“Francia votará ‘no’, sin importar las circunstancias”. Jacques Chirac
La guerra parece haberse decidido ya; pero no me refiero al ataque estadounidense contra Iraq, sino al conflicto que enfrenta a Francia y a la Unión Americana en las Naciones Unidas, el cual es de tal magnitud que, en determinadas circunstancias, podría llevar al desmembramiento de la organización.
Francia se ha convertido en el gran obstáculo a las intenciones de Estados Unidos de atacar Iraq con la bendición de las Naciones Unidas. El presidente Jacques Chirac ha sorprendido en esto a los izquierdistas franceses, que siempre desconfiaron de él. La decisión del mandatario francés de enfrentar a Estados Unidos —de una manera en que no lo hizo su predecesor socialista Francois Mitterrand en la guerra del Golfo de 1991— le ha generado un gran respaldo político en su país. Para muchos franceses, Chirac ha recuperado el popular espíritu independiente, antiestadounidense incluso, que caracterizó al general Charles de Gaulle.
No cabe duda de que un veto de Francia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas agravaría de manera brutal el ya existente enfrentamiento entre París y Washington. Pero las consecuencias no serían desastrosas para ninguno de los dos. En cambio sí podrían poner en peligro a las Naciones Unidas.
La palabra “veto” no está incluida formalmente en la Carta de las Naciones Unidas; pero el artículo 27, párrafo Tres, establece que las decisiones del Consejo de Seguridad deberán tomarse por una mayoría de nueve que incluya los votos “concurrentes” de los miembros permanentes. Este poder práctico de veto se ha usado con relativa frecuencia a lo largo de los años. De hecho, Estados Unidos es el país que más ha recurrido a él.
Un veto de Francia o Rusia, o un rechazo a la guerra por votación simple en el Consejo de Seguridad, no impedirá la guerra estadounidense contra Iraq, la cual ya está decidida. Pero el gobierno estadounidense la consideraría como una medida contraria a sus más profundos intereses. Bush no ha declarado tajantemente en el caso de Iraq, como lo hizo cuando inició las acciones contra Al-Qaeda que habrían de desembocar en el ataque contra Afganistán, que “los amigos de mis enemigos son mis enemigos”, pero no hay duda de que el presidente estadounidense se ha tomado la guerra contra Iraq como una cuestión personal.
Estados Unidos ha tenido desde hace años una posición ambivalente hacia las Naciones Unidas. Por una parte es el país sede de las instituciones centrales de la organización, incluyendo la Asamblea General y al Consejo de Seguridad. Es, además, su principal fuente de recursos financieros, a pesar de que con frecuencia ha retenido pagos en protesta por lo que ha considerado abusos o mala administración de la institución. Las quejas de los estadounidenses llegaron a un punto máximo este año con la decisión de otorgar a Libia, un país conocido por sus abusos a los derechos humanos, la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
¿Qué medidas tomará Estados Unidos si se siente rechazado por las Naciones Unidas en un caso que le es tan importante como el de Iraq? ¿Aguantará simplemente el desprecio mientras lleva a cabo su ataque contra Iraq? ¿Retendrá nuevamente sus aportaciones financieras a la institución? ¿O se retirará definitivamente de ella y le pedirá que deje sus actuales instalaciones en Nueva York?
La manera en que el presidente Bush ha asumido la causa contra Iraq hace muy difícil prever la reacción. Lo ideal sería que el coraje se le pasara después de algún tiempo. Pero el peligro de alguna represalia seria en contra de las Naciones Unidas no puede soslayarse. La Liga de las Naciones, que surgió del Tratado de Versalles de 1919, nunca contó a Estados Unidos como miembro; pero esto ayudó a convertirla en un foro ineficaz que nada pudo hacer para detener la Segunda Guerra Mundial. Hoy tendría poco sentido mantener unas Naciones Unidas que no incluyeran a la principal potencia militar y económica del mundo. Pero si bien es poco probable que el veto de Francia lleve al desmembramiento inmediato de las Naciones Unidas, cuesta trabajo creer que el presidente Bush simplemente se alzará de hombres ante el rechazo de la organización a una guerra que él considera un deber patriótico.
Hora Nacional
El domingo pasado escuchaba yo la cobertura sobre las elecciones del Estado de México con José Gutiérrez Vivó y su “Monitor” cuando la transmisión fue interrumpida por la “Hora Nacional”, que como siempre obliga a los mexicanos a apagar sus receptores de radio. La “Hora Nacional” es una de las herencias más detestables del autoritarismo. Pero a dos años de distancia, el gobierno de Fox no ha hecho nada para quitarla.