La discusión es antiquísima. Ya en Platón se encuentra la doxa, ese conocimiento del vulgo, más vinculado a las conjeturas, a las creencias, a las sombras de la caverna. Otro era el mundo de la realidad verdadera, valga la expresión, el de la perfección de las ideas, el nous.
Aristóteles da el próximo gran paso. “Todos los hombres tienden al conocimiento”, es la primera línea de la Metafísica. Sin embargo sólo las formulaciones científicas del conocimiento trascienden, eso es la tekné.
Sólo sabiendo qué hacer y por qué hacerlo así, el ser humano puede ambicionar a ser medianamente racional, es decir a obtener ciertos fines y objetivos a partir de ciertas estrategias. Me da la impresión de que en México la tekné anda en días nublados.
Recientemente Héctor Aguilar Camín entrevistó en “Zona Abierta” a los líderes de las tres principales fracciones partidarias de la nueva Cámara de Diputados. Fue una hora de amables pero sistemáticos desencuentros. Los tres personajes, Francisco Barrio, Pablo Gómez y Elba Esther Gordillo, cuyas muy diferentes trayectorias y valía no pongo en duda, comenzaron por expresar algo muy alentador, palabras más palabras menos: ha llegado la hora de los acuerdos, estamos en la mejor disposición, dijeron.
El problema comenzó cuando el escritor y conductor trató de introducir cierto orden. Todos estaban de acuerdo en que la llamada Reforma Hacendaria va primero, bien pensé, pero IVA generalizado ¿si o no? La respuesta común fue imposible de articular. Reducción al Impuesto Sobre la Renta, lo mismo. Francisco Barrio, quizá por razones profesionales el más empapado en el asunto, planteó un esquema interesante de deducibilidad fija para las personas físicas, Pablo Gómez le rebatió que no era progresivo. Al final de la noche se debatía que era un impuesto progresivo y si la Constitución mandataba al legislador en tal sentido.
Los tres personajes son políticos de larga y rica trayectoria, de ellos sin embargo difícilmente se debía esperar el conocimiento fino de la tekné. Los políticos son políticos. Pero algo queda claro, sin tekné los gobernantes están cojos. Alguien tiene que arrastrar el lápiz y echar números. Lo que de allí surja sin duda será debatible, todo lo es, pero será una apuesta más racional que el tanteómetro. Pareciera que vivimos un momento terrible en el cual, por diversos motivos, la tekné está siendo mal tratada cuando no despreciada.
Comencemos por los priistas. El enojo, la furia por el avance del PAN y del PRD encontró a un pandemonio muy popular: los tecnócratas. En la mitología priista es debido a ellos que el PRI ha sido desplazado lenta pero sistemáticamente del poder. De colmillos largos, afiladas garras y mentes perversas ese grupo, generalmente formado en el “imperio yanqui” lo que busca es entregar la soberanía. ¡Fuera los tecnócratas! ¡Vivan los políticos puros! Se les olvida que fueron esos políticos “puros” los que produjeron un desajuste financiero de tal magnitud que nos ha llevado dos décadas regresar a la estabilidad.
Se les olvida también que si no hubiera sido por los criterios de esos “demonios” el estatismo económico nunca hubiera encontrado un hasta aquí y la apertura comercial seguiría siendo sinónimo de traición. Se les olvida que si algún impulso modernizador ha habido en la administración pública federal en los últimos tres sexenios, éste surgió, en buena medida, de un grupo de profesionistas que llegaron a cuestionar seriamente los cánones de un desarrollo estabilizador agotado.
Por supuesto que hubo excesos y que la crisis de no crecimiento que hoy vivimos se debe en parte a ellos. Pero la visión en paquete es infantil. Del discurso económico de la izquierda oficial hay poco que decir: contrarios a la apertura comercial, a la desestatización, a la desregulación y por supuesto a la entrada de capital a ciertas áreas, si el país hubiese seguido su recetario hoy estaríamos en terapia intensiva. En sus arranques por supuesto que los “neoliberales” y los “tecnócratas” eran el enemigo al acecho. Finalmente llegó el Gobierno del Cambio, también montado en un discurso antitecnocrático, faltaba más. Para qué reconocer que la estabilidad macroeconómica se les debe a ellos, como también se les debe una mayor polarización social sin duda. Mejor omitir que los programas de combate a la pobreza de hoy siguen los lineamientos técnicos del pasado. Esta desafortunada coincidencia de odios e intereses desató una especie de tecnofobia que México podría pagar muy cara.
¿Dónde están los especialistas en agricultura, o en energía, o en infraestructura, en políticas de seguridad? No que ellos tuvieran que ser las cabezas de sector como ocurre por fortuna en Hacienda, Educación y Salud, sino que los criterios técnicos apuntalaran con firmeza las decisiones de Gobierno.
La primera reforma fiscal desbarró entre otros porque fue el propio presidente Fox, que no es un especialista, el que salió a dar la argumentación. Este segundo intento podría correr igual suerte si los consensos técnicos no sustentan la voluntad de los políticos. No se trata simplemente de querer defender a los productores de azúcar, sino saber qué hacer con los ingenios. No es creíble que al final de una larguísima discusión la opinión pública no estuviera clara de cuél era la mejor opción técnica para la construcción de un aeropuerto. Es preocupante que las fórmulas propuestas para paliar las demandas de productores agrícolas desplazados por el TLC sean similares a las que se escuchaban hace treinta años.
Cómo explicar que tres años después de haber sufrido una dolorosa derrota legislativa y en la opinión pública, el Gobierno Federal no tenga preparado y consensuado un paquete de cuatro o cinco alternativas irrebatibles. Si bien es cierto que México es débil todavía en lo que a ciencia y tecnología se refiere, también lo es que hace décadas que contamos con cuadros técnicos de primera en la UNAM, en las universidades públicas de las entidades, en el Politécnico, en el Tecnológico de Monterrey o el ITAM, en la Iberoamericana por citar algunas.
No es creíble que en un país de más de 100 millones de habitantes no podamos ponernos de acuerdo en un marco fiscal básico que genere crecimiento y justicia. Allí no está la explicación. Un Gobierno confiado en que su carácter novedoso y el aura democrática suplen todo lo demás, unos partidos que someten a sus fobias y filias cualquier mínimo de racionalidad, un Legislativo poco profesional y una popular tecno-fobia podrían ser responsables de un gran tropiezo nacional.
Los técnicos sin emoción humana son monstruos, los políticos sin tekné son inútiles. Allí es cuando surge la nostalgia.