L U N E S
¡Así que hoy es primero de diciembre, último mes del año! Pero, ¿cómo es posible, si apenas ayer comenzaba este año 2003? Los años, por lo que se ve, hoy nos los dan muy encogidos.
Eche usted, querido lector, un vistazo a su ayer. Véase de niño y recuerde lo que un día le duraba, y lo que en él hacía. Y si no quiere ir tan lejos, vaya a su adolescencia, a su juventud y podrá recordar lo que era un día como Dios manda.
Véase adolescente o joven: deporte por las mañanas, estudio o trabajo después, la hora de comer, porque entonces se comía en familia, a mesa llena, y no como ahora cada quien a su hora, que los comedores hasta parecen restaurantes; luego, la escuela o los trabajos nuevamente, y en la noche, las muchachas, la novia o los amigos, o más deporte o clubes asistenciales. Ah, y la mayor parte de todas estas cosas, a pie. A pie a todas partes, lo que permitía atestiguar cómo la ciudad crecía.
Hoy, ya lo ve, los relojes no se sabe cómo ni por qué, pero no conducen igual a sus minutos, los llevan como si los arrearan. Han de ir jadeando los pobres.
Y tan nos sirven para muy poco hoy las horas, que déjeme despedirme haciéndole una pregunta, para que usted se la conteste. ¿Qué hizo el día de hoy?
M A R T E S
En estos días, particularmente en la Ciudad de México, las manifestaciones y las marchas de protesta - motivos no faltan – son más que abundantes. Yo no sé si los desempleados, de los que hay, según dicen, tres millones en México, las aprovechan para hacer algo y no aburrirse, o si los marchadores son otros que tampoco trabajan. De todas maneras, en ocasiones no sólo es una diaria, pequeña o magna, a veces son varias el mismo día, siguiendo diferentes rutas, pero todas causando desorden por donde transitan. Y este desorden es peligroso, porque el desorden es la injusticia misma.
Estas manifestaciones capitalinas, igual que las de provincia, se deben en la mayor parte de los casos, por el exceso de lentitud en el estudio de los casos que se presentan en las oficinas correspondientes para su estudio y resolución.
Si las cosas cambiaran, si se prestara atención inmediata a los casos que se presentan en las diferentes oficinas y se resolvieran con justicia los diversos asuntos, nunca habría estas marchas de protesta, ni se tendría el temor de que pasaran a mayores, lo que no ha sucedido porque por fortuna no ha surgido el hombre carismático que las utilice en su beneficio. Pero, ¿quién puede afirmar que ese hombre todavía no nace? ¿Por qué no atender oportunamente –y con buenos modos- a quienes sólo piden un sí o un no franco a sus problemas?
M I É R C O L E S
A final de cuentas, el año no tiene trescientos sesenta y cinco días con sus noches. Tiene uno y una, que no sólo se repiten todo el año sino que se han venido repitiendo siempre y que seguirán haciéndolo todo el tiempo que esto dure.
Es cierto que hay días extraños, pero esto es porque ese tiempo, al que nosotros le hemos puesto diferentes nombres y hasta hemos dividido en años, meses y semanas, se hastía de ser lo que es, y desea destrozarse sólo para sentirse diferente.
A nosotros nos conoce como a la palma de su mano, si es que los días tienen manos, y saben que cuando tenemos necesidad de los demás vamos hacia ellos; pero cuando sospechamos que nos necesitan nos escondemos a las primeras de cambio. ¡Qué cosa tan grande es el hombre!
El día, ese día que vivimos constantemente y que tan bien nos conoce, se da cuenta de que hemos llegado a olvidar palabras que en un tiempo fueron muy importantes para el hombre, como honestidad, caballerosidad. Y se da cuenta -nosotros no– de que no sólo en Dinamarca hay podredumbre, de que hay algo podrido en todo el mundo.
Ese día que se repite a diario siente que podría anticipar lo que somos capaces de hacer ante tal o cual situación, porque es el mismo día que vivieron nuestros padres y nuestros abuelos y los demás, por lo que nos conoce al dedillo y sabe de qué pie cojeamos y cojearon todos los nuestros.
J U E V E S
Nicolás Gogol, escritor ruso, intentaba divertir a sus lectores con sus relatos. Decía: “Todo en la vida tiene un aspecto divertido. Yo me pongo como misión enseñar a otros a comprender lo divertido que es el mundo.
Y escribió una novela “Almas Muertas”, dio a leer el original a Puchkin, éste se entristeció tanto leyéndolo, que tuvo que interrumpir varias veces la lectura. Y al devolvérselo a Gogol, le dijo que había sabido describir muy bien la gran tristeza de Rusia.
Esto sorprendió mucho a Gogol, pues estaba convencido de haber escrito un libro divertido.
Un libro que no se pudo publicar en seguida, porque la censura no lo autorizó. La primera dificultad fue el título. Dijo el censor que las almas eran inmortales, y que aquello de “Almas Muertas” podía ser interpretado como una herejía. Gogol explicó a los censores que no se trataba de contradecir la inmortalidad del alma, que aquello de “almas muertas” era una cosa imaginaria; que en el libro se contaba la historia de un señor ruso que compraba a sus amigos los siervos muertos, los inscribía a su nombre como si vivieran y así presentaba a los bancos una lista de muchos más siervos de los que en verdad tenía, y obtenía préstamos mayores. Y la censura no autorizó la publicación del libro. Dio la razón de que el relato era ofensivo para las instituciones rusas. Al fin el libro se publicó pero con otro título: “Aventuras de Chichikov”, y con el subtítulo de “Almas Muertas”
V I E R N E S
De San Felipe Neri, italiano nacido en Florencia, se cuentan cosas muy graciosas. Era persona de gran sencillez y trataba a todo el mundo como a íntimos amigos y sin ningún cumplido. Era sacerdote y pasaba casi todo el tiempo en las calles de los barrios pobres, en busca de necesitados a quienes ayudar. Cierta mujer llamada Ana estaba enferma. El marido fue en busca del santo. Entró el santo en la habitación de la enferma y le gritó:
“¿Qué haces en la cama? ¿Te parece bonito fastidiar a un buen hombre como es tu marido con tu enfermedad?”.
Se le acercó y le dio un par de sonoras cachetadas. Y la enferma quedó milagrosamente curada.
De una monja contemporánea del santo se decía que hacía milagros.
San Felipe Neri la quiso conocer y fue a visitarla al convento. En cuanto la vio, lo primero que hizo fue darle un par de bofetones. La monja se enfadó mucho, le llamó grosero y corrió a pedir a la madre superiora que lo echara de allí. El santo escribió después al Papa que no hiciera caso de los milagros ni de la santidad de aquella monja, pues para ser santa le faltaba la virtud principal: la humildad.
Decía que el orgullo era el peor pecado, y, para humillarse él, iba siempre vestido de cualquier manera, y a veces daba saltos y hacía piruetas en medio de la calle, sólo para que se rieran de él. Y aconsejaba a sus discípulos que lo hicieran también. Cuando los hombres se ríen de nosotros decía-, Dios nos mira con más amor.
S Á B A D O
Hoy tenemos elecciones. Eso me recuerda otras en las que uno de los candidatos, cuando andaba en gira había llegado a un pueblo prometiendo de inmediato hacerles un puente. Pero, como le objetaran que no tenían río, de inmediato respondió que les haría uno.
Por supuesto que, como lo hacen todos, al salir meses después electo, ni les pudo hacer el río, lo que le salvó de hacerles el puente, ni ninguna otra cosa en cambio, que así son todos los candidatos de lo que sea: los que pierden no pueden hacer nada, y los que ganan se olvidan de cumplir sus promesas.
Hubo otro cuya promesa a otro pueblo fue hacerles una carretera, y les salió cumplidor. Se las hizo, y como ya tenían otra, allí se comenzó a ver la conveniencia de hacerlas dobles, una para ir a los sitios y otras para volver de ellos.
Y D O M I N G O
Lo que es preciso es fundir las facultades, quitar a los planes de estudio su unilateral orientación práctica, abandonar el detestable sistema de educación puramente profesional, mostrar a la sociedad que hay otros fines para la actividad individual que el título y la carrera. MANUEL GÓMEZ MORÍN