L U N E S
Conociendo de antemano lo que iba a poner en el mundo que estaba decidido hacer fue que el Señor lo hizo, para nosotros, grande. Y todavía separó con agua las partes habitables. Pero, ni por ésas.
Lo que el hombre descubrió primero fue para qué eran las piernas, y como no tuvo que esperar, pues nació adulto, en cuanto se dio tres buenas estiradas empezó a caminar.
A dale y dale, después de años, llegó el día en que se encontró con algo que se le parecía, porque no sabía que él sólo era la prueba número X millones de lo que iba a ser el hombre. Y como él recorrían solitarios el mundo, otros, sin saber que lo era ni quiénes eran ellos.
Después de mutuos gruñidos ambos supieron para qué servían los puños, dejándose ambos como no digan dueños, y no sólo de palabras, que no sabían, pero, que después fueron inventando y aprendiendo, pues, al ir sanando de los golpes que se dieron, vieron la conveniencia de seguir juntos.
El problema mayor comenzó cuando, de la misma manera que fueron dos, fueron tres, para llegar a ser dos por un lado y otro su víctima, es decir, cuando inventaron los hombres la guerra. Unirse para moler a otro.
M A R T E S
A los males que tenemos, que no son pocos, ahora resulta que nos amenaza otro: la residencia, porque, Carlos Salinas de Gortari, Córdoba Montoya y demás salinistas vienen para quedarse, según se dice.
Y, la verdad, esto es mucho decir para un país que si durante setenta años se había equivocado, hoy está viviendo una equivocación mayor, y puede que se sienta tentado a cometer lo que sería la vencida, es decir, la tercera equivocación.
Los antiguos políticos romanos que habían hecho su fortuna robando a Roma quedándose con las riquezas de los reinos que conquistaban en su nombre, cuando cansados de hacer la guerra querían volver a su patria y distinguirse en la capital, lo primero que hacían, aún los más tacaños, era gastarse parte de sus fortunas mal habidas dando de comer a los pobres en banquetes callejeros de miles y miles de romanos.
Bueno, pues al menos esto debían hacer los que vuelven, los ya dichos y otros, cuando les llegue su turno. Independientemente del mandamiento que ordena “dar de comer al hambriento”, en esta ocasión, pobres los hay, y habiéndolos es su oportunidad.
Lamentablemente, lo que les decide a volver no es precisamente eso.
No vienen a dar. Vienen, seguramente, para obtener, una vez más, poder, y en México el poder lleva al dinero. Esto se repite continuamente. Es como una maldición.
M I É R C O L E S
Cuentan que un profesor de frenología sostenía que era capaz de distinguir sólo hablando con ellos a un loco de un cuerdo. Un amigo de Balzac que lo oyó decir esto, le propuso una experiencia. Y el profesor aceptó. Comieron juntos el profesor, el otro y dos más. Uno de los otros dos no abrió la boca en todo el rato; el otro estuvo todo el rato hablando con una verborrea estremecedora. El trato era que uno de los dos invitados era loco y el otro cuerdo. Y el profesor tenía que descubrir cuál de los dos era cada uno. Después de la comida el profesor dijo: - Pues esto se ve en seguida. El loco es el parlanchín. Y si no loco de remate, al menos es un insensato.
Pues se equivoca, profesor; el loco es el que no ha dicho nada.
Está convencido de ser el Padre Eterno y no habla nunca con esos seres inferiores llamados hombres. El parlanchín es nada menos que Honorato de Balzac, nuestro famoso escritor.
No es de extrañar que el profesor no le hubiese conocido, pues entonces no habían aparecido aún las revistas ilustradas, que hacen casi imposible dejar de conocer a algún famoso.
En otra ocasión elogiaban en una reunión una de las novelas de Balzac. Y al que la elogiaba más, Alzac le dijo:
Puede estar contento de no haberla escrito usted.
¿Por qué?
Porque usted puede decir ahora todo lo bueno que piensa de ese libro. Y yo, por haberlo escrito, no lo puedo decir. Y eso que a mi juicio es todavía mucho más bueno de lo que usted dice.
J U E V E S
No me acuerdo qué gran millonario, norteamericano, por supuesto, pues, para ser grande tiene que ser de allá, contaba que cuando estaba en tratos con sus iguales para el negocio que fuera, sólo lo hacía si en tales momentos la palma de su mano derecha le cosquilleaba. Si no, nanay; así hubieran estado en aquellos días y días.
Se habla mucho de la experiencia y el olfato y el genio de algunos hombres para los negocios, pero, ni tanto. Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Como tantas otras muchas cosas, la suerte tiene su algo que ver en ello.
Allí tenemos a Carlos Slim que, con toda su experiencia de águila hombre de negocios en estos días por poco y se lo llevan entre las patas unos vivales chilenos. La diferencia entre los hombres de negocios y los que no lo son, es que aquéllos son capaces de soportar que les digan rajones y, cuando sienten que hay que rajarse se rajan en cualquier momento, en tanto que los otros son “muy hombres” para hacerlo, y no lo hacen aunque descubran, más o menos a tiempo, que se los van a llevar.
Nada tan esencial en los negocios como ser expeditivo, lo que hay que hacer, hacerlo luego sin andarse por las ramas; y si hay que rajarse hoy, es siempre peligros esperar hasta mañana, y los negocios, ya se sabe, es siempre el dinero de los demás, no el propio. Un grito a tiempo salva a un rico.
V I E R N E S
Emilio Alvarez Icaza, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, ha declarado que “en materia de seguridad social este sector de la sociedad se encuentra en la indefensión”.
Es cierto, en México el adulto mayor sólo es un descuento que no quisieran hacer muchos negocios, y que algunos no hacen, no obstante la credencial que en tales casos muestran sus compradores de esa edad.
Las Cámaras correspondientes deben convencer a sus asociados para que honren las credenciales de las personas de la tercera edad que vayan a sus establecimientos a comprar, y que incluso lo anuncien en sus aparadores y en sus cajas. En muchos negocios del otro lado cuando usted va a pagar le preguntan si la tiene, y si la lleva la respetan concediéndole un descuento. Aquí, al contrario, son varios los negocios que no la reciben, argumentando sus cajeras no estar autorizadas.
No es justo. Independientemente de tratarse de una persona que por muchos años, seguramente, ha sido cliente a precio normal de aquel negocio, en el que habrá acostumbrado a comprar a sus hijos, el tiempo que le queda para consumir, por mucho que sea, será poco. Y el descuento que se le hace, y sin sonrisas, que es lo que más vale en estos casos, apenas si vale la pena. ¿Por qué no hacerlo?
S Á B A DO
Bueno, lo más probable es que el próximo domingo no nos veamos aquí. Me voy de viaje, que hace tiempo que no. Y ya saben ustedes lo que dice el dicho: “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Las circunstancias se pusieron de modo, las rodillas todavía responden, a fuerzas pero responden, y mañana no van a estar mejores, así que . . .
¿A dónde? A dónde mismo. Como dice Octavio: “Yo no me canso de ver ni los atardeceres ni las flores”. Y para ver lo primero es que se aficionó a la cacería, no para matar gansos ni venados; y para ver lo segundo en las jardineras de la entrada del café escogido es que cada miércoles va a tomar esa infusión que no le gusta.
Así yo, voy a los sitios que no me cansaré nunca de ver, y más cuando ese nunca se vuelve cada día más corto; y a uno que otro que no he visto antes, y eso porque Alfredo González Lafuente recién llegado de ellos, de uno dijo: “Te paras en una esquina, y para donde quiera que veas sólo ves arquitectura llena de majestad.”
Lo que vea, si puedo, te lo contaré, según costumbre. Para ello, lo primero es ir. Y en esas ando.
Y D O M I N G O
Ah, señora, (Elvira), quién fuera eterno para amarte eternamente. MANUEL GÓMEZ PEDRAZA