco es cosa de no agarrarnos a la esperanza de tales proposiciones. Vayamos, pues, a votar, aunque sea sólo con la fe con que compramos el cachito dominical de lotería, pensando que un domingo se nos hace y le pegamos al gordo. Es decir, al mejor de todos para nuestro distrito correspondiente.
Ojalá y los candidatos, por su parte, piensen esta noche, la última antes de que les voten, en ser, si ganan, leales cumplidores de su responsabilidad hacia quienes les ponen en órbita.
Y D O M I N G O
¡A votar, pues!