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MIRAJES

Por Emilio Herrera

L U N E S

Este día volvió a ocurrir lo de siempre desde que uno tuvo la, para él feliz ocurrencia –comerciante debe haber sido, o fabricante de juguetes-, de convencer a los demás de que no solamente los Reyes Magos podían regalar cosas a los niños, sino todos los que tuvieran hijos. Y es más, para ganarles la mano adelantaron la fecha fijándola en la de la Natividad, como si en una fecha así la madre tuviera humor para andar recibiendo gente. Así que, ahora, cuando los Reyes llegan no hay magia que valga, apenas si hay niños que los esperen.

Y como la codicia de los comerciantes de todo el mundo ha llevado la cosa hasta los extremos, haciendo de una fiesta, en todo caso, de regalos infantiles a un motivo de regalos entre todos los que pueden reciprocar, los niños, como son de casa, en ocasiones son los que pagan el pato, sacrificándolos para quedar bien con otros mayores que no lo son. Acaso por eso el famoso Santa Claus cada año queda peor con los niños que le escriben cartas, muchos de los cuales en edad de haber escrito cuando menos dos, ya no saben ni para qué les enseñaron a escribir, y años después los que llegan a diputados o más se desquitan como ustedes saben.

En fin, los niños, como pocos son los que reciben lo que pidieron, acaban por volver a sus “palitos”arrumbando en un par de horas lo que recibieron, que pocas veces es lo que pidieron.

M A R T E S

Será lo que se quiera, pero, la verdad es que nuestra ciudad se va viendo mejor; el pueblo como que tiene referencias visibles de varias cosas en las que se ha gastado su dinero, porque, al fin y al cabo ¿con cuál, sino es con ese dinero con el que se hacen o no las cosas?

Las cosas, por otra parte, no se pueden hacer sin dinero. Por eso se dice que más vale bolsa saca que bolsa seca. Aunque hay ocasiones en que la bolsa no está seca y, sin embargo, nada se hace, más que por otra cosa, por falta de imaginación de quienes lo manejan.

Uno de los beneficiados con la reja que se ha puesto al Parque Venustiano Carranza es el que vende jugos al centro de una de sus calles.

Debe de hacérsele comprender que su negocio – excelente concesión - tal como está desluce la obra hecha, y que él también debe hacer un esfuerzo para poner lo suyo a tono con aquello de que, toda proporción guardada, las circunstancias le hacen formar parte.

M I É R C O L E S

Los años ya no se viven a diario, los calendarios han enseñado, marcando en rojo las grandes fechas, a vivirlos por ellas, a saltos. Los años comienzan por el Año Nuevo que implica los abrazos y las felicitaciones por haberse “echado” a un año más, sin ponerse a pensar que ello también disminuye uno en los que nos quedan para vivir. Pasando por alto a los Santos Reyes, porque la santidad cada día es más difícil de alcanzar y los reyes se han democratizado tanto que, para ejemplo, ya ves en las que anda Felipillo, el príncipe español, nos vamos hasta el Día del Amor y la Amistad poniendo énfasis en lo de la amistad porque el amor se ha desprestigiado un tanto cuanto últimamente; y porque las estaciones, al menos entre nosotros se reducen sólo a dos, la de calor y la de frío, las ignoramos pasándonos a los festejos del Día de la Madre, a la que tratamos de darle en un solo día el cariño que olvidamos el resto del año, y de allí hasta el 12 de octubre, que por muchos años fue de la Raza, hoy del encuentro y mañana quién sabe; luego viene el Día de los Muertos, ¿cómo olvidar a los muertos? Se dice que aquí como en España, los muertos están más vivos que los vivos, y parece ser así: vivimos de los principios que se heredaron del padre, y éste del suyo; y de allí a la Revolución que ya se nos hizo vieja, y luego al Día de la Guadalupana que se resuelve en peregrinaciones en las que muchos participan y para la mayoría son un espectáculo, y luego la Noche Buena y la Navidad, y así se nos va la vida, corriendo de una de estas grandes fechas a otras siendo, los días de en medio, apenas un desvivir.

Por eso, al final, el pasado se vuelve tan importante. Ese pasado que siempre que lo recuerdas lo encuentras lleno de actividad.

J U E V E S

Hace ciento veinte y seis años Manuel Gutiérrez Nájera publicó en “El Federalista” un cuento navideño: “Una escena de Noche Buena” que aquí transcribo sólo por curiosidad, para darnos cuenta de cómo eran tales cenas entonces, y de sus consecuencias. Va, pues, de cuento:

“Prólogo.- La escena pasa en la casa del escribiente primero del oficial segundo de la mesa cuarta de la sección octava del Ministerio de Justicia.

Atención

Vamos, date prisa, mujer, que ya no tarda Luisito.

¡Si todo lo tengo al corriente, hombre de Dios!

¿Todo? ¿y que es ello, Nicanora?

Pues, te lo voy a decir, Sisebuto. Primero . . . . la sopa . . . .

¡Ah! Supongo que mandarías al restaurant, de que soy parroquiano, con la tarjetita que me dieron.

Sí, ha ido la muchacha esta tarde y le han llenado dos soperas.

Perfectamente. Ya tenemos la sopa. ¿Qué más?

Entremeses de pepinillo y aceitunas. Nuestro sobrino se muere por las aceitunas.

A mí también me gustan. Sigue, sigue.

Un magnífico bacalao de tres libras.

¿Soberbio, eh?

¡Por supuesto!

Acompañamiento de vinos . . . ¿Qué vinos tenemos?

Jerez y Burdeos.

¡Al pelo, Nicanora, al pelo!

Hay, además, un guachinango.

Mucho pescado me parece.

No lo creas . . . ¡Ensalada de Noche Buena!

¡La ensalada! ¡Sublime! ¡Incomparable!

Postres: Queso de Gruyére, Roquefort, pasas, turrón, almendras y una botella de Chartreuse para el café. ¿Qué te parece el programa?

¡Suculento! ¿Magnífico! ¿Como tuyo! Pero ¡cuánto tarda ese chiquillo! . . . ¡Estoy ya rabiando por hincar el diente al bacalao!

¡Ah! ¿Has oído la campanilla? Abrid, abrid, será él . . .

No, no señor . . . ¡es el sastre que trae la cuenta!.

La cuenta del sastre en un día como hoy . . . ¡Qué poca consideración! Dí que mañana pasaré por allá.

¡Vuelven a llamar!

Ése sí que es Luisito.

Tío, ¡aquí estamos todos!

¡Pues a la mesa, a la mesa.”

En algo más de un siglo, eso apenas si ha cambiado.

V I E R N E S

Poco nos queda de un 2003 que, apenas ayer, se lo deseábamos feliz y saludable a nuestros amigos y, además, largo. Lo primero y segundo posiblemente lo obtuvieron, pero es muy difícil que lo último lo hayan logrado, y la mejor prueba es que ya está boqueando, es decir, en sus últimas.

A estas alturas, la verdad, ni quien le haga caso. Allá por su primera mitad quienes la vivieron todavía se divertían el día 28, que es hoy precisamente, y Día de los Inocentes, haciéndolos y riendo con ellos de su credulidad, pero, en estos años inocentes ya no quedan, ni siquiera los niños, a quienes la televisión les ha quitado toda ingenuidad, toda candidez.

El juego era de buena fe, tanto que el que lograba engañar a sus amigos tenía que pagar tal atrevimiento enviándoles un regalo personal, o invitándoles a comer, pues la intención no era reírse de ellos sino reirse juntos de tal descuido.

Hoy estas cosas se han olvidado, ya no hacen gracia o se consideran una pérdida de tiempo por los adultos, que tanto pierden buscando un peso tan seriamente.

S Á B A D O

Lo mejor para olvidar el tiempo, decía Zweig que decía Stendhal, es mirar atrás, la vida que ha pasado, y al describirse a uno mismo como muchacho, se ve tan lejano que parece que ha descubierto otra persona.

Pensando en lo anterior, recuerdo mi primera aventura, cuando con Lalo, niño de mi misma edad, sobrino de “las gordas”, que vivían en la misma cuadra de la Allende y a quien llevaban, con frecuencia, a visitarlas por varios días, uno de ellos nos lanzamos a darle la vuelta a la manzana, cosa que no dejaba de tener sus peligros, pues por la Matamoros pasaba el tranvía de circunvalación hecho la mocha y en la orilla de la banqueta había moreras, árboles detrás de los que íbamos para lanzar piedras a sus ramas y hacer que su fruto cayera. El problema era que las moras lo mismo caían en la banqueta que en medio de las vías del tranvía, y en los tres o cuatro años que por entonces teníamos éramos más niños que los niños de la misma edad ahora, que para tal edad ya se tienen vistas en la tele todo lo que un niño explorador debe saber sino hasta lo que debe de saber don Juan.

Aquello, a lo que apenas se le ve importancia, fue para nosotros como darle la vuelta al mundo. Cuando menos vimos el otro lado del nuestro que se limitaba al frente de la casa, y nos hizo sentirnos, seguramente, como Stanley en la novedad de África. Las moras pude seguirlas comiendo por años y sin ningún temor en la Alberca Esparza.

Y D O M I N G O

Recibe, querido lector, mis mejores deseos para ese 2004 que nos espera con los brazos abiertos; ojalá que para ti sea totalmente saludable.

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