Recuerdos de un viaje
Como en esta ocasión, según lo dejé aclarado, no pude mandar desde donde andaba una nota diaria de lo que iba viendo, estos renglones no son ni postales ni camineros, así que lo que me falte de contar no son sino recuerdos, y malos por cierto porque los mejores son aquellos que nos vienen a la mente cuando ha pasado ya bastante tiempo de lo sucedido.
De Cádiz, pues, donde por cierto Julio César se ocupó de hacer la “mejor y más justa legislación” sobre deudas, que dejó igual de contentos a deudores que a acreedores, nos fuimos de un tirón hasta Madrid donde Elvira, Lola y Alicia se fueron de tiendas y yo de librerías, todo sin salir del famoso Corte Inglés, pues, precisamente, no era tiempo lo que nos sobraba para volver a ver de nuevo aquella capital caminando por su Calle Mayor, la Gran Vía y su Paseo de la Castellana, la de Velázquez, en su cruce con la de Goya, por la que en mi primer viaje alcancé a saludar a don Luis Espejo, ya para entonces retirado de su famosa Casa Espejo y de todo negocio; la de Alcalá, la de Atocha, donde tropezamos con la Plaza Mayor, en uno de cuyos restaurantes, en el viaje que hicimos con los Ramos, Donaldo y Laurita, aquél, la misma noche de nuestra llegada, armó la mejor fiesta con su alegría y su ingenio y algunas botellas de La Ina que compartimos con la concurrencia, y yo provoqué, sin querer, los más fuertes abucheos, al mencionar a nuestro presidente de entonces: Echeverría.
Lo que iban a ser nuestras caminatas comenzó, pues, en Madrid, que terminábamos en la taberna de Pedro Romero, distante unas diez cuadras de nuestro hotel que caminábamos después de cenar para bajar la cena.
El día de la separación madrugamos a las cinco de la mañana para estar a tiempo de volar a Barcelona. Lola y Alicia, pues, nos llevaron al aeropuerto; nos despedimos agradeciéndoles la compañía y enviando un abrazo a los demás sobrinos, y de una manera especial a Joaquín y a Feli Sánchez, padres de Rubén, que el año pasado, el 2002, teniendo 9 años, ganó un concurso organizado por el Banco Central Europeo en relación con el “euro”, concurso en el que intervinieron 20.000 niños españoles de entre 8 y 12 años de edad. Como premio recibió un cuadro firmado por el Gobernador del Banco de España que contiene cinco juegos completos de los últimos billetes en pesetas (10.000, 5.000, 2000 y 1000). Estos billetes tienen la peculiaridad de que cada uno tiene la misma numeración, además tanto a él como a sus padres los llevaron a Francfort, todo en primera de primera, a visitar al presidente del Banco Central Europeo, Wim Duissenberg para participar en la ceremonia especial de entrega de premios que contó con la presencia de toda la prensa y televisión de todos los países de la zona euro, de cuya moneda a Rubén le entregaron, aparte de otras cosas, el primer juego de billetes euro.
Mandados tales saludos Elvira y yo fuimos en pos de nuestro avión y Lola y Alicia se fueron en pos de su carretera rumbo a Pamplona.
Una vez que el avión se elevó en busca de Barcelona, siguiente ciudad que visitaríamos, Elvira y yo nos acomodamos para ver si reponíamos la desmañanada, cosa que, en parte, conseguimos.
Dejamos el avión, fuimos a recoger nuestros velices y, al salir, lo primero que vimos fue la cara sonriente de Humberto Salazar, “ahijado” de mi hijo Emilio por ser hijo de su compadre del mismo nombre, y que a principios de este año vivió con nosotros porque su primer trabajo fue en esta ciudad con don Santiago Vera. Ahora se encuentra viviendo en Barcelona donde busca alguna buena idea comercial que pudiera adaptar en Monterrey o en la Ciudad de México. Pero, por lo pronto, con alegría mutua nos saludábamos desde lejos; luego nos daríamos un abrazo que sería cordial por ambas partes.
De allí nos fuimos al hotel Zenit donde teníamos reservación. Él nos ayudó a instalarnos, hecho lo cual salimos a sacarle jugo al día.
Decir Barcelona, ya se sabe, es decir Gaudi. Por las Ramblas nos fuimos para volver a ver, después de años, “La Sagrada Familia”. Cientos de turistas le visitan desde siempre a diario para sacarle fotos de diferentes ángulos, y llevarlas como un recuerdo que embellecerá para siempre el contenido de sus álbumes. También visitamos la Catedral de Barcelona en la que recordamos a la señora Lila de Marcos, esposa de don Carlos I, en cuya compañía la visitáramos por primera vez.
A Barcelona se va no precisamente detrás del pasado sino, más bien, del modernismo. Mucho de lo mejor que tiene no tiene más de doscientos años, acaso menos, quizá un centenario, como nuestra ciudad, y eso porque tanto el Estado como su gente adinerada se han volcado en ella en franca competencia, y así surgieron sus primeros edificios, sus mejores monumentos, y su playa. Los juegos olímpicos permitieron ganarle al mar una buena porción de terreno que le dieron a Barcelona una playa magnífica.
Humberto vive por el Barrio Gótico, lleno de construcciones del siglo XIV. A Barcelona ha llegado en los últimos años una gran cantidad de estudiantes mexicanos, hombres y mujeres, la mayoría de ellos de la Ciudad de México y de Monterrey, sin que eso quiera decir que no haya uno que otro de Guadalajara, Oaxaca y otras partes de México. Entre ellos, Humberto goza de grandes simpatías. Particularmente las jovencitas, independientemente de estudiar, trabajan, particularmente en restaurantes, como meseras o cajeras y tienen demanda por ser muy trabajadoras, es decir, que se cumple lo de siempre, que lo que no haces en tu casa, lo haces en la ajena.
Entre las ilusiones que Elvira y yo llevábamos a Barcelona era volver a comer en “Los Caracoles”, donde se comía de chuparse los dedos, pero resulta que ya no existe. O dejó de comerse bien, o la competencia cada día es más fuerte.
Una tarde que habíamos quedado de vernos con Humberto por las Ramblas, a la altura del Barrio Gótico, al tomar un taxi para que nos llevara el conductor tomó por una calle paralela, y nos dijo que lo había hecho con toda intención para dejarnos a una cuadra de las Ramblas para que, si queríamos aprovecháramos la oportunidad de conocer, al menos por fuera, el edificio donde está el hospital del Seguro Social, que es magnífico, seguramente un antiguo palacio con grandes columnas interiores. Su amplia recepción, donde esperan quienes van a consulta, limpísima, con un hermoso jardín al fondo.
No recuerdo si era viernes o sábado una tarde en que al dar vuelta en una esquina donde se levanta una antigua iglesia, vimos enfrente de ella, en plena calle, un concierto que cantantes de cierta edad, pero con magnífica voz todavía, ofrecían gratuitamente a un público que en su mayor parte les oía recargado en las paredes o, de plano, sentados en el suelo. Seguramente eran cantantes a quienes la edad había retirado de las giras, y su pasión por el canto había encontrado esa solución para seguir cantando, que ellos practicaban así con toda seriedad, misma con la que les correspondía aquel público heterogéneo.
Caminando, caminando íbamos a todas partes pasando por calles llenas de flores, por sitios donde las vendían colocadas en puestos cuadrados, colocadas en macetas que los cubrían de arriba abajo, y no en mercados sino en esquinas que eran adornadas por su colorido, todo muy ordenado y muy limpio.
La última noche barcelonesa Humberto nos llevó a cenar a un restaurante ubicado fuera de las Ramblas, al que se llegaba callejoneando por calles si no totalmente a oscuras sí menos alumbradas. Hablamos de la seguridad sobre la que nos dijo que no la había del todo, que las señoras tenían que llevar sus bolsas al frente, en lugar de sólo colgadas del hombro porque corrían el riesgo de que se las arrebataran; pero, la verdad es que Elvira no tuvo ningún problema, si bien es cierto, que tampoco se descuidaba y andaba con un ojo al gato y otro al garabato, como suele decirse.
Tiene un estadio Barcelona para 70.000 espectadores, y tiene también un teleférico y una plaza de toros en la que más que corridas se dan conciertos y tiene, además, una fuente en la que sus chorros de agua se mueven al compás de la música.
Colón tiene en Barcelona un monumento (en nuestro viaje anterior nos quedamos, precisamente, en un hotel desde el que le veíamos desde nuestras ventanas) que señala, según dicen, el lugar donde desembarcó Colón al regresar de su primer viaje a América.
Ninguna ciudad se puede ver del todo en dos o tres días, y dos o tres días pasan más rápido de lo que quisieras; en nuestro caso sólo hemos venido a España en esta ocasión a volver a echarle una mirada a lo que ya hemos visto en otras ocasiones, y esto debemos agradecerlo a quien hace posible estos y otros milagros.