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NORTE Y SUR / Yo, Otro (El Acantilado)

SALVADOR BARROS

Una insoportable lucidez (La identidad no es más que una forma de la ficción, sugiere Imre Kertész, el narrador húngaro recientemente ganador del premio Nobel, en el anticipo que ofrecemos de su libro Yo, otro (El Acantilado).

Un acto en favor del humanismo. El jurado del Premio Nobel de Literatura no podía haber elegido este año mejor ganador de esa distinción. Imre Kertész, el escritor húngaro, autor de algunos de los libros más memorables de este siglo es, como hombre y como literato, una de las grandes personalidades de las últimas décadas.

Tanto más cuanto jamas ha exhibido ni ostentado ni perseguido su grandeza. No lo ha hecho poque le es connatural. Para quien lo conoce de cerca, parece increíble que este escritor, hombre cultísimo -sin que eso implique de ningún modo exhibicionismo- haya salido indemne de la tragedia más espantosa del siglo: el exterminio de los judíos en los campos de concentración del nazismo.

Su supervivencia es doble: por un lado, la física, una improbable lotería de la muerte en la que muy pocos ganaron; por otro lado, la supervivencia psicológica e intelectual, Kertész ha conservado una lucidez y una buena disposición hacia la vida, de las que es difícil encontrar otros ejemplos. Este escritor, hasta en el buen humor, en la serenidad, sigue siendo absolutamente humilde y exento de cualquier forma de estruendosa exhibición. Su éxito literario fue terriblemente difícil.

Su libro más conocido "Sin Destino" esperó muchos años antes de ser publicado durante el régimen de Kàdàar, en Hungría. La publicación de la novela se remonta a 1975, pero la redacción es muy anterior. ¿A qué se debió ese retraso? ¿Por qué los editores del Estado desconfiaban de este libro genial? Es difícil entenderlo: El hecho es que durante todos esos años se había echado un manto sobre la cuestión judía en Hungría, como si esa cuestión no hubiese atormentado a media Europa y causado desastres inigualables. Sobre todo en Europa Central.

Aun después de la aparición de este verdadero monumento al hombre, el libro de Kertész no tuvo los reconocimientos que merecía. La primera publicación en alemán es de 1997. Después de treinta años de espera, por fin llegó el éxito literario y de público, en el extranjero. ¿Cuál es el tema de esa narración admirable? Se trata de la experiencia de un muchacho en el campo de exterminio de Auschwitz, pero el horror de ese lugar y de lo que allí ocurre no es representable. El horror se representa sólo con el horror, como dice Marcuse. El muchacho que vive esa realidad, sin embargo, logra de algún modo comprenderla, verla como algo natural, explicable, hasta justificable porque, para él, en el mundo, no existe nada que no lo sea. Ese mundo es un lugar de descubrimientos y de imprevistas iluminaciones, como el resto del mundo.

Ningún escritor había logrado hasta Kertész hablar en estos términos, tan desprovistos de piedad o de matices sentimentales. No hay piedad y no hay sentimiento que pueda llegar al fondo oscuro de aquel horror. Kertész busca hacer comprender al lector que hasta esa cosa terrible puede ser en cierto modo superada. El libro de Kertész, que después de su publicación en Italia, por ejemplo, no tuvo la repercusión que merecía, debería ser leído en las escuelas, como materia de examen. Junto con la obra de Paul Celan; después de "Maus," de Art Spiegelmann; de "Si Esto es un Hombre" de Primo Levi, la novela de Kertész pertenece a los "clásicos" que permanecerán incluso más allá del valor intrínseco de su autor, hombre amable, solar que vive un tardío matrimonio de gran felicidad.

La decisión de otorgarle el Nobel es también un gesto de gran nobleza, una especie de saludo hacia la Europa ampliada ahora con la inclusión de Hungría en la comunidad. Ningún escritor húngaro recibió antes el Nobel, a pesar de que la literatura húngara de este siglo es una de las más ricas del mundo occidental en el Siglo XX y continúa siéndolo.

En el campo de la música y de la literatura, Hungría, ese pequeño país se destaca frente a todo el mundo. En cambio, hubo once premios Nobel húngaros en el campo de las ciencias. La distinción recibida por Kertész es, en ese sentido, una revancha y un acto de fe respecto de la cultura humanística, bien inalienable de Europa. Kertész mismo, por otra parte, utiliza su cultura para vincular su país con el resto del mundo. Ha traducido de todo: filósofos, narradores, poetas. Cree firmemente en la literatura, jamás intentó vivir de otra cosa, aun cuando esta fidelidad le costaba penurias y era motivo de desaliento.

También en ese sentido Kertész es un gran ejemplo para todos aquellos que persiguen sobre todo el éxito y el bienestar asociado con él. Querría que fueran muchos los que lo conocieran en todo el mundo, porque su modo de hablar suave, sin apuro, su candor que no es ingenuidad sino ejemplo de sabiduría, puede servir de ayuda a muchos de nosotros. El año último se le otorgó en Italia el Premio Flaiano.

Nunca hubo una decisión tan iluminada en la historia de ese Premio. La noche de la entrega de las distinciones, en el mes de julio en Pescara, en un anfiteatro moderno de cemento armado, Kertész subió al escenario, radiante y tan emocionado que parecía superado por las circunstancias. En cambio estaba lúcido, lucidísimo y a las preguntas que le dirigieron sobre cómo pudo sobrevivir a Auschwitz dio respuestas serenas y profundas. Creo que su recuerdo será imborrable para quienes lo vieron en esa oportunidad. Como es inolvidable su figura, su calidad humana que devuelve la confianza en el género humano.

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