L U N E S
Nunca se acaba de saber todo de los amigos que se cree conocer bien por la sencilla razón de que se les ha conocido en clubes, y se ha convivido así con ellos por muchos años.
Eso me ha pasado a mi con Leonel Castro, con el que sigo viéndome con gusto por la inercia de un leonismo en el que él ocupó todos los puestos nacionales y yo sólo los locales. Independientemente del tuteo obligado, le he admirado desde siempre por su audacia como hombre de negocios, así que cuando un día el licenciado Del Bosque, gran cultivador de amistades, me dijo saber que estaba delicado de salud, que si le acompañaba a visitarlo, de inmediato dije sí, y hoy hemos repetido la visita.
El hombre desde la primera vez lo encontramos mejor de cómo imaginamos, y hoy comprobamos que va de maravilla, lo cual nos dio mucho gusto.
Pero, lo que yo no sabía, después de tantos años, es que Leonel pinta, bueno, no tanto ahora, que casi ya no, pero antes mucho, de tal manera que, con excepción de uno o dos de los cuadros que enriquecen las paredes de su casa, los demás son obra de sus pinceles opulentos de colores y que él manejó con espíritu sensible y delicado. Amante de Torreón, no pudo dejar de captar la vista de la Morelos desde la esquina de la Cepeda hacia el poniente, y una pintura muy original de Metalúrgica, amén de unos extraordinarios bodegones, búcaros y etcétera.
Visitar a los enfermos (ni tanto, ni tanto) es algo que paga, en algunos casos, como éste de Leonel que, sin querer me muestra otra parte de sí mismo, que Homero, claro, ya conocía.
M A R T E S
No recuerdo, o de plano no sé, de cuántos días dispuso Noé para llenar su arca con parejas ejemplares que sirvieran para repoblar el mundo una vez que el famoso Diluvio Universal se evaporara, y las cosas volvieran a quedar como fueron ordenadas al principio.
Lo que sí me cosquillea es la creencia de que el inventor del vino, que fue lo mejor que hizo, y eso de por sí, sin necesidad de que nadie se lo ordenara, le jugó rudo al Señor, es decir, por flojera o por imposibilidad de cumplir lo que se le ordenó, su famosa arca tuvo sus limitaciones, limitaciones, por otra parte, sin criterio, pues ya puesto a olvidarse, y para descargar su conciencia muy bien pudo echar una aguilita entre judíos y palestinos y así evitar tantas muertes posteriores.
No podía dejar de ver a los elefantes, y qué bueno, ni a las jirafas, y mejor, pues ambos animales en los zoológicos son más decorativos que los leones, que poco les falta para ser domésticos; pero, lo que sí se me hace que debe haberle costado su trabajo es haber localizado no sólo a las hormigas sino a la parejita de asqueles.
El problema fue cuando su arca se detuvo en la montaña Ararat, y hubo que esperar a que el agua bajara, para poder bajar hombres y animales y volver a encontrar el camino hacia su casa, porque lo único que se quedó en Anatolia fue el arca, que allí sigue.
M I É R C O L E S
Aunque Qusay y Uday, hijos de Hussein aparecen sonrientes y llenos de vida en la foto que ilustra la noticia de su muerte, en realidad están bien muertos según ha dicho un general norteamericano, noticia que ha alegrado sobremanera a Paul Bremer, administrador de E. U. para Iraq.
Esta noticia, más que nada, nos recuerda que, en un momento dado, hace unas semanas se nos había dicho que esta guerra había terminado.
¿Qué pasa, pues, en verdad? Por lo que se ve vamos de mentira en mentira, a las que, según propia confesión, es muy afecto el señor Bush, quien las utiliza siempre y cuando le sean útiles para conseguir sus propósitos más inmediatos.
Lo de los hijos de Hussein seguramente es cierto, lo que nunca lo fue es que la guerra había terminado. Ni terminará, como dijo el otro. Al menos mientras que no se resuelva el verdadero motivo que la inició. La crisis que venían pasando, y que los tiempos de paz no son buenos para resolver.
Recuérdese aquel ruego, aquella súplica, aquella imploración de Bush después del 11 de septiembre a su pueblo: “Ustedes como si nada, ustedes a seguir gastando”. Pero, ¡qué iban a gastar sus compatriotas! Dejaron de visitar los “moles”, y la abundancia dejó de verse.
Tales problemas, lo mismo que los de reelecciones, sólo los resuelven las guerras porque desatan los despilfarros, y las protestas de algunos las calla la suerte de que, de chiripa, desaparezcan algunos valiosos personajes, como es el caso, que da oportunidad de afirmar que ya mero consiguen su propósito, que sólo les falta uno: Hussein mismo. Adelante, pues, con los faroles.
J U E V E S
Fox habla de que sólo ha aumentado trescientos veinticinco mil a los desempleados existentes. Vamos a tomar así las cosas. Esto quiere decir que esa gente antes tenía un empleador y ahora ya no lo tiene. Pero, ¿qué pasa con gentes como Vicente Arévalo Mora, productor de melón y sandía del ejido La Virgen? O como Gustavo Guerrero, otro ejidatario que, según la noticia correspondiente anda por la capirucha tratando de instalarse en el Zócalo para vender sus melones y sandías y no tirarlos en su parcela para que se los coman los cerdos o los buitres.
Gente como ellos no eran empleados, eran productores, gente que gozaba de crédito para sembrar, acaso emplear esporádicamente a alguien para que le ayudara a ello y a levantar su cosecha y a venderla para pagar su crédito y seguir adelante orgulloso de su actividad.
Sin embargo, a pesar de todo lo que este año se lleva dicho de la ayuda al campo, la realidad es que hoy, a los precios que alcanza el melón y la sandía en el mercado, sus productores no van a alcanzar para pagar sus préstamos, menos para sacar para vivir y mantener sus familias.
Tales productores todos están desesperados, Gustavo ha amenazado con inmolarse si no se les presta ayuda. Es lo único que le falta a este sexenio para significarse como peor.
V I E R N E S
Se afirma que la mujer que ha pasado a la anécdota con el nombre de La Gioconda se llamaba Lisa Gherardini y estaba casada con un rico propietario florentino, de apellido Giocondo. Leonardo de Vinci le hizo el retrato más o menos entre 1502 y 1505. Dos años más tarde, en 1507, la señora Monna Lisa moría, en plena juventud, de unas fiebres malignas.
Leonardo la estuvo pintando durante dos años. Y, después, se negó a entregar el cuadro con la excusa de que no estaba terminado. No se separó de su obra en muchos años y, al fin, la vendió al rey de Francia, Francisco I por cuatro mil escudos de oro.
No iba Leonardo a pintar a la casa de Giocondo. Era ella, la bella mujer, la que acudía al estudio del pintor, siempre a la misma hora. Así lo exigía el pintor para que la luz fuese siempre la misma. Leonardo tenía músicos contratados y, al parecer, algunas veces él y la bella mujer pasaban el rato escuchando la música, sin que el pintor diera una sola pincelada.
Y cuando ella preguntaba si aquella tarde no trabajarían, él contestaba que había una sombra de tristeza en los ojos de ella.
Y así conseguía el pintor que el cuadro no se terminara nunca y que tampoco se interrumpiera su diario trato con aquella bella mujer.
Es curioso que el cuadro de Leonardo de Vinci, conocido en todo el mundo por La Gioconda, no empezó a llamarse así sino, por lo menos, hasta cien años después de la muerte del pintor. Al principio se llamó La Dama del Velo de Gasa.
S Á B A D O
El último miércoles por la noche en los feudos comerciales del Lic. Eduardo Murra de Cuatro Caminos, una lagunera por los cuatro costados, Isabel Herrera, exponía en su propia tierra natal su primera colección de joyería en plata, cuya carrera de diseño estudió, durante los seis últimos años en Italia.
Estemos atentos, porque a partir de esa noche y con los años, el nombre de esta lagunera sonará frecuentemente en el campo de la orfebrería, de la moda, del arte.
Imaginar líneas que, reunidas, resulten agradables y hasta llenas de encanto y magia hechas metal, no lo hace cualquiera, es cosa de elegidos por el primer diseñador. El Señor mismo, de no haber podido diseñar su mundo, no lo hubiera podido hacer. Digo, yo creo.
Luego vinieron los persas cuyos reyes y acaudalados enloquecieron con las creaciones de aquellos sus telentosos orfebres, y vengan las coronas, y vengan los collares, y vengan las pulseras y los aretes.
Hoy la orfebrería ya no es una cuestión de clases, es una cuestión de moda, y con ella hay que estar al día.
Hay quienes nacen antes, hay quienes nacen después. Isabel Herrera ha nacido en el momento oportuno, cuando el diseño de la joyería hermana con el del vestuario y levanta el vuelo. Ya se verá. Ese éxito le deseamos a nuestra joven paisana.
Y D O M I N G O
El hombre es animal de soledades. ROSARIO CASTELLANOS