Hace medio siglo se consumó la enmienda constitucional que reconoció el derecho de las mujeres a votar en elecciones federales. El 6 de octubre de 1953 la Cámara de Diputados emitió la declaración de reforma a los artículos 34 y 115, una vez concluido el proceso constitucional respectivo. Es dable fijar esta fecha y no el 17 de octubre en que se publicó el nuevo texto del 34 que hacía ciudadanas a las mujeres, porque el seis de octubre se dio el paso formal a que no había llegado la primera tentativa de eliminar la aberración de dejar fuera de la vida pública a la mitad de la nación.
El 14 de diciembre de 1937 el presidente Cárdenas inició la primera reforma al artículo 34. En ese mismo mes las dos cámaras federales aprobaron la enmienda propuesta, sin discusión. Y a partir de enero la reforma fue aprobada por las legislaturas locales, como lo previene el artículo 135. Pero sin razón explícita el proceso se diluyó en la nada. No llegó a realizarse el cómputo de la posición de los congresos estatales y en consecuencia no se formuló la declaración respectiva y mucho menos se realizó la publicación correspondiente.
Consideraciones desconocidas frenaron la decisión de Cárdenas. Puede conjeturarse que tras la expropiación petrolera y la fallida revuelta del general Saturnino Cedillo se hubiera acentuado la inestabilidad política del país y el Presidente hubiera prestado oídos a quienes temían que el voto femenino engrosara la fuerza de la oposición. Como lo comprobaría su opción por el conservador Ávila Camacho por sobre el radical Mújica, aparentemente en 1938 Cárdenas había decidido echar aceite sobre las aguas embravecidas. Era verdad, además, que las fuerzas antagónicas al cardenismo se organizaban en agrupaciones como la Unión Nacional Sinarquista y por eso habría hecho suyo el argumento que las mujeres en las urnas debilitarían al gobierno revolucionario.
Lo cierto es que nadie formuló una protesta o una demanda por concluir el proceso constitucional de reforma, que se quedó en una suerte de limbo, quizá en espera de que un momento propicio permitiera consumarla. Como si ignorara esa circunstancia, apenas llegó a la Presidencia Miguel Alemán inició una reforma constitucional en sentido semejante. Pero no modificó el 34, sino el 115, que establece las bases de la vida municipal, pues se trataba de operar por aproximaciones sucesivas, comenzando por la elección de ayuntamientos. Con un mecanismo fast track, en diciembre de 1946 se recorrió todo el camino de la reforma, cuya declaración se realizó en el último día de ese año y el decreto correspondiente apareció en el Diario Oficial del 12 de febrero siguiente.
La ocasión fue aprovechada por el diputado panista Juan Gutiérrez Lascuráin para recordar a los olvidadizos o informar a los ignorantes de la reforma cardenista, congelada antes de que se fundara el Partido Acción Nacional. Quizá para evitar que la oposición hiciera suya esa promoción de la mujer, apenas llegó al cargo el presidente Ruiz Cortines presentó una iniciativa de reforma al artículo 34 y también al 115, porque si se establecía el voto femenino en general, se hacía redundante la cláusula que lo había hecho posible en elecciones municipales. El diputado panista Francisco González Chávez hizo notar que era innecesario tal proyecto, puesto que bastaba concluir el proceso constitucional de 1937 y 38, pero su petición fue desatendida. Recomenzó entonces el camino constitucional y como queda dicho un día como hoy, hace cincuenta años, se declaró reformada la Constitución.
Es problemático medir el efecto de la incorporación de las mujeres al voto activo. Conocemos los datos de la participación electoral, pero se requiere ser ingenuo o estar afectado por un defecto que mi conservadurismo verbal me impide expresar con todas sus letras, para otorgar crédito a la estadística de elecciones manipuladas por el gobierno. De cualquier modo, es posible que la Comisión Federal Electoral haya querido dar la impresión de que el universo de votantes creció considerablemente por la inclusión de las mujeres.
Según las cifras del colegio electoral de la Cámara de Diputados, en 1952 votaron poco más de tres millones seiscientos mil ciudadanos, todos ellos varones. En cambio, en 1958 más que se duplicaron los sufragios pues, según la misma fuente, se llegó a casi siete millones y medio. No puede saberse si la prevención de que las mujeres “se entregaran a la reacción”, como decían los timoratos vestidos de revolucionarios se cumplió o no.
Lo cierto es que Acción Nacional aumentó su presencia en una proporción levemente mayor que la del crecimiento general de la votación: los 286 mil votos para Efraín González Luna se convirtieron en 705 mil para Luis H. Álvarez.
Hubiera sido imposible aplazar por más tiempo el ingreso de las mujeres a la vida ciudadana más elemental. La tendencia demográfica a que la porción femenina de la sociedad tenga un crecimiento más acelerado está hoy manifestada en la superioridad numérica de las mujeres.
Para la elección del dos de julio en el padrón se hallaban inscritos poco menos de 31 millones 700 mil hombres, y casi 34 millones de mujeres: 48.25 por ciento y 51.75 por ciento respectivamente. Quizá porque son más cumplidas, la proporción femenina es mayor en las listas nominales (que se forman con quienes, empadronados, recogen su credencial de elector), pues la participación masculina se achica a 48.19 y la femenina crece a 51.81 por ciento.