“Estoy transitando
por la avenida Chapultepec, transmitiendo en vivo desde mi automóvil; cientos de edificios
se han caído, precisamente ahora me percato de que de Televicentro quedan sólo cenizas”.
Jacobo Zabludovsky
“Los que no han sufrido nunca no saben nada. No conocen
ni el bien ni el mal; no conocen
a los hombres ni se conocen
a sí mismos”.
Fénelon.
Hace exactamente 18 años, el 19 de septiembre de 1985, la ciudad de México sufrió el peor terremoto de su historia. A casi dos décadas de la tragedia aún permanece en el alma el recuento de los daños y el saldo positivo que después vendría al sabernos capaces de resistir, sobrevivir, remontar el vuelo desde los umbrales, la ceniza, la podredumbre.
En el interior de la República poco se supo sobre el particular. Demasiada desinformación, desapego al entorno capitalino, sin embargo, la historia de México rebasó fronteras estatales, dio al suceso un rango sin precedente -2 de octubre de 1968, el asesinato de Colosio- entre otros eventos definieron al siglo veinte y sin ellos sería incomprensible entender lo que hoy somos pues el pasado y el presente forman los rasgos, costumbres e ideología colectiva, en fin, sirven para vislumbrar y anticipar la incertidumbre implícita en el futuro.
Aún no conocemos la cifra de los muertos y heridos, de aquellos que bajo los escombros esperaban ser rescatados mientras se aferraban a la esperanza, presos de desolación, privados de libertad. Caos por doquier, a pesar de ello México demostró sus enormes capacidades cuando de solidaridad hablamos: pronto se organizaron brigadas ciudadanas compuestas por seres humanos entregándose para salvar, apoyar. No había distinciones sociales: señoras ricas, obreros, empresarios, socorristas, estudiantes: todos unidos en pos, en aras de magnificar la ayuda al prójimo. Fue entonces cuando supimos que los males, lo sucio y aquello infame desaparecía, los ciudadanos mostraron un sentido humano sin igual.
Cientos de edificios en ruinas. Lo material pierde relevancia, a pesar de ello, la capital se quedó sin el hotel Regis, el Del Prado –famoso por el controvertido mural de Diego Rivera y su leyenda “Dios no existe”- y otros muchos emblemas arquitectónicos característicos de tiempos mejores, épocas de aquella “región más transparente” donde se podía transitar libremente, existir, sentirse en parajes similares a lo que debe ser el cielo.
Varias naciones ofrecieron apoyo, recursos. El gobierno, para variar, en un afán todopoderoso y de orgullo ultra nacionalista negó toda ingerencia extranjera, si bien días después se arrepintió. Miguel de la Madrid se mostró lejano e incapaz de ser Presidente: tibio y sin estampa para ser líder, acabó perdiendo la oportunidad histórica de convertirse en el mandatario que hubiéramos deseado todos.
Grandes hombres participaron. A Emilio Azcárraga Milmo (entonces Presidente de Televisa) no le importaba el derrumbe del consorcio, lo trascendental consistía en la pérdida humana de aquellos leales a la causa. “El Tigre”, ejemplo de estoicismo y templanza, se abrazó de un árbol llorando, embriagado por la impotencia pues quizá en esos instantes aprendió que hay imponderables, cosas que se encuentran fuera del control aun de los acostumbrados siempre a ganar.
El grupo de literatura comandado por Elena Poniatowska y Olga de Juambelz también estuvo involucrado. Era yo muy niño, sin embargo recuerdo a dos mujeres que llegaron muy de noche, cubiertas de polvo, despedazadas y fue por vez primera impresionante ser testigo de un llanto abierto, impotente, desolador pero al mismo tiempo lleno de esperanza. Todo se puede superar.
Plácido Domingo, gran tenor, gran hombre. Aportó recursos y apoyo en agradecimiento a su segunda patria. Es por ello que cuando he tenido el privilegio de oírlo cantar no solamente disfruto esa tesitura y sensibilidad implícita en sus canciones, también agradezco desde el alma la generosidad desinteresada característica en él.
Testimonios de personas comunes. La madre hecha añicos al ver a sus vástagos muertos, el soldado (generalmente duro) reflejando desolación e intensos ojos negros incapaces de ocultar tristeza; jóvenes universitarios fieles a una educación en pos de servir al necesitado; médicos rogando por templanza y sabiduría para realizar un trabajo eficiente; periodistas buscando narraciones objetivas en momentos donde la cordura parecía ser desplazada; gente a los que cualquier error o pecado se les perdona pues actos de bondad de tal envergadura quitan manchas.
El sismo de 1985 nos deja muchas e importantes lecciones. Una: en ocasiones los gobiernos se pierden en discursos retóricos plagados de demagogia, extravían el rumbo y dejan de oír el clamor popular. Dos: el pueblo es autosuficiente y mucho se podría lograr si de la unión hiciéramos práctica constante. Tres: somos queridos mundialmente. Cuatro: el carácter se engrandece ante la tragedia. Cinco: no hemos aquilatado la maravilla de ser mexicanos.
Mañana seguimos platicando.
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