L U N E S
Eunice Salcedo me muestra una colección de tarjetas postales, en blanco y negro, que rescatan una avenida Morelos anterior a 1954. En las fotos se ven los cruceros de la Morelos luciendo aquellos adornos que, seguramente, el Marqués de Berna alcanzó a ver en ocasión de la visita que hiciera a nuestra ciudad por aquellos años.
Entonces decoraban los cruceros de la Morelos grandes vasos esculpidos, montados sobre sus pedestales; bustos de algunos héroes de nuestra patria, y varios grupos esculturales modestos, pues, en cuanto al material en que estaban realizados desde luego, no era mármol, pero, obras de arte, sí eran. Un mal día se retiraron. Seguramente nuestro tráfico comenzaba a crecer y estorbaban donde estaban; pero no se pusieron en ninguna otra parte: se guardaron por algún tiempo bajo las gradas del Estadio, y luego desaparecieron. No faltó quien dijera que porque ofendían a la moral. ¡Vaya por Dios!
Desde entonces nuestra Avenida Morelos se quedó desnuda de este tipo de decoración. Los tramos que se cerraron en las calles Valdés Carrillo y Cepeda pudieran servir para la colocación en ellas, en ambas, de alguna obra de arte. En ciertas calles comerciales de Budapest acabo de ver una pequeña fuente con un niño desnudo al centro; lo mismo que una escultura a tamaño natural de “Mercurio”, patrono de los comerciantes. Motivos para decorar nuestra ciudad, no faltan, lo que pasa es que somos apáticos, dejados, indolentes. Si el próximo centenario de nuestra ciudad no nos mueve a decorarla con algunas esculturas, no nos moverá nadie.
M A R T E S
Dijo bien el que dijo que “ya ni en la paz de los sepulcros creía”. Allí está Diana, la por ningún lado pobre Diana, pues en vida hizo lo que quiso, y en muerte no le falta hacer más. Ahora vuelve a darle vida Paul Burrel, su ex mayordomo, que, según eso no fue sólo su mayordomo, o sea quien manejaba económicamente su casa sino, también su amigo y confidente. Él dice tener una carta que le dejara un día Lady D, en la que de su puño y letra hizo constar que sabía que había un complot para matarla. La carta es del 96, es decir poco más o menos un año antes de que sucediera el accidente en el que ella perdiera la vida.
Al dar la hoy famosa carta a su mayordomo le dijo que la guardara en previsión del futuro. Una carta para el futuro. ¿Para el futuro de quién? Ella ya no lo tiene. Y en cuanto a Carlos y su Camila tampoco tienen mucho que digamos, pues si ella es más grande que él, según dicen y él tiene cincuenta y cinco, como que de futuro no hay mucho que hablar. ¿O sí? Ese señor mayordomo algo busca sacando a Lady D de su tumba a que le dé un poco de aire fresco, pero, también para recibir él un poco de publicidad, pues la princesa sigue interesando todavía al mundo.
M I É R C O L E S
El emperador romano Marco Aurelio fue discípulo del filósofo Epicteto.
En el imperio romano, allá por los años 121-180 estaba todo en camino de la mayor corrupción y, sin embargo, Marco Aurelio fue el más puro, el más cuerdo, el más virtuoso, de los romanos de su tiempo. Defendió a los esclavos contra sus dueños, protegió a los pobres (una vez arrojo su manto sobre el cadáver desnudo de un mísero que llevaban a quemar), persiguió a los delatores, suprimió las confiscaciones y ordenó que los gladiadores lucharan con espadas sin punta. Pocos días antes de subir al trono, no podía disimular la tristeza.
¿Por qué estás triste? – le preguntó su madre.
Voy a reinar. ¿No te parece motivo suficiente de tristeza?
En los últimos años de su vida Marco Aurelio escribió su obra “Meditaciones”, un libro que todavía ahora , después de casi dos mil años, se sigue leyendo y reeditando. Y es que en él se dicen algunas cosas que a todos, si las tuviéramos presentes, nos ayudarían a vivir en paz con nosotros mismos. Dice Marco Aurelio en sus “Meditaciones” que “dondequiera se viva, se puede vivir bien”. Y afirma también que “todo lo que sucede en este mundo es tan usual y poco sorprendente como la rosa en primavera y el fruto maduro en el estío”. Y al decir “todo lo que sucede” se refiere a “cuantas cosas alegran o entristecen a los insensatos”.
J U E V E S
Una de las características de nuestros políticos venía siendo desinteresarse por las obras que los anteriores habían dejado inconclusas, o terminar aquellas con las que no se podía hacer otra cosa, pero terminándolas más para que se hablara mal de ellas que para otra cosa.
Las cosas ahora cambian y, si no, dénse, los que no pasan por ahí a diario por los motivos que sean, una vuelta por el Parque Venustiano Carranza y atestiguarán a simple vista los cambios que, para bien, ahí se han efectuado. Particularmente su reja lo va a embellecer definitivamente, y la va a ver muchísima gente que se lo va a decir a otra para que no deje de verla.
Rosas Figueroa dice que para ser mejores no sólo hay que señalar las cosas malas sino, hablar también de las buenas. Y eso es lo que trato de hacer, porque acostumbrado a lo que se venía haciendo cuando se habló de quitar la anterior me pareció que iba a ser dinero tirado a la calle, pero no, se ha gastado en algo que llenará de orgullo a los torreoneses cuando esté terminado.
Hay que felicitar, pues, a quienes han venido haciendo posible esta reforma: al señor Anaya, Presidente Municipal, y a su Ayuntamiento, a Carlos Delgado, Presidente del Patronato del Bosque y a Octavio González, colaborador del mismo.
Dos millones se sabe que es el dinero allí gastado, en esta ocasión muy bien gastado, pues, al final, lucirá cada peso. ¡Qué bien! ¡Felicitaciones!
V I E R N E S
Se sabe de Lucrecia Borgia que nació en 1489. Su padre fue Rodrigo Borgia (elegido Papa con el nombre de Alejandro VI) y su madre Rosa Vanoza de Catanei. Era hija, por tanto, de un español ilustre; en cuanto a su madre, no se sabe si fue una cortesana o una distinguida matrona. Desde el nacimiento hasta los once años la vida de Lucrecia está algo envuelta en el misterio. El nombre de Borgia o Borja es español, o de origen español, y los Borgia tuvieron ilustres representantes, a la vez en España y en Italia.
Poco se sabe de Lucrecia hasta que el famoso cardenal Rodrigo, que después fue Papa con el nombre de Alejandro VI, se interesa en buscar novio para esta niña de once años que es su hija.
Lucrecia se casó muy joven con Juan Sforza, y a los diecisiete años había enviudado; contrajo matrimonio por segunda vez con Alfonsoi de Aragón, príncipe de Salerno. De este matrimonio tuvo dos hijos, uno que murió poco después de nacer y otro que se llamó Rodrigo de Borja y Aragón.
Un niño en el colegio preguntaba: ¿Por qué primero Borja y después Aragón?
Y el profesor, tan poco enterado como otro cualquiera a través de tantos le decía: Cosas de aquellos tiempos.
S Á B A D O
¡Hombre!, no quiero que se me vaya esta semana sin felicitar, por su día, que fue el jueves, a los médicos que, de una manera u otra han contribuido a que yo siga aquí vivito y coleando. En primer lugar estuvo, el doctor Mihaloglou, el primero de ellos, pues estamos hablando de los años veinte, que me dio a elegir entre la famosa emulsión de Scott, la del pescador que carga un pescadote tan grande como él, o el jarabe de rábano yodado, que era casi un dulce aunque no prometía nada, y así me quedé: apenas si crecí, de fuerzas ni hablar, las suficientes para ir tirando, pero no más, aunque, dado mi carácter apacible, tampoco hubiera sabido qué hacer con ellas.
El segundo, el doctor Nuño, español, como tenía que ser con tal apellido, quien en ocasión de un malestar estomacal me puso a dieta de uvas y santo remedio.
Después entraron en mi vida los doctores Hernández Chávez, que fue el médico de mi tío Manuel, y luego Folch, quienes, al convertirse en médicos de Elvira y de mis hijos me vieron siempre, aunque poco, a mí de pilón.
Los doctores Iturriaga, tío y sobrino, también cuidaron de mi salud, el primero hasta su muerte.
El doctor José G. Villarreal me atendió cuando lo del infarto, del que sus cuidados y el estirón que Elvira me dio cuando, según eso, ya me iba, aquí me pusieron de nuevo.
En los últimos años el que se encarga, una o dos veces al año, de checar cómo ando es el doctor Manuel Anchondo, y ahí me lleva, ahí me lleva. Y si alguno se me escapa sólo es la confirmación de que mi memoria ya comienza a fallarme, pero no mi agradecimiento.
Para todos ellos, pues, un saludo muy especial con motivo de su día.
¡Felicitaciones!
Y D O M I N G O
Los más poderosos resortes que obran sobre el corazón del hombre son la esperanza de un gran bien y el temor de un gran mal, la aversión al dolor y el amor del placer. FRANCISCO SEVERO MALDONADO.
A todos ellos, pues, un recuerdo agradecido por lo que han hecho por esto poquito que soy físicamente manteniéndome sin Anchondo