Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Norte y sur

Salvador Barros

Bush en Guerra: Primera versión de una historia

Cuando sus artículos en The Washington Post, en asociación con Carl Bernstein revelaron el oscuro entramado del escándalo Watergate y las vinculaciones del presidente Nixon con él, Bob Woodward se convirtió en el paradigma del periodista de investigación: libre e independiente, era un inclaudicable defensor de los derechos de la prensa a mantener la confidencialidad de sus fuentes y a acceder sin restricciones a la información pública de los actos de gobierno.

La subsiguiente dimisión del presidente norteamericano no hizo más que elevar a Woodward y a Bernstein a la categoría de mitos: nunca antes de ellos la prensa había provocado la caída del hombre más poderoso del planeta.

A casi 30 años de aquel hito, Woodward es hoy director adjunto de edición del Post, un puesto que le permite acceder a los círculos íntimos del poder en la capital norteamericana y, en cierto modo, a formar parte de él. Desde tal posición de privilegio publicó luego del éxito de “Todos los Hombres del Presidente’’, entre otros best-sellers políticos, “La Agenda de Clinton’’, una revisión de las políticas del mandatario demócrata en sus primeros tiempos en la Casa Blanca y Greenspan, una completa biografía del presidente de la Reserva Federal.

Sin embargo, el paso del tiempo, como quizá también el ascenso social de Woodward -de simple reportero a directivo de uno de los medios más poderosos y conservadores de los Estados Unidos-, parecen haber hecho mella en él y debilitado aquel espíritu de osadía de los días de Watergate, cuando corría detrás de una primicia y se revelaba escéptico, como buen periodista, a las versiones oficiales.

En Bush en guerra (Península/Atalaya), una oportuna crónica de los cien días que siguieron al 11 de septiembre de 2001, Bob Woodward se introduce en los pasillos de la Casa Blanca, en las salas de situaciones del Pentágono, en los despachos de los principales funcionarios de la administración y en los ultrasecretos campamentos de la CIA en Afganistán, para reconstruir día por día los hechos y circunstancias que condujeron a la primera guerra del Siglo XXI.

Y por momentos lo hace incluso con dotes de novelista, dando al lector la sensación de que se encuentra ante el último best seller de Tom Clancy o de Patrick Robinson.

Pero Woodward no ahonda, en cambio, en otros elementos de consideración, a esta altura imprescindibles para comprender el rumbo imperial asumido por la única superpotencia. Es positivo, está claro que el autor no se sume sin elementos a tanta ola de teorías conspirativas que han surgido tras los brutales atentados del 11 de septiembre (desde la tesis de dos autores franceses sobre la inexistencia de un avión estrellado en el Pentágono hasta las fundamentadas opiniones del siempre provocador Gore Vidal acerca de la participación de la propia CIA en los ataques).

Pero Woodward sí debería haber echado más luz sobre las verdaderas motivaciones de George W. Bush y sus colaboradores, en especial de los halcones (Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz o Robert Kaplan), para lanzar su maquinaria de guerra sobre las fuentes energéticas del Medio Oriente y el Asia Central, avanzar ciegamente sobre la ONU y desarrollar la peligrosa teoría de los ataques preventivos. Ideas que ya daban vuelta en libros y papers en la capital norteamericana desde mucho antes del 11 de septiembre.

En lugar de eso, Bush en guerra se convierte tras el dramatismo de los primeros capítulos, que reconstruyen aquella fatídica jornada desde la óptica de los funcionarios que luego desempeñarán un papel clave en la guerra, en una tediosa desgrabación de conferencias entre el presidente y su gabinete de crisis, donde lo más revelador -aunque sólo para los menos informados-, son las cada vez más claras discrepancias entre el secretario de Estado, Colin Powell, y el aguerrido jefe del Pentágono, Rumsfeld, quien parece resultar ganador a la luz del rumbo de los acontecimientos.

O la responsabilidad que Bush arroja sobre su antecesor, Bill Clinton, al subrayar su falta de coraje para haber eliminado en 1998 a Al- Qaeda, preocupado por los daños colaterales que un ataque masivo podía causar en Afganistán.

Bush en guerra oscila así entre novelísticos pasajes que transmiten con éxito la tensión y la paranoia de los días posteriores al 11 del septiembre (cuando el presidente y la primera dama eran despertados en mitad de la noche por el servicio secreto para conducirlos a un refugio subterráneo ante una amenaza que luego resultaba falsa o cuando los sobres con ántrax sembraban de pánico las oficinas gubernamentales y el temor a un nuevo atentado, aun con armas nucleares, se mantenía vigente) y páginas y páginas de diálogos entre personajes menores que discuten cómo sobornar a jefes de tribus afganas o sobre cuánta información de inteligencia deben conocer los líderes del Congreso.

Derivado de lo que en principio fue un trabajo periodístico publicado en serie por The Washington Post, Bush en guerra es una crónica correcta, pero que no despeja todos los interrogantes que sólo el tiempo dilucidará. Winston Churchill decía que en tiempos de guerra la verdad es tan importante que debería ser protegida por un guardaespaldas. Quizá ante eso poco pueda hacer hasta el mejor periodista de investigación.

Bill Kovac inmortalizó aquello de que el periodismo es la primera versión de la historia. Bush en guerra es un buen ejemplo. Pero es probablemente apenas eso, la primera versión de una historia que aún no ha terminado,

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 40061

elsiglo.mx