POSTALES CAMINERAS
Si no recuerdo mal, la última anterior de estas postales se refería a nuestra llegada a la zargozana villa Sos del Rey, pequeño laberinto de casas que, desde la carretera se ven como si estuvieran una encima de otra, y que más que nada es famosa porque el destino quiso que en ella naciera en 1452 nada menos que el rey Fernando el Católico, y de allí su nombre, quien con el tiempo casaría con Isabel, tanto o más católica que él, por lo cual, entre otras cosas, tanto valía el uno como la otra.
Aunque habíamos salido temprano a la carretera, llegamos al medio día y caminando por sus torcidas y retorcidas calles se nos fueron las horas de tal manera que, cuando el estómago nos recordó su existencia y comenzamos a buscar dónde comer, no encontramos una sola mesa para cuatro personas en ninguno de esos restaurantes-bares que tanto nos gustan por su ambiente, por la sabrosura de lo que ofrecen, y por su precio, así que no nos quedó más remedio que subir hasta la cumbre del poblado y comer en su Parador, llegando todos exhaustos menos Lola, que todavía tenía que buscar el coche para tenerlo más cerca de la hora de volver a necesitarlo.
En el Parador, claro, las mesas sobraban, pero no las corbatas de los asistentes que estaban en su justo sitio y complementaban la decoración del lugar, que nosotros rompíamos. Pero, ¿quién iba a pensar en eso con el hambre que traíamos?
Comiendo, pues, en Sos del Rey Fernando, y cansados del trajín de la semana, fue que decidimos los cuatro, Elvira, Lola, Alicia y yo, descansar, lo que se llama descansar, la siguiente semana y, volviendo a Pamplona, al día siguiente, de madrugada, tomamos el rumbo de Cádiz gracias a que para Lola manejar seiscientos o novecientos kilómetros le deja tan fresca como dicen que están siempre las lechugas. La necesidad de visitar oportunamente las once agencias de viajes que controla por cuenta de la firma con la que colabora, le ha dado una gran experiencia en la carretera y con el volante. En Pamplona hace dos años fue distinguida como la mejor ejecutiva empresarial. Así que íbamos en buenas manos.
Total que justo a tiempo de alcanzar la cena de aquel 23 de agosto llegamos al "Iberostar", hotel que también pertenece a su compañía, donde nos hospedamos, y después de hacerlo nos fuimos a dormir de inmediato, cansada ella por el esfuerzo y el resto de no hacer nada.
A la mañana siguiente, a la salida del sol, ya estábamos caminando sobre la arena de la playa, cosa que hicimos durante una hora exacta para disfrutar de la frescura de la madrugada lo mismo que para hacer hambre, en tanto las mesas con sombrillas iban señalándose con toallas, bolsas, sandalias o cualquier otro objeto personal, como propias por los más tempraneros.
Después de asearnos fuimos a almorzar en los sitios convenidos para ello que, llegado el caso, pueden ofrecer lugar y servicio hasta a seiscientos comensales, que no es el caso diario, por supuesto. ¡Qué más quisieran sus manejadores, que así lo anuncian en el propio sitio! Se puede comer a la carta, pero normalmente nadie lo hace, porque los bufés son extraordinarios en cuanto a su calidad y variedad, ¿qué puedes querer que no esté en ellos? Es más, ahora están probando en uno de los comedores, el que está al aire libre, cuya característica es ofrecer comida mexicana incluida una buena barbacoa a nuestro estilo, además de chiles rellenos y cosas como éstas. Esto seguramente porque sus huéspedes mexicanos van en aumento, o porque los españoles radicados por años entre nosotros cuando vuelven por allá los solicitan. La cuestión es que ya se pueden satisfacer esos gustos.
Luego de almorzar Elvira, Lola y Alicia, se fueron a preparar para pasar unas horas tomando el sol en una de las dos albercas que el hotel tiene, en tanto que yo me fui a indagar sobre la posibilidad de seguir enviando desde allí estas letras, como hice desde Pamplona la semana pasada valiéndome de la computadora de las sobrinas, de cuya probabilidad había hablado con el Licenciado Irazoqui antes de irme. Pero, ¿qué si quieres arroz, Catalina?
Y no es que el hotel no la tuviera, tenía algo así como doce a disposición de sus huéspedes en una oficina especial, lamentablemente todas ellas las acaparaban desde que Dios amanecía, y para ellos amanecía más temprano que para mí, un incontable número de muchachos de ocho a doce años de edad que se las pasaban unos a otros en un compadrazgo imposible de romper, y tampoco era cosa de estar allí en una larga espera desperdiciando el tiempo o tener una molesta discusión con ellos.
Tomé, pues, la decisión de no hacerlo como siempre antes lo había hecho cuando viajaba, y estas postales son hoy muy "suí géneris", pues no serán desde el camino sino desde mi silla de siempre y no narradas en orden sino tal como me vengan algunos recuerdos de lo caminado al ir tocando las teclas. Perdonen ustedes y sigamos.
Chiclana de la Frontera, playa en la que este hotel se levanta, es una en la que, como en cualquiera otra del mundo, sus visitantes van a ver el ir y venir de las olas sin cansarse nunca de ello, unos; otros a exhibirse. Las jóvenes lo hacen de manera natural, sabedoras de que aun cuando les faltara belleza, si están en línea su propia juventud les hará atractivas para los varones con quienes allí coinciden. Pero, también como en toda playa, las hay empecinadas en lucirse sin querer darse cuenta de que el tiempo en que pudieron hacerlo ya pasó, y entonces recurren a la moda que hoy les brinda inimaginables subterfugios para mostrar lo que quieren como si no quisieran y que por buen gusto no debían buscar tal oportunidad.
Por las tardes nos íbamos a ver los pueblos cercanos, los famosos pueblos blancos, que son una delicia para la vista, pueblos que, a cierta distancia parecen como de juguete. Uno verdaderamente fascinante e inolvidable es "Arcos de la Frontera"
Prototipo de este tipo de pueblos, en su plaza está la iglesia de Santa María de la Asunción, cuyo edificio gótico~mudejar me trajo el recuerdo de don Pedro Rivas, Rector de la UAL, quien la última vez que nos vimos andaba preocupado, precisamente, por ver qué uso daría la Universidad al edificio que el Ayuntamiento cediera a la UAL, y que está ubicado entre las avenidas Allende y Matamoros, en la calle IIdefonso Fuentes, que seguramente acabará en biblioteca, por estar rodeado de escuelas. Los caseríos de todos estos pueblos están pintados de blanco, según decía, lo que ha sido un acierto, ya que contra el verde o dorado de sus campos, según la estación, destacan desde lejos. Pero, no solamente se distinguen por su color sino, también, porque siempre están como recién pintadas y muy limpias, y su altura muy pareja, muy armónica, les imparte una belleza inigualable, tanto de lejos, desde la carretera, como desde la cercanía de sus calles, y yo creo que sus propios habitantes deben disfrutarlas cada mañana que abren las puertas de sus casas para ocuparse de lo suyo, caminando por sus calles. Pero además cada una de ellas tiene sus iglesias importantes o catedrales, tan antiguas como ellas, cada una poseedora de algo importante históricamente para el pueblo correspondiente.
Como en viajes anteriores le habíamos dado más importancia a los museos y catedrales e interiores de edificios civiles que encierran algo que da pena ver, y de lo cual en su oportunidad aquí les contaré, en éste desde que salimos nos propusimos con la idea de caminar todo lo que pudiéramos y así lo venimos haciendo, lo mismo por pequeños pueblos que por las grandes ciudades, no obstante el temor de no soportar el cansancio, pero hasta ahora lo vamos haciendo bien, acaso porque aunque no a diario como siempre nos recomienda caminar Germán González Navarro, a quien felicitamos por la distinción merecidísima que nuestro gobierno municipal le otorgará mañana, día de la patria, si por temporadas, y eso nos ha servido.
Los días corrían rápidos. En Sevilla caminamos por sus calles hasta el cansancio, volviendo a ver lo que en otros viajes habíamos visto, pero hoy con la lentitud del propio paso, y no con la rapidez de los taxis ni la tentación de los coches. Los palacios cívicos, las iglesias, los alcázares y claro, el Barrio de Santa Cruz donde, como siempre, no dejamos de visitar la Plaza de doña Elvira y comimos en uno de los restaurantes que la rodean.
La novedad que allí encontramos es que la famosa calle de las sierpes los que no la vieron no la verán, pues buena parte de aquello va a ser sacrificado en aras del modernismo. Por lo pronto ya no se puede ver aquella placa que avisaba de la prisión de Cervantes en ese lugar.
Estuvimos en Jerez de la Frontera, de la que tanto me hablara don Leonardo Herrador en "Los Precios de México", y caminando, caminando, se nos atravesaron las bodegas de González Byass, aceptando su invitación de tomar un par de copas de sus productos, dando con ello tiempo a que comenzara el espectáculo de la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre, para la que ya teníamos las entradas, y que es una maravilla.
En Cádiz, esa ciudad que la leyenda dice fue fundada por Hércules, me hubiera gustado encontrarme con Pepe Vaque, que en lo que nosotros salíamos de Torreón, andaba, también, saliendo para acá, y tomar en alguno de sus sitios preferidos, de los que tanto nos cuenta cuando ocurre a las reuniones que Homero y yo celebramos con don Joaquín en su oficina, tomándonos un par de tequilas, algún par de su fino preferido. Pero, no pudo ser.
Y por ahora es todo.