Los norteamericanos se declaran agotados. El cansancio representa una paradoja. Tienen un estrés y una angustia sin precedentes, demasiado intensa. Hoy, viven más que nunca; tienen más comodidades, aparatos de alta tecnología y viajan como sus inmediatos ancestros ni siquiera lo soñaron. Tanto hombres como mujeres tienen más de todo, pero también trabajan más. Y ahora, muchos ciudadanos, tomando conciencia de lo limitado que es nuestro tiempo de vida, han empezado a desconectarse de esa vida, o a hacer todo lo posible por hacerlo.
Hoy, muchos dicen, sobre todo los más educados, importa más el tiempo que el dinero. Ya no quieren ser parte de un sistema que ya no les deja tiempo para recargar sus baterías. Están tratando de simplificar sus vidas como pueden, muchos de ellos tomando medidas dramáticas, como disminuir sus horas de trabajo al mínimo, y de hacer promociones en los empleos.
Quizás sea que la vida moderna con todo lo que nos ha ofrecido, también nos ha retratado de una manera muy cruda y realista el hecho indiscutible e inevitable de nuestra mortalidad. Por ejemplo, Jeffrey Stiefler, el presidente de la compañía American Express, dejó recientemente su trabajo para trabajar a un paso menos apresurado y pasar más tiempo con su familia. ¿Es tan difícil tomar conciencia que al morir desaparecemos de una vez y para siempre?