sí. Tiene toda la razón. Las campañas políticas han estado, en general, para llorar; la cantidad de propaganda regada en las calles ha dejado convertido al país en un basurero; hay muchos candidatos y candidatas por cada distrito electoral y, a veces, de todos no se hace uno; han sido escasas las propuestas y abundantes las descalificaciones, al grado que parece que vamos a tener que elegir al menos peor. Y, sin embargo no podemos dejar de votar. ¿Por qué? Bueno, aquí le tengo cuatro razones para no faltar:
1) En la antigua Grecia, cuna de la democracia, Pericles sostenía que no eran despreocupados los que se abstenían de participar en los asuntos de gobierno, sino inútiles. No sé en qué pensaba Pericles, pero se me ocurre que si viviera en esta época bien podría referirse específicamente a quienes no votan pero se quejan todo el tiempo del gobierno, de las y los diputados, de la situación del país. Son los que el escritor Germán Dehesa calificó como: “testigos con vocación de víctimas”. Así que vale la pena ir a votar na’más para que luego no nos anden llamando inútiles.
2) Ya si nos ponemos a reflexionar (aunque sea domingo) nos daremos cuenta que son elecciones muy importantes. Para empezar son las primeras en las que tenemos un gobierno distinto al PRI. Claro, usted podría decir que eso no ha sido la gran cosa, pero no podrá negar que de entrada ahora sabemos que nuestro voto sí cuenta y eso hace toda la diferencia. Para seguir no es poca cosa la elección de diputadas y diputados, toda vez que ahora sí existe una real división de poderes. De modo que teniendo el Congreso un poder real, las y los diputados tienen en sus manos buena parte del destino de nuestro país en los próximos tres años. Y no son pocas las decisiones que hay que tomar. Ahí quedó pendiente la reforma fiscal, la eléctrica, la laboral, por señalar las grandes. Pero también habría que pensar, por ejemplo, en una reforma electoral que no les dé tanto dinero a los partidos, que endurezca los requisitos para la formación de institutos políticos, que amplíe las facultades de fiscalización del IFE; o bien pensar en la manera de ponerle un tope a los salarios que ganan funcionarios de los gobiernos federal, estatal y municipal, porque luego resulta que un presidente municipal gana tres veces lo que el presidente de la República; o bien promulgar una ley que establezca los límites y el salario correspondiente a la función de Primera Dama. Total, en el rumbo que tome el país tendrán una participación fundamental quienes lleguen a la Cámara Baja y nuestro voto decidirá quiénes llegarán; así que, finalmente, en nuestras manos está decidir qué clase de país queremos construir en los próximos tres años.
3) Ya entrados en las reflexiones, también vale la pena votar porque es nuestra única manera de decirle a los partidos políticos lo que pensamos de ellos. Con frecuencia parece que creen que se mandan solos. Y la verdad es que sin nuestro voto en las elecciones no son gran cosa. ¿Le parece que “X” partido pequeño sólo ha servido para enriquecer a sus miembros a nuestras costillas? Vote por otro, es posible que sin su voto pierda el registro. ¿Le parece que el partido “Y” tiene propuestas interesantes y la calidad de sus candidatos/as es garantía? Vote por él, su voto puede ayudar a que consigan el registro y en la Cámara pueden ser el fiel de la balanza. ¿No está de acuerdo en la manera en que se condujeron en la pasada Legislatura los representantes de tal partido? Vote por otro, menos curules es menos poder. ¿Le parece que los de “Z” partido hacen lo que se les da la gana y actúan como si no fueran sus representantes? Vote por otro, menos curules menos poder. En resumen, votar es la manera de decirles: “no se mandan solos, aquí estoy observando, valorando y juzgando lo que hacen o dejan de hacer”.
4) Si las razones anteriores no le convencen, si no le importa que le llamen inútil y la democracia y los partidos le valen un cacahuate, de perdida vaya a votar porque la fiesta democrática ¡salió carísima! Es como si usted se hubiera cooperado con un buen billete para la fiesta de 15 años de la vecina y a la hora de la hora no va. O como si hubiera puesto una lana para que se celebrara el partido de futbol en su cuadra y a la mera hora no se aparece por ahí. Y claro que esta fiesta nos sale carísima. Mire, tan sólo en la organización, adquisición de materiales, documentos y medidas de seguridad, desde 1999 el IFE ha gastado ¡¡mil nueve millones de pesos!!; además, este año se le dio a los partidos políticos alrededor de ¡¡cinco mil quinientos millones de pesos!! Así que súmele, para que luego no diga que no sabe en qué se van sus impuestos, y luego vaya a votar aunque sea sólo para participar en un evento que ya pagó.
Yo no voy a faltar por todas esas razones juntas y porque de verdad creo que lo que yo haga o deje de hacer hoy repercutirá en el México que les heredaré más temprano que tarde a mis hijos. Por último creo que las cosas en México se pueden poner mejor, pero también peor. Así que no hay que ser ¿nos vemos en las urnas?
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