Torreón Acoso escolar Torreón Agua Saludable Sistema Vial Abastos-Independencia Virgen de Guadalupe

MIRAJES

Por Emilio Herrera

LUNES

Se acercan ya los días de las grandes comilonas y las mejores recetas familiares. El parisiense Antonio María Caréme fue el que, a principios del siglo XIX, convirtió la cocina en arte, con minúscula, pero arte al fin y al cabo. Al primero que sirvió fue a Talleyrand-Perigord, después pasó al servicio del rey Jorge IV de Inglaterra. Más tarde sería cocinero del Zar de Rusia, del príncipe de Wurtemburg, del Marqués de Londonderry, de la Marquesa de Bragatión, de Rotshild y muchos otros de esta categoría.

En la corte inglesa se dio vuelo. Las comidas de su Majestad británica cambiaron por completo. Y el diario desfile de platos que rivalizaban en delicadeza, sazón y originalidad, llegaron a inquietar al rey que sentía aumentar su apetito. Expresó su inquietud a Caréme, quien le contestó: “Majestad, mi oficio es halagar vuestro apetito, no regularlo”.

Caréme ha sido considerado como “el genio de la alimentación”. Sus estudios acerca de la cocina romana en la antigüedad le llevaron a la conclusión de que los famosos festines de Lúculo y otros por el estilo eran tan ordinarios como indigestos. Escribió varias obras sobre éste y otros temas gastronómicos, y en ilustrarlos con curiosos grabados gastó un dineral. No murió en la pobreza, pero, si dura unos pocos años más, lo logra.

M A R T E S

Posiblemente el Tío Sam sea el tío más conocido del mundo, aunque no precisamente el más querido. A nadie se le puede perdonar tanto éxito como el que él ha tenido, a como le ha dado lugar.

Se suponía que la interpretación ingeniosa del U. S. del United States había dado lugar al sobrenom-bre, pero los historiadores cuentan que el Tío Sam de los caricaturistas fue originalmente un tal Samuel Wilson, de la ciudad de Troy, estado de Nueva York, quien durante la guerra de 1812 suministraba carne para las tropas. Los soldados empezaron a usar la expresión “la carne del tío Sam”; el nombre prendió, y pronto de todo cuanto pertenecía al gobierno se decía que era del Tío Sam. No fue sino años después de la muerte de Samuel Wilson, en 1854, cuando hicieron su aparición los primeros dibujos que le representa-ban.

Es difícil determinar si se parecía o no a las caricaturas, pero se sabe que las patillas le fueron agregadas por uno de los artistas, quizá por Tomás Nast, quien por los años del 60 al 70 de aquel siglo se valió de este personaje para personificar al gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica.

M I É R C O L E S

No constituye precisamente una revelación histórica el afirmar que durante los primeros años de la Revolución francesa de 1789, se entregó el pueblo a todo género de excesos; gentes que habían vivido sumisas en la mayor miseria moral y material, su incorporación a la vida – antes realmente no vivían - constituyó una verdadera catástrofe, como no podía por menos de suceder. Su conducta en los teatros, por ejemplo, distó mucho de ser, no ya edificante sino simplemente correcta. Autores e intérpretes eran abucheados groseramente con cualquier pretexto o sin ningún pretexto; el pueblo soberano estaba pletórico de fuerza y la empleaba con la inconciencia . . . de los inconscientes.

Los desórdenes en los espectáculos – escribe Condorcet en sus “Memorias” eran habituales; durante una representación de “Ifigenia”, el partido de los patriotas llegó a las manos con el aristócrata y, por suponer que éstos ocuparían la mayor parte de los palcos, se arrojaron manzanas contra muchos de ellos. La duquesa de Biron, que recibio una de éstas en su palco, enviósela al día siguiente al señor de La Fayette, con unas líneas que decían: “Permitidme, señor, que os ofrezca el primer fruto de la revolución que ha llegado a mi poder.”

J U E V E S

Allá por los setenta, y no sé si esto seguirá en la actualidad, se ofrecían en la capirucha unos “tours” para que los turistas y los propios capitalinos conocieran la ciudad de México. De domingo a domingo se llenaban los ómnibus, pues no sólo era uno, eran varios los que, a un precio módico realizaban estos “viajes” y mostraban a sus pasajeros los viejos edificios de la metrópoli contándoles su historia y leyendas, haciendo visitas especiales en Palacio, para que vieran la obra pictórica de Diego y el Museo de Arte Moderno de Chapultepec, llevando para el efecto a un catedrático en la materia que les explicaba lo que veían.

Hasta donde yo supe aquello funcionó largo tiempo, no sólo para beneficio de los turistas sino para muchos capitalinos, pues, aunque parezca increíble muchos de los habitantes de cualquier ciudad sólo conocen de ella el barrio donde viven, y a veces ni eso.

En los últimos años nuestra ciudad ha crecido enormemente. Si muchos llegamos en aquel entonces a conocerla totalmente, hoy pocos serán los que puedan enorgullecerse de ello. No estaría por demás que el propio Ayuntamiento pensara en esto, y que aquél que esté al frente del departamento a quien pudiera corresponderle, organizara un “tour” dominical por nuestra ciudad y sus barrios aledaños. Todos se asombrarían de lo grande que Torreón es actualmente. Recorriéndolo y reconociéndolo se comprenderían mejor los problemas de nuestras autoridades y acaso muchos de los que hicieran este recorrido tuvieran sugerencias prácticas que hacer y que pudieran ser útiles. En fin, que Torreón no es como antes, que te lo sabías hasta sin querer; ahora hay que querer conocerlo para lograrlo, pero no todos sus habitantes tienen automóvil. Un “tour” de esta naturaleza, hecho despacio, con las explicaciones elementales debidas, que se lleve cuatro o seis horas, acaso logrará que muchos conocieran mejor la ciudad donde viven.

V I E R N E S

En aquel mismo año del 70 – ¿qué tanto son treinta y tres años? -vivía en Coatzacoalcos, un señor llamado Taurino, y ojalá siga viviendo, pues, como ya dijimos, ¿qué tantos años son treinta y tres?, a quien todos, por respeto, a su nombre le anteponían el don.

Don Taurino era, por aquel entonces, el presidente municipal de aquella ciudad veracruzana que antes se llamara Puerto México, y ya lo había sido antes, varias veces, porque así eran las cosas. Comenzaban a verse por aquel año caras nuevas que aspiraban a lo que él disfrutaba plenamente. Fue entonces cuando dijo una verdad de a folio. En primer lugar que estaba contra los políticos aficionados. Y luego, que: “A las presidencias, cualquiera que fueran, chicas o grandes, no debían llegar jamás hombres impreparados en política; que los alcaldes, los regidores, los síndicos, deberían ser políticos profesionales siempre, porque, de otro modo, el pueblo es el que sufriría las consecuencias.”

Don Taurino quería que se fuera por grados, que hubiera carrera como en cualquiera otra profesión. Si nadie es médico, o ingeniero, o contador de golpe y porrazo, ¿por qué ha de ser nadie presidente chico o grande de buenas a primeras?

Don Taurino, según me contó tiempo después algún agente viajero, le sucedió un joven que no quería perder tiempo, y consiguió un buen padrino.

S Á B A D O

Si en aquellos tiempos bíblicos hubiera existido la televisión, me explicaría que gente como Matusalén viviera 969 años, porque he visto a niños y jóvenes viéndola y ni parpadean y, así, ¿qué energía podían gastar?

Pero, no habiéndola, algo tenía que hacer, además de procrear, para hacer de su vida algo lo suficien-temente atractivo como para seguirla viviendo.

Nietzche llegó a decir: “¿Ésta es la vida? ¡Bueno, venga otra vez!” Pero, el filósofo alemán murió a los 56 años y a los 45 ya estaba loco, así que, fuera de filosofar, de nada había hecho mucho, o tanto como para no querer más. En cambio, Matusalén debe haber vivido, supongo, unos primeros 69 años maravillosos, en tanto que los siguientes 900 deben haber sido tremendamente aburridos. Por muy ingenioso que fuera, no le quedaba más que hacer diariamente lo mismo, pues que se sepa, nada hizo digno de contarse, por eso no se cuenta, y el dominó ni para cuándo se inventara aún.

¡Vaya vida! Seguro que él no pidió que se repitiera. No estaba loco.

Y D O M I N G O

Aunque sea jade: también se quiebra, / aunque sea oro, también se hiende, / y aun el plumaje de quetzal se desgarra: / ¡No para siempre en la tierra: / sólo breve tiempo aquí. NEZAHUALCÓYOTL

Leer más de Torreón

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Torreón

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 59117

elsiglo.mx